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Coronavirus

Bodas con mascarillas y sin baile: el 'boom' de casarse en 2021 tras el parón de la pandemia

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Boda en Santa Cruz de Tenerife
Las mascarillas y el aforo limitado marcan las bodas en pandemia

¿Casarse, aunque sea con mascarilla, sin baile y pocos invitados, o esperar otro año? A este dilema se enfrentan miles de novios que tenían planificada su boda para 2021 desde antes de la pandemia, o que la aplazaron en 2020 por las restricciones del coronavirus. Para Nerea y José, que se iban a casar en junio de este año, la decisión la determinó el miedo a que hubiera un brote en su celebración: la retrasaron 14 meses, hasta agosto del próximo año.

"El riesgo sería igual que yendo en metro, pero si se contagia alguien en nuestra boda y le pasa algo no nos lo perdonaríamos en la vida", explica Nerea. Como enfermera en un hospital y habiendo pasado el virus, conoce de cerca el peligro de esta enfermedad, lo que le llevó en febrero a tomar la difícil decisión. Llevaba desde diciembre de 2019 organizando hasta el último detalle de la ceremonia, así que para ella retrasarla fue "terrorífico".

Al otro lado están Noelia y Sergio, que mantienen la fecha de su boda en agosto, como ya habían previsto también desde antes de la irrupción de la COVID. Se plantean la posibilidad de atrasarla porque suponen que de aquí a verano "habrá mucha gente que no pueda ir porque no estén vacunados", según cuenta Noelia.

Además, la boda se celebraría en Extremadura y la familia del novio reside en Andalucía, por lo que de continuar el confinamiento perimetral buena parte de los invitados no podrían asistir. Por lo pronto, ya han reducido el número de asistentes de 190 a entre 100 y 120.

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"Las bodas se han multiplicado de forma exponencial"

Este año ha supuesto un ‘boom’ para las bodas tras el parón casi absoluto de 2020. La empresa de organización de ceremonias Grandes Momentos, que el año pasado solo organizó tres, ahora ya tiene reservados casi todos los fines de semana de mayo a agosto. Según el INE, en el primer semestre de 2020 los matrimonios se desplomaron un 60%, 28.000 frente a los más de 72.000 del año anterior.

"La gente ha vuelto a retomar la ilusión y se ha multiplicado de forma exponencial" el número de celebraciones, señala Enrique Cabrera, responsable de eventos de la empresa. Asegura que se ha llegado prácticamente a niveles de 2019 y que muchos novios ya están reservando para 2022 y algunos incluso para 2023, porque "quieren una boda limpia, sin mascarillas ni restricciones".

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A las parejas les ha animado el anuncio del fin del estado de alarma el próximo 9 de mayo, lo que ha supuesto que en los próximos meses se concentren las bodas previstas para este año más las aplazadas desde 2020. Grandes Momentos, que antes organizaba una boda por fin de semana, ha tenido que crear varios equipos para poder hacer tres al mismo tiempo.

Con las limitaciones actuales, están reducidos los aforos en las iglesias o en los ayuntamientos donde tiene lugar la ceremonia y también en los restaurantes y fincas donde se hace el convite. Las mesas solo pueden ser de cuatro o seis personas, dependiendo de si es un interior o un exterior, y todos los asistentes deben llevar mascarillas si no están comiendo o bebiendo.

Además, está prohibido el baile: la celebración se debe hacer en la mesa asignada. Todo ello sobre el papel, porque, como cuenta Manuel, que ha asistido a varias bodas en el último año, se cumple o no dependiendo de los organizadores del evento.

"Las bodas, cuando tienes muchas, son una pasta. Pero ahora con la COVID, como las fincas suelen ser laxas, es la única manera de tener una buena fiesta, con música, DJ y baile. Es muy buen plan", reconoce. En la última celebración a la que asistió, el pasado fin de semana, se pidió que no se subieran vídeos a las redes sociales, ya que se incumplían algunas medidas de seguridad.

