10.000 lugares para viajar con Ángela Gonzalo Chemnitz, la sorpresa de Sajonia30/11/2025

Chemnitz no se entiende sin sus fábricas, sus chimeneas y sus torres. Mucho antes de convertirse en un destino cultural emergente, esta ciudad al pie de los montes Metálicos fue un hervidero de innovación tecnológica, producción textil y construcción mecánica. En sus calles se respiraba —literalmente— el ritmo de las máquinas. Hoy, la antigua “Chemnitz la Hollinienta”, apelativo que recibió por el denso hollín que cubría la ciudad, ha logrado transformar ese pasado industrial en patrimonio, museos y rutas urbanas que atraen a visitantes de todo el mundo.

De mercado medieval a potencia industrial

El origen de Chemnitz se remonta al siglo XII, cuando la construcción de un monasterio con derechos de mercado marcó el nacimiento de un núcleo urbano en el cruce de rutas comerciales como la Böhmische Steige. Pronto, en el siglo XIII, la ciudad obtuvo autogobierno y se desarrolló como centro artesanal.

El verdadero impulso llegó en 1357 con el privilegio de blanqueo, que otorgó a Chemnitz un papel central en la producción y procesamiento textil del Margraviato de Meissen. En el siglo XVII, un tercio de la población vivía del lino, el hilado o el teñido. Este temprano dominio textil fue la base sobre la que, ya en el siglo XVIII, surgieron los primeros talleres mecanizados. A comienzos del siglo XIX, mientras la Revolución Industrial avanzaba de forma desigual en Europa, Chemnitz se convirtió en uno de los primeros núcleos fabriles de Alemania.

La segunda mitad del siglo XIX transformó radicalmente la ciudad. Con la llegada de la línea ferroviaria Chemnitz–Riesa en 1852, la industria explotó: empresas como Richard Hartmann AG y Germania se convirtieron en gigantes internacionales de la ingeniería mecánica y la producción de locomotoras. Las fábricas trabajaban las 24 horas del día alimentadas por enormes pilas de carbón, y las chimeneas —grandes y pequeñas— expulsaban un aire espeso y malsano que oscurecía el cielo.

Esa imagen, que inspiró al joven Ernst Ludwig Kirchner durante su estancia en la ciudad, convirtió el paisaje industrial de Chemnitz en un icono. El expresionista describió el ambiente como colorido pero “malsano”, lleno de edificios angulosos y columnas de humo que marcaban la vida cotidiana.

El crecimiento fue tan rápido que en 1883 Chemnitz ya era una gran ciudad, y a principios del siglo XX superaba los 320.000 habitantes. Barrios enteramente nuevos —Kaßberg para las clases acomodadas, Sonnenberg y Brühl para los obreros— surgieron a ritmo vertiginoso. La ciudad era, sin duda, el corazón industrial de Sajonia.

El paisaje vertical: torres y chimeneas que cuentan la historia

La transformación urbana no solo se medía en fábricas: también se expresó en la verticalidad. Varias torres históricas y contemporáneas permiten hoy al visitante recorrer la historia industrial y arquitectónica de Chemnitz:

El Jakobikirchturm, torre medieval reconstruida tras su destrucción en 1945, recordaba al joven Kirchner la historia más antigua de la ciudad mientras se abría paso entre las fábricas.

El Roter Turm, del siglo XII, sobrevivió como prisión y símbolo urbano a pesar de la demolición de las antiguas murallas.

La torre de Schubert & Salzer, construida en 1927, combinó tecnología, funcionalidad y diseño moderno. Su reloj y su depósito de agua la convirtieron en emblema de la fábrica de máquinas textiles.

Y en pleno siglo XXI, la gigantesca chimenea de 302 metros de la planta de cogeneración Nord, decorada en 2013 por el artista conceptual Daniel Buren en siete colores brillantes, se ha convertido en el monumento más visible de la ciudad y, probablemente, en la obra de arte más alta del mundo.

Estas estructuras, que van desde fortalezas medievales hasta instalaciones industriales repensadas como arte público, narran la evolución de Chemnitz mejor que cualquier libro.

La Segunda Guerra Mundial dejó una profunda huella: en marzo de 1945, el centro de la ciudad quedó prácticamente arrasado. En la posguerra, Chemnitz —rebautizada desde 1953 como Karl-Marx-Stadt— fue el motor mecánico de la República Democrática Alemana. Pero la modernización socialista implicó grandes cambios urbanos: el antiguo centro no se reconstruyó y surgió un trazado completamente nuevo, funcionalista y amplio.

Tras la reunificación, la ciudad recuperó su nombre histórico y emprendió una profunda restauración de barrios señoriales como Kaßberg o Sonnenberg, así como de numerosos edificios industriales convertidos en espacios culturales y empresariales.

Hoy, el visitante puede explorar ese legado en el Industriemuseum Chemnitz, ubicado en una antigua nave fabril de más de un siglo. Allí, locomotoras, máquinas textiles, motores de vapor y robots industriales trazan el recorrido de tres siglos de innovación.

A pocos pasos, el Kunstsammlungen Chemnitz exhibe obras que reflejan el espíritu de aquella época, entre ellas las de Kirchner o Martha Schrag. Ver una pintura como “Fábricas de Chemnitz” mientras, a través de la ventana, se divisa el perfil de la ciudad es comprender por qué Chemnitz ha sido siempre un laboratorio de modernidad.

Más información en este link https://4dinfo.net/chemnitz-la-sorpresa-de-sajonia/

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