Es ese instante en el que la cámara parpadea y, en lugar de cerrase, se queda mirando fijo, demasiado fijo a veces, hasta que la realidad empieza a sudar. Ahí reside su magia. No es que muestre lo invisible es que desnuda lo que siempre estuvo ahí pegado a las pestañas del mundo. Eso que nos negamos a mirar entre tanta prisa y ruido blanco. Es un género que camina de costado como los cangrejos, que se dirige a las verdades incómodas, que roba planos y se los devuelve al espectador con una nota que dice: "no mires a otro lado". Y si la historia se cuenta es porque alguien, acaso el azar, acaso el dedo de alguien, señaló una herida y dijo: "graba esto, aunque escueza". Así es el documental, ese puñetazo de atenció en el estómago blandito del olvido.
De documentales y cineastas dispuestos a replantearse la raiz de sus próximos proyectos, de propuestas únicas y emergentes que apuntan al mercado internacional, de un programa formativo y una residencia inmersiva hablamos esta tarde y lo hacemos a partir de Doklab Navarra. Nos acompaña en el estudio su director creativo Pablo Iraburu.
