La mirada de ensueño de María Beneyto, agitada en belleza, guarda un reflejo nítido y fugaz de los ojos del padre. No lo sabrá al principio, cuando en 1955, recién llegada a la treintena, gane el accésit del Premio Adonáis por su libro Tierra viva. Es el premio de Javier de Bengoechea por Hombre en forma de elegía; pero también de otro accésit, por Áspero mundo, para Ángel González, que comparte con María Beneyto, además de accésit, el año de nacimiento: 1925. La generación de los hombres y mujeres que nacieron en España cuando los poetas del 27 estaban planeando su asalto a la posteridad, con su fotografía celebrando el tercer centenario de Góngora en el Ateneo de Sevilla, comienza a darse a conocer en la larga posguerra, entre otros cauces -en realidad, muy pocos-, a través de la colección y de los premios Adonáis. Quizá en ese momento de alegría, al recibir su accésit por Tierra viva, pueda distinguirse en su mirada ese reflejo nítido y fugaz de los ojos del padre, que, en 1937, en plena Guerra Civil, cuando su hija María tiene solamente 12 años, se ve obligado a abandonar Madrid con su familia, tras su fracaso como dramaturgo, por no haber conseguido estrenar ni una sola obra. Volverán a Valencia, con esa frustración del sueño literario paterno malogrado. Un año después, en 1938, su padre morirá. Pero en 1956, año de cambios, con Tierra viva, además de otras sensaciones que acompañan la publicación de ese nuevo libro de poemas, la mirada de ensueño de María Beneyto se vuelve a contemplar en los ojos del padre, en un viaje silente del regreso al pasado.