Los versos de Gonzalo de Berceo nos siguen ofreciendo esa fluidez de un vaso de buen vino, con su decir voluntariamente comunicativo y una ebriedad latente que acompaña a las revelaciones que aparecen tras cortinas de bruma. De alguna manera, Gonzalo de Berceo se va imponiendo a otras oscuridades del lenguaje para ofrecernos unas composiciones que se leen y se escuchan de frente, en un nuevo tono coloquial que atrapa la atención y logra situar, en el mapa del fervor religioso y de la comunicación literaria del siglo XIII, al monasterio de San Millán de la Cogolla. Lo hace a través de sus obras, ya sean hagiográficas, doctrinales o marianas, compuestas en cuaderna vía. Gonzalo de Berceo es un escritor comprometido con un lugar y un entorno al que debe su infancia, su educación y su fe: el monasterio de San Millán de la Cogolla, cuyo esplendor ya ha comenzado a diluirse, como una sombra del pasado, durante el tiempo en el que escribe, mientras nuestro mayor representante del mester de clerecía se propone rescatarlo del olvido.