El invitado en esta ocasión al estudio dedicado a repasar la memoria y retos de España es arqueólogo y doctor en Historia. Se trata de Luis Antonio Ruiz Casero (Madrid, 1985), quien ha publicado recientemente una importante obra dedicada a explicar el contexto político y social en el que se decidió construir la cárcel de Carabanchel en 1940, los principales hechos que ocurrieron en ella durante los casi sesenta años en que estuvo en funcionamiento, y las circunstancias en que se cerró en 1998. El libro -titulado “La Estrella de la Muerte del franquismo”, editado por Libros del K.O.- incluye muchos testimonios junto a una muy bien documentada y argumentada exposición de los objetivos de control social a los que obedeció la idea de ubicar en ese enclave, Carabanchel, una prisión que fue símbolo del régimen franquista y su concepción del derecho punitivo del Estado. Hablamos con nuestro invitado sobre las mencionadas etapas que conoció esa prisión, cuya construcción se inició en las mismas fechas en que Franco decidió impulsar la obra de Cuelgamuros, el Valle de los Caídos. En uno y otro lugar, en Carabanchel y en Cuelgamuros trabajaron cientos, miles de presos de la posguerra, presos políticos o condenados por delitos comunes, que compartieron las penalidades del trabajo forzado, con la esperanza –que muchos jamás alcanzaron- de la redención de la pena por días de labor. Por esa cárcel pasó Miguel Gila, que dejó su testimonio personal sobre dichas penalidades, relativas por ejemplo a la comida o la higiene, con restricciones de agua o falta de asistencia médica, entre otras muchas. Ese relato es una parte de la reciente historia de España, que se extiende también a los movimientos de resistencia carcelaria y al papel de las mujeres sobre en relación con esos actos de rebeldía. Y también a las limitaciones con que la democracia restablecida se planteó las dos últimas décadas de pervivencia de la prisión, que no ha podido quedar como lugar de memoria, porque se prefirió derribar y sepultar, más que recordar.