El "águila de Toledo" saluda al "mochuelo de El Pardo" - Escuchar ahora
Dicen de él que no amaba el ciclismo, a pesar de ser una leyenda de este deporte. Tras una durísima infancia, marcada por la miseria de la Guerra Civil y la posguerra, Federico Martín Bahamontes comenzó a pedalear para ganarse el sustento, dedicándose al estraperlo: recorría diariamente decenas de kilómetros para comprar productos que traía a cuestas hasta Toledo para revenderlos en el mercado negro. Y lo hacía cuando las condiciones eran más duras (en los achicharrantes mediodías manchegos, por ejemplo) precisamente porque era cuando la Guardia Civil no andaba por los caminos.
Así, sin proponérselo, consiguió un entrenamiento formidable que se unió a unas cualidades innatas innegables. Un día se enteró de que había una carrera, se apuntó y ganó. Comenzaba a forjarse el mito.
Era finales de los años 40 del siglo pasado: si hoy admiramos a los ciclistas por la dureza de su deporte, imagina las condiciones en que se practicaba entonces. Sillines de cuero que, al mojarse, se tornaban duros como piedras que provocaban llagas; caminos llenos de barro y polvo (a veces ponían cubos de agua para que los ciclistas parasen a lavarse y llegaran a meta medio decentes); necesidad de correr todos los días, a veces hasta dos veces, y tener que viajar de noche, llegando a las carreras sin haber podido descansar y ni comer…
A la vez que va ganando títulos, Bahamontes se labra fama de difícil y extravagante: se cuentan todo tipo de anécdotas que hacen de él lo que hoy denominaríamos como un personajazo.
Y así, nos plantamos en 1959. Bahamontes es seleccionado para el Tour de Francia (la competición era entonces de equipos nacionales) por Langarica, que le designa junto a Antonio Suárez como jefe de filas. Esto provoca la renuncia de Jesús Loroño, otro grande del ciclismo de la época y archienemigo declarado de Federico, que llega a ser sancionado por agredir al técnico. Nuevo escándalo.
Pero, en Francia, Bahamontes arrasa: gana la general pero también la montaña (se considera unos de los mejores escaladores de todos los tiempos) y llega a París, donde le esperan su esposa, Fermina, y un montón de aficionados españoles, muchos de ellos exiliados en Francia. Se convierte en un héroe nacional: incluso un periodista de Radio París le lleva diariamente decenas de cartas que recibía para él.
El regreso a España es apoteósico y, como sucedió con otros triunfos deportivos, intenta ser capitalizada en su favor por el régimen franquista. Quién se lo iba a decir a él, hijo de "rojo".
Pero tras está victoria, llegaron años de éxito relativo y varias lesiones y Bahamontes decide bajarse de la bicicleta en 1965. El fragmento que puedes escuchar en el que rememora su triunfo en el Tour -del programa de Ángel Fernández Conde Cinco capítulos de una vida- se graba justo antes de esa despedida. Bahamontes en todo su esplendor.
Te preguntarás el porqué del curioso título: es un préstamo de una viñeta que la revista satírica La Codorniz dedicó a Bahamontes. Él era el águila de Toledo; dejó a tu imaginación deducir quién podría ser el mochuelo de El Pardo…