Durante la Edad Media, los judíos de Sefarad desempeñaron un papel esencial en la vida económica, cultural y agrícola de la península ibérica. Su relación con el vino fue profunda, simbólica y a la vez muy normativa: esta bebida, indispensable en la liturgia mosaica, debía ser kosher, es decir, elaborada bajo estrictos preceptos religiosos.
Las aljamas contaban con viñedos propios, bodegas comunitarias y tabernas sujetas a impuestos específicos. El vino estaba presente en bodas, festividades y rituales semanales, pero su producción debía mantenerse libre de intervención cristiana en el proceso técnico.
Pese a las restricciones y conflictos, el vino fue también para los judíos un vehículo de identidad, celebración y sustento económico. En los lagares de Sefarad, en ciudades y villas como Toledo, Gerona o Jaén, floreció una historia vitivinícola singular, reflejo de la diversidad y riqueza de nuestro pasado hispano.