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Cabrera explica que ante esta prohibición muchos deciden optar por otro tipo de entretenimiento: "música en directo, bingos, concursos, magos o humoristas". Lo que sea para animar una celebración que, con estas restricciones, supone "estar hasta ocho horas sentados" en el mismo sitio.

Test PCR para poder asistir

Aparte de las mascarillas, las bodas se han transformado completamente tras la llegada del virus. En lugar de cóctel o barra libre, las copas y la comida se lleva a la mesa, hay "gel por todos lados", como dice Cabrera, y según en qué celebraciones, se mide la temperatura al entrar.

Según cuenta Manuel, en una boda pedían un test de antígenos negativo para poder asistir y en otra exigían una PCR. Ha cambiado también el horario. Ahora, con el toque de queda, las bodas se celebran por la mañana. También lo han hecho los aforos: antes de aplazar su boda un año, Nerea se planteaba reducir los asistentes de 150 a 70.

Otra opción, como la que han tomado Ana y Miguel, es casarse este año y celebrarlo en un futuro. "Desde el principio teníamos claro que no íbamos a celebrarlo", asegura ella. Decidieron su boda en octubre del año pasado, ya en plena pandemia, por lo que sabían que no habrá un "bodorrio" hasta dentro de unos años.

"Tenemos intención de hacer la ‘boda boda’, pero no tenemos prisa. Preferimos hacerlo cuando ya haya pasado todo esto, e incluso a lo mejor cuando ya tengamos hijos", comenta. Cuando firmen los papeles, previsiblemente este verano, harán una cena con su familia cercana y otra con un puñado de amigos, "máximo 20", pero nada más.

Organizar una boda en dos semanas

Otro gran cambio que ha traído el coronavirus es el tiempo de preparación. Si antes las bodas se planificaban con un año o dos de antelación, ahora "hay que montar y desmontar bodas en una o dos semanas", dice Cabrera.

Por ejemplo, su empresa había organizado durante un año y medio una boda para este mes, pero una semana antes de celebrarse dieron positivo los dos padres de la novia y la han tenido que aplazar hasta junio.

"Aplazar una boda supone coordinar a los 14 proveedores para que puedan estar en el nuevo día", asegura. Una tarea difícil para una empresa, pero más aún si es la novia quien lo organiza, como le ocurrió a Nerea. "Hemos tenido que cambiar el sitio y la fecha la cambié como cuatro veces en una semana", lamenta.

Aunque muchas reservas se las mantuvieron sin coste adicional, tuvo que pagar de nuevo la finca donde se celebraba, el fotógrafo, la peluquería y algunas decoraciones. "Solo con el cambio de lugar ya son 4.000 o 5.000 euros más".

Para ella, el cambio de fechas no solo supuso "mucha ansiedad", pérdida de dinero y volver a organizar todo, sino que también un cambio vital respecto a su familia. Querían tener un segundo hijo tras la boda, pero con el aplazamiento ya no tienen tan claro qué hacer. "Retrasarlo más de un año y medio, con la edad que tiene el primero, no me cuadraba. Hemos vuelto la vida del revés", señala.

¿Luna de miel, sí o no?

A la incertidumbre de la boda se añade para muchas parejas la difícil planificación de la luna de miel. Nerea y José querían irse un mes a Estados Unidos en su primer plan para casarse este verano. Con la pandemia, lo han cambiado por irse 17 días a Italia, pero también quieren viajar tras la nueva fecha de su boda.

Este otro viaje "sería un poco más light, no puedo gastarme 6.000 euros en el viaje y luego otros 6.000 más la boda", reconoce. Ana y Miguel también quieren hacer "una escapadita" tras casarse este verano, pero no saben a dónde. En un principio quería viajar a un sitio cercano, pero no está segura, ya que "ahora mismo es más fácil irte a México que volar a Europa", explica.

Todas las parejas coinciden en algo: tener un plan B por si hay contagios o algún cambio de última hora en su boda. En tiempos de pandemia nada está seguro -"la lista de invitados está en stand by", asegura Nerea-, y todo podría cambiar de un día para otro. La esperanza común es que avance la vacunación y la ceremonia puede celebrarse "como si no hubiera pandemia", remata.