El muchacho camina por un puente que cruza el Genil. El cielo es una bóveda ligera que parece a punto de caer. Se adentra en el paseo y al fondo ve la espalda de una estatua. El jardín es sencillo, con un resto silente de abandono, y él se fija en la placa: Manuel Reina. No sabe que la estatua, obra del escultor Enrique Moreno Rodríguez en 1933, ocupa ese lugar desde el 6 de julio de 1966, siete años antes de su propio nacimiento. Contempla el gesto hierático y reconoce el nombre del poeta de Puente Genil, quizá como una música lejana que aparece de pronto y cobra forma dentro de su parterre, aparecido -o salido- de la mole de piedra, con ese busto al viento de sí mismo, ante la intemperie adormecida. Todos somos gigantes de memoria borrosa, todos escribiremos la mecha de otros nombres que nos sucederán. Eso mismo está pensando este muchacho, justo antes de dejar la estatua atrás y subir por la calle Aguilar. ¿Qué fue de Manuel Reina, llama viva del Modernismo antes del gran Modernismo a lo Rubén Darío, con Salvador Rueda o Ricardo Gil? Poeta precursor, pequeño incendio, el resto luminoso de una revista literaria, La Diana, que encenderá la antorcha -rápida- del Modernismo español, que habría de perdurar mucho más allá de su momento. Si era necesario labrar la vieja tierra en duelo de un romanticismo agonizante, para un refinamiento que desembocaría, precisamente, en Juan Ramón Jiménez y la generación del 27, antes de la llegada de Rubén Darío, se adelantará en la escena el pulso visionario de Salvador Rueda, Ricardo Gil y Manuel Reina.