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España es considerado
uno de los países
del conjunto europeo
donde más y en mejor
estado de conservación
se encuentran hábitats
y biodiversidad.
Son precisamente
nuestros Parques Nacionales
los que encierran gran parte
de esta singular biodiversidad
en flora y fauna
y la mayoría de los mejores
y más valiosos paisajes
de nuestra geografía.
Situados en espacios
de alta montaña,
volcánicos, marítimos,
bosques mediterráneos y humedales,
reúnen los parajes más singulares
de nuestro país.
Aquí comienza la historia
de la creación de los dos primeros
Parques Nacionales en España.
En dos espacios de montaña
de excepcional belleza,
comenzó en 1918 la andadura
de nuestros Parques Nacionales:
la montaña de Covadonga,
predecesora del actual Parque
Nacional de los Picos de Europa,
y el Valle de Ordesa,
hoy Parque Nacional de Ordesa
y Monte Perdido.
Desde aquí, desde la vertiente
asturiana de Picos,
concretamente,
en el Puerto de Pándebano,
comenzamos el merecido homenaje
a aquellos que hicieron posible
la creación de los dos primeros
Parques Nacionales en España.
En el norte de la Península Ibérica,
a caballo entre Asturias,
León y Cantabria,
se encuentra uno de los espacios
naturales de montaña
más singulares de España.
Cumbres calizas, pastos, matorrales,
frondosos bosques
y caudalosos ríos,
profundamente encajados,
se reparten unos territorios
de geología muy variada y singular,
albergando una riquísima
fauna y flora.
Estamos en el Parque Nacional
de los Picos de Europa.
La historia de su creación
está ligada a la de D. Pedro Pidal,
ponente en las Cortes Generales
de la Ley de Parques Nacionales
de 1916
y promotor de la declaración
de la Montaña de Covadonga
como primer Parque Nacional español
en 1918.
Sin duda, usó su relación
con el rey Alfonso XIII
que cultivaba
en las jornadas de cacería,
especialmente en Picos de Europa,
para pedir el apoyo de la Corona
a la creación de los primeros
Parques Nacionales Españoles.
Encontró el respaldo necesario
y con un amplio eco
en la prensa de la época,
el rey inauguró
el primer parque nacional.
La fecha elegida,
el 22 de julio de 1918,
pretendía conmemorar el aniversario
de los 1200 años de la revuelta
de los Astures
y el inicio de la Reconquista,
uniendo así estos dos símbolos
de la historia oficial
y el paisaje nacional.
Al aprecio de Pedro Pidal
por estas montañas,
que conocía tan bien,
debemos la protección
de lo que fue el germen
del Parque Nacional
que hoy disfrutamos.
Descendiente de una saga
de terratenientes asturianos,
era un conocido cazador de osos
y rebecos, además de alpinista.
Fue la primera persona conocida
en coronar el Naranjo de Bulnes.
El 5 de Agosto de 1904,
junto con un pastor leonés,
Gregorio Pérez de María,
apodado el Cainejo,
comenzó la ascensión.
Provistos de una simple cuerda
de cáñamo
y desconocedores de las técnicas
del alpinismo moderno,
esta pintoresca pareja realizó
una escalada pionera,
complicada y llena de peligros.
Tras muchas dificultades
estos alpinistas, ebrios de emoción,
consiguieron coronar
la cima del Urriellu.
Desde sus 16 925 hectáreas
iniciales,
el Parque Nacional ha crecido
hasta las 67 455 actuales,
convirtiéndose en el segundo
en extensión
de los parques nacionales españoles.
Es Reserva de la Biosfera,
lugar de interés comunitario
y zona de especial protección
de aves.
El paisaje de los Picos de Europa
se estructura en tres grandes
bloques o macizos
delimitados por las gargantas
de los ríos
Sella, Cares, Duje y Deva.
El Oriental o Ándara,
el Central, Los Urrieles
y el Occidental o Cornión.
En el entorno de estos ríos
habitan y se alimentan
especies como la nutria
y el mirlo acuático.
En sus aguas cristalinas viven
truchas y salmones atlánticos.
La historia geológica
de los Picos de Europa
ha quedado marcada
por las grandes deformaciones
acaecidas
durante las orogenias
Varisca y Alpina,
que plegaron y elevaron
sucesivamente
las grandes masas de calizas
depositadas bajo el mar
que bordeó el norte de esta región
hasta el período Carbonífero.
Aunque la erosión que modeló
el entorno de los ríos principales
se había iniciado ya
durante las últimas fases
de la orogenia Alpina,
el paisaje que hoy conocemos
es fruto de la interacción
entre glaciarismo
y procesos kársticos
a lo largo del Cuaternario.
