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La escopeta del calibre 36 con la que Froilán se disparó en el pie

  • Se trata por tanto de un calibre reducido y relativamente poco común
  • A menor número de perdigones, más grandes y mayor índice de mortalidad 

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En cualquier munición de arma de fuego hay tres elementos básicos a considerar para analizar su capacidad destructiva, pero uno de ellos condensa la capacidad del arma. Se trata del calibre, que mide en milímetros (en Europa continental) o en pulgadas (en el mundo anglosajón) el diámetro del cañón.

Como esta dimensión es determinante en el tamaño del cartucho utilizado, es el dato que se emplea como medida de potencia del disparo, especialmente en las armas de ánima rayada como rifles, pistolas o revólveres.

En las escopetas, que suelen ser de ánima lisa, se emplean en cambio otras medidas que tienen que ver con los otros dos puntos clave de cualquier munición: las características del proyectil (peso, forma, número) y la carga de pólvora propulsante.

Las escopetas disparan cartuchos que están compuestos por una carga propulsante en la base y un número de perdigones esféricos en el extremo, todo ello dentro de un paquete de cartón o plástico que sirve como contenedor. La base aloja el fulminante encargado de iniciar la detonación.

El objetivo del cartucho es dispersar una nube de perdigones, cuya capacidad de herir o matar a diferentes distancias depende del número y el tamaño de los perdigones, y también de la cantidad de pólvora que los propulsa.

En general a menor número de perdigones más grandes mayor mortalidad y distancia; cuantos más perdigones y más pequeños menor el alcance y la letalidad, excepto a distancias muy cortas, pero mayor apertura de la nube y por tanto menor puntería necesaria. Los perdigones eran antes de plomo, pero en la actualidad la preocupación por la contaminación medioambiental los ha reemplazado por otros materiales (acero, bismuto o tungsteno).

La medida tradicional de la potencia de fuego de las escopetas es un tanto extraña, puesto que aunque se habla de calibre (en español o; gauge en inglés) no se trata de un diámetro, sino de un peso.

El llamado ‘calibre’ de una escopeta es el número de perdigones de plomo con el diámetro del cañón que hacen falta para sumar un peso de una libra (453,59 gramos). El nombre proviene de cuando la denominación de los cañones de artillería dependía del peso del proyectil que disparaban, y se hablaba así de artillería de tres, o de nueve libras. De ahí que técnicamente una escopeta del calibre 36 sea un arma que dispara perdigones tales que 36 de ellos del mismo diámetro que el cañón pesarían una libra.

En la práctica esto se corresponde con un diámetro de la boca de fuego (o calibre convencional) de 12 mm, o 0,410 pulgadas. La longitud del cartucho 36 puede ser de 65 mm, con una carga de 11 gramos de pólvora, o de 50 mm, con 9 gramos de carga. Normalmente las versiones de caza llevan entre 7 y 9 perdigones, aunque las de tiro al plato pueden llevar muchos más. El calibre anglosajón .410 tiene el mismo diámetro, pero su longitud es de 3 pulgadas (76,2 mm) y tiene por tanto mayor carga de pólvora.

Se trata por tanto de un calibre reducido y relativamente poco común, menos potente que el tradicionalmente utilizado para caza menor, que es el conocido como calibre 12, pero con características balísticas similares en un arma más pequeña y manejable.

El calibre 36 se suele emplear para cazar animales muy menudos, como zorros, conejos o pequeños pájaros, y la variante 410 bore se emplea en el tiro al plato olímpico. Al tener menor diámetro y carga el retroceso es más sencillo de controlar que en un arma de mayor calibre, por lo que es una buena escopeta de introducción al tiro.