Pocos lugares reflejan con tanta claridad la convivencia entre lo religioso y lo festivo como Gandía. La ciudad combina la solemnidad de su Palacio Ducal con el ambiente popular de su plaza Major. Dos símbolos resumen esa dualidad: San Francisco de Borja, patrón de la ciudad, y el Tío de la Porra, figura emblemática de sus fiestas.
Cada año, el primer fin de semana de octubre, Gandía celebra la Fira i Festes, una cita que une generaciones. El viernes, la ciudad despierta al sonido del tambor que anuncia la llegada del Tío de la Porra. Con su uniforme colorido, sus gafas grandes y su nariz exagerada, este personaje recorre las calles para cumplir su misión más esperada: liberar a los escolares y dar comienzo a la fiesta.
Los niños lo reciben con entusiasmo y los adultos reviven los recuerdos de su infancia.
En la plaza Major, el alcalde entrega simbólicamente la vara de mando al presidente de la Federació de Falles, lo que marca el inicio oficial de las celebraciones.
Alicia Izquierdo, primera teniente de alcalde y concejala de Patrimonio Cultural, destaca que estas tradiciones “mantienen viva la identidad local y refuerzan el sentimiento de comunidad”.
El legado de los Borja
A pocos metros del bullicio festivo, el Palau Ducal dels Borja recuerda el pasado histórico de Gandía. En este edificio nació una de las familias más influyentes del Renacimiento europeo. De su linaje surgieron dos papas —Calixto III y Alejandro VI— y un santo: Francisco de Borja, duque que renunció a los privilegios para dedicarse a la vida religiosa.
El palacio conserva espacios únicos, como el Salón de Coronas, con retratos de los duques y una rica decoración de azulejos y artesonados, y la Galería Dorada, encargada a principios del siglo XVIII con motivo de la canonización del santo. Su diseño, dividido en cinco salas y con un elaborado juego de luces y espejos, fue concebido para realzar el poder y la devoción de la familia.
Según Estela Pellicer, directora del Palacio Ducal, otra de las joyas del edificio es la Sala de la Tierra y el Cielo, con más de 1.500 piezas de cerámica valenciana, que representan los cuatro elementos —tierra, agua, aire y fuego— en un conjunto simbólico que refleja la conexión entre lo humano y lo divino.
El arte del fuego: el Museu de les Falles
Más allá del palacio y las fiestas patronales, Gandía también rinde homenaje a otra de sus grandes tradiciones: las Fallas. Para quienes visitan la ciudad fuera de marzo, el Museu de les Falles de Gandía ofrece un recorrido por esta manifestación cultural, declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
El museo recoge maquetas, bocetos y ninots indultats —las figuras que cada año se salvan de las llamas—, mostrando la evolución del arte fallero desde los primeros modelos de cera hasta las creaciones actuales en poliestireno. “La historia de las fallas es la historia de un pueblo que convierte la sátira en arte”, explica Mari Pau Plana, coordinadora del museo.
La exposición también dedica un espacio a la indumentaria tradicional, con trajes antiguos y actuales confeccionados con sedas naturales y bordados en oro. En la Mascletà Virtual, una experiencia inmersiva, los visitantes pueden vivir la intensidad del ruido y las vibraciones de una mascletà real sin salir del museo.
Gandía combina historia, religiosidad y fiesta popular en un mismo escenario. Su patrimonio ducal, el fervor por San Francisco de Borja, el colorido del Tío de la Porra y el arte efímero de las Fallas conforman una identidad única.
Entre la devoción y el sonido del tambor, la ciudad reafirma cada año su carácter: una comunidad que celebra su historia y su presente con la misma pasión.
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