La garnacha es una de las variedades de uva más extendidas del mundo, pero sus raíces se hunden en Aragón, donde prosperó mucho antes de la llegada de Roma.
Documentada en el siglo XIII como garnatxa o vernatxa, su expansión se explica por la proyección política y comercial de la Corona de Aragón, una confederación de territorios que favoreció la circulación de personas, cultivos y prácticas agrícolas.
Gracias a repoblaciones y fundaciones de villas, la cepa cruzó mares y fronteras, arraigando en lugares tan diversos como Valencia, Mallorca o Cerdeña, donde se conoce como Cannonau.
En el Rosellón y el Languedoc su difusión fue más lenta, ligada al comercio y la vecindad cultural.
Hoy, la historia de esta variedad recuerda cómo el Mediterráneo ha sido un espacio de intercambio y diversidad, donde el vino sigue siendo un acervo compartido.