No eran molinos. Clásicos de la literatura española Conjuros, de Claudio Rodríguez19/12/2025
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Después de haber ganado el Premio Adonáis en 1953, a sus 18 años, con Don de la ebriedad, la vida sigue para Claudio Rodríguez. Es una llama nueva de la poesía española, telúrica y celebratoria, y guarda en su retina las lecturas de la biblioteca de su padre: Baudelaire, Verlaine, Rimbaud. Es precisamente tras su muerte, seis años antes, en 1947, cuando Claudio encuentra amparo en la lectura de poesía y también en sus largos paseos por el campo. Pero estamos en 1953 y Don de la ebriedad ya se ha convertido en un fuego verbal que aún nos calienta, con su rumor de troncos encendidos en la noche de invierno. Ese mismo año conoce a Clara Miranda y habla mucho de literatura con dos amigos poetas, mayores que él, pertenecientes a la generación anterior, la del 36: Luis Rosales y Leopoldo Panero. En Madrid, vive en pensiones y en el Colegio Mayor José Antonio. Su entusiasta y estudiantil afiliación al Partido Comunista le dura veinte minutos, tras una discusión con Carlos Semprún, el hermano de Jorge. Descarta los estudios de Derecho, pese al deseo familiar, y continua los de Filología Románica: se licenciará en 1958, con una tesis sobre El elemento mágico en las canciones infantiles de corro castellanas, bajo la dirección de Rafael de Balbín: un tema muy de

Claudio, que de alguna manera prefigura los rasgos esenciales de su poética. Gracias al apoyo de Vicente Aleixandre y de Dámaso Alonso, consigue un puesto como lector de español en Nottingham. Un año después, el 23 de julio de 1959, contrae matrimonio con Clara Miranda, que será su compañera durante toda su vida. 1958 también será recordado por la publicación de Conjuros, que supone su consagración, mediante una poesía profundamente humana, elevando cualquier detalle cotidiano hasta el altar sencillo de la vida, con esa luz tocada en el origen del amor, como un sortilegio de infinito.

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