Pablo García Baena tiene 23 años cuando publica Rumor oculto, su primer libro de poemas. Algo hay de vaticinio o de promesa en el título: porque, durante muchos años, hasta su muy posterior descubrimiento definitivo, la poesía de Pablo García Baena será un rumor oculto, con su destello de íntima belleza, o de revelación estética -con ramas que parecen venir del 27-, para unos pocos iniciados, miembros de una cofradía de afectos, entonces mínima y casi secreta: la de los lectores amigos más cercanos, admiradores de Pablo. Pero mucho antes de su rescate estelar por los novísimos, que daría la gran segunda oportunidad a su poesía y a la todo el grupo Cántico, con los estudios de Guillermo Carnero y Luis Antonio de Villena, y de su Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1984, Pablo García Baena es un poeta joven. Vive y escribe en la Córdoba cerrada y monacal de 1946, tabernaria y ligera al pasear con Ricardo Molina o Juan Bernier, con la celebración de lo que no se posee, un misterio siempre junto al río y muros coronados de prudentes pasiones. Es entonces cuando publica Rumor oculto, como suplemento de la revista Fantasía: acaba de nacer un mundo de alto y hondo paganismo lírico.