Cecilia Böhl de Faber publica La Gaviota en 1849. Tiene 53 años y ya ha vivido mucho. Adoptará el pseudónimo de Fernán Caballero, que toma del municipio de Ciudad Real: “Gustóme ese nombre por su sabor antiguo y caballeresco, y sin titubear un momento lo envié a Madrid, trocando para el público, modestas faldas de Cecilia por los castizos calzones de Fernán Caballero”. Y así, como Fernán Caballero y no como Cecilia Böhl de Faber, comenzará a firmar sus novelas. Al hilo del prólogo de su amigo Eugenio de Ochoa -que bien podría valer para la novela moderna- los personajes de Cecilia Böhl de Faber no parecen estatuas, sino que nos hablan, porque han recibido ese fuego vital de la creación. Y recorremos sus escenarios, como si estuviéramos materialmente en ellos, porque asistimos a la transición hacia la novela de costumbres -o sea, con influjo naturalista, que desembocará en el realismo decimonónico- en España, que aspira a ir descubriendo nuestros corazones en la oscuridad. Pero ¿quién se oculta detrás de Fernán Caballero?