En 1920, cuando publica su poema El canto nuevo en la revista Cervantes, bajo el pseudónimo de Luciano San-Saor, Lucía Sánchez Saornil es todavía una joven poeta ultraísta de 24 años. Ese canto nuevo, esa hora nuestra tanto tiempo esperada, con su pirámide invertida final, ¿se refiere únicamente al ultraísmo en el que lleva un año militando, en la amistad de Rafael Cansinos-Assens y, por supuesto, de Guillermo de la Torre, tras haber tanteado el modernismo, o tendrá un alcance más amplio y profundo? Es decir: más allá de su intensidad vanguardista en la nueva poesía del momento, ¿hacia dónde conduce la mirada de Lucía Sánchez Saornil, que elige publicar sus primeros poemas con nombre masculino? Además de Cervantes, otras revistas como Ultra, Tableros y Vértices, y Grecia, irán acogiendo sus composiciones. Es una poeta que decide firmar como un hombre, seguramente, para que nadie la cuestione, y exponer así más libremente los matices de su auténtica pasión.
Pero ese canto nuevo, esa hora nuestra, esa pirámide invertida, ¿nombra solamente las aspiraciones de su condición sexual, que la convertirá en una visionaria en la reivindicación del amor libre entre mujeres, o tiene, también, otros ecos con pulso de tensión histórica? La pregunta la responderá la propia poesía de Lucía Sánchez Saornil en 1937, un año después del comienzo de la Guerra Civil, cuando publique su primer libro: Romancero de Mujeres Libres. Militante anarquista, tras abominar de las mismas vanguardias que años antes la habían acogido, ha llegado el momento de la revolución, de la emancipación, desde este canto nuevo para la mujer, y su grito en la historia.