La retirada de los hielos nos dejó
lagos como los de Enol y Ercina,
y numerosos circos
y relieves característicos,
con grandes morrenas como
la de la Llomba del Toro, en Ávila.
En paralelo,
la disolución de las calizas
por la abundante agua de lluvia,
infiltrada en una densa red
de grietas y fisuras,
activó diferentes procesos
que han convertido esta región
en uno de los grandes sistemas
kársticos del mundo.
En superficie, lapiaces, dolinas,
poljes o valles ciegos,
salpican el paisaje de Picos.
Bajo la superficie se manifiesta
un modelado kárstico
todavía más espectacular,
con numerosas simas,
algunas de ellas
entre las más profundas del mundo,
galerías y una red de ríos
subterráneos
con impresionantes surgencias.
El paisaje de Picos también es fruto
de la continuada presencia humana.
La ganadería extensiva entre valles
y pastos de alta montaña,
el aprovechamiento de leñas
y maderas a pequeña escala
y el cultivo de las áreas
más próximas a los pueblos
han contribuido poderosamente
a la configuración
del paisaje actual.
Sin embargo,
el abandono de estas actividades
ha desencadenado la reocupación
de muchos espacios por el bosque,
quizás ausente de ellos
desde hace cientos de años.
En lo más profundo
del bosque cantábrico,
el escaso urogallo reivindica
un espacio cada vez más difícil
en estas montañas.
El monarca de estos bosques
es el oso.
Poderoso y señorial,
evita el contacto con el hombre
en un territorio
que siempre le fue propio.
Por encima del bosque encontramos
algunos mamíferos característicos,
abundantes como el rebeco,
o escasos como el dinámico armiño.
Al abrigo del roquedo,
el águila real saca adelante
a su prole,
mientras el quebrantahuesos,
recién reintroducido,
parece deseoso de recuperar
el territorio perdido.
La riqueza faunística y florística
de estas montañas
está correlacionada con la variedad
de biotopos existentes en ellas
y con el fuerte contraste
altitudinal.
212 especies de vertebrados,
134 especies de mariposas diurnas,
un 55 % de las especies
de mamíferos peninsulares,
1750 especies y subespecies
de flora vascular,
y un 25 % de la flora liquénica
peninsular
están representadas
en este territorio,
que tan solo cubre el 0,1 %
del total del país.
Más allá del valor individual
de sus componentes naturales,
si algo caracteriza
a los Picos de Europa
es la espectacularidad,
funcionalidad,
armonía y belleza de sus paisajes.
No en vano fue el espacio natural
elegido
para iniciar la andadura
de los Parques Nacionales en España.
A este parque se le uniría
unas semanas más tarde,
concretamente
el 16 de agosto de 1918,
el Parque Nacional
del Valle de Ordesa,
ubicado en el Pirineo oscense.
La importancia paisajística
y natural
de este magnífico escenario
de montaña
había sido dada a conocer
por el trabajo de los pirineistas
franceses,
especialmente Lucien Briet.
Nacido en París,
era un apasionado de la montaña
y de la fotografía.
Sus aficiones le llevaron a recorrer
el Pirineo Aragonés
que se convirtió
en su verdadera obsesión.
Plasmó sus viajes por la montaña
en varios libros y artículos
y en una colección de fotografías
que usaría
para defender la necesidad
de proteger
este impresionante
espacio natural.
Ordesa cuenta con 15 696 hectáreas.
Es Reserva de la biosfera,
Patrimonio mundial
y Geoparque de la Unesco,
lugar de interés comunitario
y zona de especial protección
de aves.
Dentro del Parque Nacional
destaca el macizo de Monte Perdido.
Con sus 3355 metros
es la montaña calcárea más alta
de Europa occidental.
Flanqueado por otros dos picos,
el Cilindro y Soum de Ramond,
forman una divisoria
hasta llegar al pico Marboré
en la frontera
entre España y Francia.
Desde esta divisoria
derivan los valles
de Ordesa, Añisclo, Escuaín
y Piñeta,
esculpidos en su recorrido
por los ríos
Arazas, Bellós, Yaga y Cinca,
respectivamente.
Ríos típicamente pirenaicos,
que salvan fuertes desniveles
con pendientes pronunciadas.
Son de aguas turbulentas
y un marcado carácter torrencial
ligado al deshielo
de comienzos de la primavera.
Son frecuentados por el inquieto
mirlo y la dinámica nutria.
En los remansos de los ríos,
dos endemismos,
el tritón pirenaico
y la rana pirenaica,
encuentran el hábitat
para su desarrollo.
El paisaje de Ordesa
es un conjunto de crestas, agujas,
cañones y profundos valles,
fruto de las fuerzas tectónicas
que intervinieron en su formación,
a las que se sumaron posteriormente
la acción glaciar,
fenómenos periglaciares
y la propia erosión fluvial.
