A comienzos del siglo XX, el champán se convirtió en la bebida favorita de las clases altas argentinas. El auge económico de ciertos sectores urbanos y la influencia de millones de inmigrantes europeos impulsaron su consumo en celebraciones, cafés, confiterías y hoteles de lujo.
Empresarios franceses, italianos y alemanes comenzaron a producirlo localmente en Mendoza, con técnicas tradicionales y precios más accesibles. Así nació una industria nacional que pronto se expandió al comercio, el turismo y la cultura popular.
Desde las campañas del ferrocarril británico hasta las letras del tango porteño, el champán se transformó en un emblema de estatus, deseo y modernidad.
La llegada de Moët & Chandon en 1959 consolidó un proceso que había comenzado como imitación y terminó como identidad.
Aún hoy, en el lenguaje cotidiano argentino, “champán” sigue designando cualquier vino con burbujas: una huella lingüística de una historia de lujo y asimilación cultural.