Hubo un tiempo en el que el mundo cabía en los ojos de un niño. Preguntas sin boca intuidas en el silbato de un tren, el olor a tinta de los atlas alumbrados a medianoche, la manera en la que los adulto nombraban lugares como Budapest o Marrakech, casi como si masticaran caramelos de otro color. Ese niño no sabía entonces que a inquietud que sentía era un exilio al revés, no echaba de menos un lugar sino todos los lugares que no eran ese. Los años convierten el desasosiego en costumbre, en el hábito de mirar las estaciones como quien ojea un libro de pasajes en blanco. Y el ahora adulto comprende lo que el niño intuía: que la patria es el camino, que las fronteras son pliegues del mapa que se deshacen al tocarlos. Lo que para algunos podría ser una huida es quizá un regreso a esa pulsión primera, a la certeza de que el único centro posible es el propio paso hacia adelante. Y ahí está, al fin, desnudo y reconocible esa vieja sed que no se sacia con llegadas sino con el puro y salvaje acto de partir, esa fuerza callada que nos empuja a dejar atrás lo seguro para abrazar lo desconocido una y otra vez. Es 'El impulso nómada' del que hoy hablamos en El cine que viene con su director, Jordi Esteva.