La roca predominante en el Parque
es la caliza,
a la que el agua ha ido disolviendo
a través de millones de años,
dando lugar a profundos cañones
como el de Escuaín o Añisclo
y a un relieve kárstico singular,
tanto superficial como subterráneo.
Los hielos del Cuaternario
se encargaron de esculpir
profundos valles en forma de U
como el de Ordesa y Pineta,
gracias a la acción erosiva
de enormes lenguas glaciares
de hasta 800 metros de altura.
El paisaje de Ordesa también
es fruto de la acción humana.
La agricultura a pequeña escala
y el pastoreo
contribuyeron a la configuración
del paisaje actual.
El fuerte contraste altitudinal,
los distintos tipos de suelos,
climas y orientaciones,
hacen de este parque nacional
un lugar
con una extraordinaria
riqueza biológica.
El guardián de las cumbres
es el quebrantahuesos.
Con una dieta prácticamente
a base de huesos,
mantiene una población estable
en la zona.
La cada vez más escasa
cabaña ganadera
y la necesidad de sacar adelante
a los individuos preadultos
han hecho que desde 1989
el Parque Nacional mantenga puntos
de alimentación suplementaria.
Mientras observan desde las alturas,
los primeros en acudir
son los cuervos
y, a continuación,
una horda de buitres leonados.
Pacientes en la comida,
cuando terminan los buitres
es el turno de los quebrantahuesos,
a los que acompañan algún alimoche
y en ocasiones el esquivo arrendajo.
Un total de seis especies
de anfibios, ocho de reptiles,
dos de peces, 65 de aves
nidificantes y 32 de mamíferos,
constituyen una amplia muestra
de la fauna pirenaica.
1300 especies de flora vascular
y unos 50 endemismos pirenaicos,
suponen la mitad de la flora
y endemismos del Pirineo aragonés.
Por encima del bosque,
los pastizales de montaña
tapizan de verde las cumbres.
El acentor alpino,
el colirrojo tizón,
la collalba gris y el sarrio,
son algunos de los habitantes
de las alturas del Parque.
También es el territorio
de las marmotas.
Tan solo necesitan pasto y un suelo
donde excavar sus galerías.
Aunque desaparecieron hace tiempo,
la reintroducción en la vertiente
norte por cazadores franceses
en los años 50 del siglo XX,
favoreció que volvieran a ocupar
el territorio
que siempre les fue propio
en la vertiente española.
Más abajo, comienza el bosque,
primero tímidamente con la presencia
del pino negro,
y a continuación
los bosques de hayas,
mezclados con pino silvestre
y abetos
junto a un cortejo de frondosas,
que en otoño tiñen de color
el Parque.
Bosques frecuentados por el sarrio,
donde intenta sacar adelante
año tras año a su prole.
También es el hogar
de las aves forestales
que aquí encuentran
refugio y abrigo.
En los profundos cañones
de Añisclo y Escuaín,
sus peculiares condiciones
favorecen en algunos abrigos
la presencia de flora
típicamente mediterránea.
Ordesa es un lugar mágico y único
donde la observación de sus paisajes
y su fauna asociada
nos permite revelar
algunos de los misterios
de la naturaleza en Pirineos.
Desde 1918, los Parques Nacionales
de nuestro país
se han ido incrementando
progresivamente
y se encuentran integrados
en la Red de Parques Nacionales.
Suman un total de 385 000 hectáreas
y suponen el 0,76 %
de todo el territorio español.
Su gestión es cuidada y mantenida
por más de 1500 trabajadores.
El disfrute social
es, junto con la conservación,
uno de los objetivos
de los parques Nacionales.
La afluencia de visitas
se ha incrementado
en las últimas décadas
hasta superar la cifra
de diez millones por primera vez
en el año 2000, llegando
a los quince millones en 2016.
Este volumen de visitantes
supone un reto para su conservación,
pero al mismo tiempo demuestra
que el disfrute de la naturaleza,
ha pasado a ser un patrimonio común
compartido por todos los ciudadanos.
Como hace 100 años, el pico Urriellu
y el valle de Ordesa,
parecen recordarnos la necesidad
de cuidar
nuestro patrimonio natural.
Han sido muchos
los que han contribuido
a que hoy podamos disfrutar
de estos espacios singulares
y, por ello,
nuestro más sincero homenaje.
Bosques y montañas,
humedales, roquedos y costas,
seguirán por muchos años protegidos,
por el centenario manto protector
de nuestros Parques Nacionales.
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Una serie única. El capítulo resume una historia de 100 años y ahí siguen "nuestros" Parques Nacionales viendo pasar el tiempo...