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Sudáfrica, los hijos de Comboni

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Los misioneros combonianos llegaron hace casi un siglo a estas tierras sudafricanas.
Los misioneros combonianos llegaron hace casi un siglo a estas tierras sudafricanas.

La misión de Waterval se encuentra al noreste de Sudáfrica, a más de 400 kilómetros de Johannesburgo. Los misioneros combonianos llegaron hace casi un siglo a estas tierras. Desde entonces no han dejado de acompañar a la minoría católica y de preocuparse por los más pobres. A mediados de 2015, un grupo de mujeres se organizó para atender a los niños más desprotegidos de Waterval. Se pusieron en contacto con el padre Clément y consiguieron que el ayuntamiento les cediera este terreno. Todos los días, de lunes a viernes, al acabar la escuela los pequeños vienen hasta aquí. La mayoría son huérfanos que perdieron a sus padres por culpa del SIDA. Viven con sus abuelas o sus tías. Todos ellos son muy pobres. Este original proyecto ha sido bautizado como “Akanani”. Una palabra zulú que viene a significar “construyendo juntos”.

Las mujeres del proyecto “Akanani” se sienten identificadas con los pequeños porque muchas de ellas crecieron sin padres. Las dos abuelas del grupo se encargan de cocinar la “papa” que, para muchos de ellos, será la única comida del día. Consiste en un puré de maíz acompañado por una salsa elaborada con restos de carne o de pescado, según el día. Además de escucharles y darles de comer, además de ayudarles con los estudios y cuidar de su salud, las mujeres de Akanani visitan sus casas y sus escuelas para hablar con familias y profesores. Se ocupan de los niños de un modo integral. Aunque no dispongan de muchos recursos.

El padre Clément, párroco en la misión de Waterval se ha convertido en el acompañante perfecto para el proyecto “Akanani”. Ninguna de las mujeres es católica, pero no tienen problema en rezar las oraciones que propone el misionero. En África el ecumenismo no es un documento o una semana de actos extraordinarios. Aquí el ecumenismo es el pan nuestro de cada día. Rezar, dar vida y reír. Las tres acciones se conjugan en esta misión comboniana cada vez que el padre Clément se reúne con estas doce mujeres valientes.

Rafael

El padre Rafael tiene 50 años y lleva 25 como comboniano. Acaba de iniciar su segunda etapa en Sudáfrica donde ya estuvo en una misión rural durante ocho años. De ahí fue destinado a España donde estudió la carrera de Periodismo y trabajó en la revista “Mundo Negro”. Durante seis años compaginó la universidad y la prensa con la atención pastoral a los inmigrantes de habla inglesa, especialmente nigerianos. Desde hace unos meses sus superiores le han encomendado una nueva tarea, la de dirigir el centro pastoral más importante para los combonianos en Sudáfrica, el de María Trost en Lydenburg.

Mariano

En la casa provincial que los misioneros combonianos tienen en Johannesburgo vive y trabaja el padre Mariano. Es de Villarrabé, un pequeño pueblo de Palencia cercano a Saldaña. Llegó a Sudáfrica en 1990, tres semanas antes de que liberasen a Nelson Mandela de la cárcel. Entre 1998 y 2004 estuvo en Madrid como director de la revista “Mundo Negro”. Y en 2005 regresó de nuevo para trabajar en la misión de Mount Frere. Desde hace un par de años el padre Mariano es el ecónomo provincial de los misioneros combonianos en Sudáfrica. De él depende el sostenimiento económico de los 35 religiosos y las nueve misiones que tienen repartidas por el país. El gobierno español le acaba de premiar. El padre Mariano no ha dejado de estar con la gente. Todas las semanas celebra una misa en la parroquia de Santa Ana, que es la más cercana a su casa. Se trata de una celebración muy especial a la que acude toda la comunidad educativa del único colegio católico del barrio, el de las dominicas. A pesar de que la mayoría de los profesores y alumnos -incluido el director- son protestantes, todos participan en la eucaristía semanal que forma parte de su proyecto educativo.

Vicente

El padre Vicente siempre ha estado con los más pobres. Estuvo en Burundi ocho años hasta que expulsaron a los combonianos por denunciar el genocidio. Luego pasó otros ocho años en Kenia, la mitad con los masai y la otra mitad en un suburbio de Nairobi. Desde hace nueve años compagina las clases de Teología con su presencia entre los descartes de Sudáfrica en Pietermaritzburg.

La comunidad eclesial de base se reúne todas las semanas en alguna casa. Hoy, con la visita de los sacerdotes aprovechan para celebrar la eucaristía. El salón de la familia de Trévor se ha quedado pequeño para acoger a la comunidad. El padre Vicente preside la misa con la que también se despide de su trabajo con las comunidades de base. El padre Vicente lleva nueve años como profesor de Sacramentos y Misionología en el Instituto Teológico. Le ha llegado la hora de jubilarse y de decir adiós a África después de 33 años de entrega en Burundi, Kenia y Sudáfrica. Vicente es un misionero con todas las letras. Sus clases trascienden las aulas. Su huella entre profesores y alumnos será difícil de borrar.