En 1969 Philip Zimbardo dejó dos coches idénticos abandonados, ambos con la ventana rota, en dos barrios distintos, uno más deprimido que otro, con el fin de analizar si la conducta antisocial no depende solo de “quién eres”, sino si depende también de las señales del entorno. Y comprobó que lo que dispara la conducta antisocial o delictiva son las señales de deterioro, lo cual es aplicable a ciudades con basura, grafittis o menos iluminación.
Este experimento que nos trae María Gómez, autora de "La buena compañía" (Ed. Temas de Hoy), muy conocida como merigopsico en redes sociales, es aplicable a situaciones del día a día tales como el abuso en la escuela o el maltrato en pareja y se conoce como la "filosofía de la ventana rota". Para explicarlo, nuestra colaboradora habla de moral individual y de contrato social, ese acuerdo implícito que nos recuerda que formamos parte de una comunidad.
María Gómez explica la importancia de no dejar que el deterioro crezca en las relaciones personales. A la menor señal, hay que actuar porque, de lo contrario, la situación se normaliza y es más difícil cambiarla. Por establecer el paralelismo, si no se repara esa "ventana rota" hay más posibilidades de que llegue el vandalismo. Y, si no reparas ese daño, podría interpretarse la situación como que existe vía libre para la impunidad. El incumplimiento de las normas tiene consecuencias, dice Gómez, porque no actuamos en un vacío, sino en sociedad.