Con el fin de calmar a sus hijos y ayudarles a adentrarse en el sueño, madres de todo el mundo han cantado a sus hijos melodías tranquilas, simples y repetitivas, llenas de amor y silencio. Proponemos un recorrido a dos voces que tratará de unir la intimidad del folclore con la complejidad de la partitura.
Cuando cae la noche y el mundo se vuelve más pequeño, las madres en todos los rincones del mundo han inventado canciones suaves, hechas de amor y silencio, para arrullar el sueño de los niños. Cada cultura ha dado forma a sus propias nanas, adaptándolas a los ritmos y melodías de su música folclórica, como si la tierra misma susurrara cómo mecer a sus hijos. En ellas laten la lengua, los valores, las esperanzas y los temores más íntimos.
Son nuestras primeras canciones, pero también memorias vivas, rituales cotidianos que cruzan generaciones. Pero la nana ha viajado más allá del regazo familiar: la música académica, con su afán de explorar lo humano, también ha recogido su esencia y la ha llevado a nuevos espacios. Compositores de distintas épocas y geografías han reinterpretado ese gesto universal, creando obras que conservan la intimidad del arrullo mientras dialogan con la complejidad del arte sonoro.
Proponemos, entonces, un recorrido por estas dos vertientes: la voz popular y la voz culta, el canto que nace del corazón del pueblo y el que se transforma en partitura. Ambas se encuentran, se reconocen, y juntas nos invitan a escuchar el susurro más antiguo del mundo: el que dice “duerme, estoy aquí”.
