1968, el año de los cambios y las revoluciones en la noche intimista junto a las barricadas, con estudiantes arrebatados erigiendo sus muros de adoquines y apelando también a los obreros con la imaginación al poder, mientras las minifaldas vuelan como pájaros fugaces por el cielo encrespado del Barrio Latino de París, ese mismo mayo del prohibido prohibir será testigo, a este lado de los Pirineos, de la publicación de una novela que respira también otro viento de cambio, y de renovación, con su protagonismo de hoguera verbal para la novela española, al publicarse El mercurio, de José María Guelbenzu. El joven escritor tiene 24 años: la misma edad que muchos de los muchachos que reclaman la libertad moral del individuo, frente a la anquilosada sociedad francesa, una participación mayor de la mujer o la libertad sexual. También Guelbenzu se ha propuesto despojar al cuerpo de la literatura del viejo corsé ajado del relato costumbrista, que todavía lo adorna, como resto de un tiempo ya caduco. Mediante la apertura del lenguaje y una arquitectura narrativa revolucionaria, la visión modernizadora de Guelbenzu no gravitará sobre la tradición española, sino en Julio Cortázar, Borges, James Joyce o Kafka. Su luna de mercurio agita, al reflejarse, las aguas estancadas del realismo social.
