Durante más de cuatro siglos, Rosellón y Cerdaña formaron parte de la Monarquía Hispánica y compartieron con Cataluña una lengua, unas costumbres y una viticultura común.
La cesión de estos territorios a Francia en 1659 no borró esos lazos, que seguían siendo intensos a finales del siglo XVIII. Pero en 1793, tras la ejecución de Luis XVI, España y Francia entraron en guerra. La contienda, librada en toda la frontera pirenaica, llevó a los ejércitos hasta Bayona, Perpiñán, Figueras o Irún.
El conflicto dejó una huella profunda en el viñedo: se requisaron grandes volúmenes de vino y aguardiente, se aplicó la política de tierra quemada y quedaron bloqueados puertos clave como Barcelona y Tarragona.
Sin embargo, la recuperación fue rápida. Y, más allá de la frontera política, la cultura enológica mantuvo unidos a ambos lados de los Pirineos.