La poeta canaria Ana María Fagundo Guerra aterriza en Estados Unidos, por primera vez, en 1958. Es una época clave para el desarrollo no sólo científico y tecnológico, sino también político, de la primera potencia mundial: acaba de crearse la NASA, donde se impulsarán gestas increíbles, más propias del cine que de la realidad, hasta conseguir el lanzamiento del hombre al espacio. También medirá sus fuerzas con la Unión Soviética, en un nuevo escenario para la Guerra Fría: la bóveda celeste, esa fabulación del infinito detrás de las estrellas. El 31 de enero, ya ha lanzado su primer satélite, el Explorer 1, desde Cabo Cañaveral, Florida. La vieja aspiración de la poesía de conquistar los cielos y asomarse al lado oscuro de la luna, quizá parecerá posible para esta joven profesora, que acaba de ser distinguida con la beca Anne Simpson y asiste a la Universidad de Redlands, en California. Allí se graduará cinco años después, en 1963, en Literatura Inglesa y Española. Es entonces cuando comienza a escribir los poemas de su primer libro, Brotes, que publicará en Tenerife en 1965. Esos brotes de luz ahora se asoman a los ojos despiertos de esta joven mujer que se va adaptando a la vivacidad de un nuevo mundo. Es la América del presidente Eisenhower, con el macartismo todavía al fondo y una cierta mejora de la seguridad social, poco antes de que la ensoñación romántica de Kennedy estalle ante el espejo en la fiebre de Dallas. Allí estará Ana María, escribiendo poemas, asomada al paisaje entre el humo y el cielo.