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John Banville: "La última palabra que escribiría antes de morir sería 'deleite': He disfrutado del mundo"

  • RTVE.es entrevista al autor irlandés por su última novela, La guitarra azul
  • Su protagonista, Oliver Orme, es el personaje "más horrible" que ha creado
  • "Escribir es mi manera de absorber el mundo", confiesa el escritor
  • "Ser artista implica exigir mucho de quien te rodea. No he sido un buen padre", revela

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John Banville presenta en Madrid su última novela 'La guitarra azul'

Algo tan aparantemente simple como una copa de vino blanco y un pincho de tortilla sirven para sacar la sonrisa más radiante a John Banville, todo un maestro de las letras y uno de los escritores en lengua inglesa vivos más reconocidos internacionalmente. El Premio Booker, Premio Kafka y Premio Príncipe de Asturias de las Letras se entrega de modo afable, educado y cercano en las -para muchos autores engorrosas- entrevistas de promoción en Madrid de su última novela, La guitarra azul, (Alfaguara, 288 páginas,19,90 €) calificada por la crítica internacional como obra de arte.

Con su prosa delicada y cercana a la poesía, Banville narra en su habitual primera persona la historia de Oliver Orme, un pintor abandonado por su musa y ladrón por placer, que roba a su amigo Marcus a su esposa Polly. "Es el personaje más horrible que he creado, pero también es divertido, y quizás sea más duro consigo mismo de lo que se merece", explica a RTVE.es sobre el protagonista, con el que asegura "no tener absolutamente nada en común".

Sí espera, no obstante, compartir con él, aparte del sexo masculino -"una mujer nunca podría comportarse tan mal"-, el sentido del humor y del ridículo: "El otro día coincidíamos un amigo y yo en que no tener sentido del humor sería horrible, una discapacidad como no tener un brazo o una pierna", sostiene el escritor irlandés, cuya última novela rebosa humor, igual que el resto de su obra.

El poder erótico de robar

El autor de El mar (2005) confiesa poder "imaginar el poder erótico de robar" que embarga a su personaje y revela que una vez en su vida también robó: "Un maravilloso volumen de poesía de Dylan Thomas cuando tenía 15 años de la biblioteca de Wexford, pero les he dejado 2.000 euros en mi testamento, pero no soy un ladrón", dice con media sonrisa.

Sin embargo, Banville sí ha hurtado algo, si bien no objetos materiales, sí ecos de poetas y pintores en La guitarra azul, en la que pueden reconocerse versos de John Keats, Lord Byron, Rilke o Wallace Stevens, de quien también toma prestado el título de la obra, por su poema "El hombre de la guitarra azul". El poema, que alude a la guitarra azul de Picasso, habla sobre cómo el arte transforma las cosas "y coge lo ordinario y te muestra cuan extraordinario puede llegar a ser", aclara el autor.

La insatisfacción permanente

Su última novela no es la primera ni la última que la crítica define como "obra de arte", pero el que debería convertirse en el quinto escritor irlandés en ganar el Nobel de Literatura -y unir así su nombre al de su admirado Samuel Beckett- no lo comparte e, incluso, detesta todos sus libros: "Todas las obras de arte son fracasos porque su objetivo es la perfección y no se puede llegar a ella", defiende Banville, si bien concede: "fracasas más, fracasas mejor".

Hay una obra con la que sí está "contento", La rubia de los ojos negros, escrita bajo el nombre de su alter ego de novela negra, Benjamin Black, en la que toma la pluma de Raymond Chandler para resucitar al detective Philip Marlowe. El motivo: "Tenía puesta la máscara de Chandler".

Escritor metódico para el que ponerse en la piel de Black son vacaciones porque "escribe muy rápido y le da igual la frase", para ponerse a trabajar necesita estar solo, pero "oyendo los sonidos del mundo". Y es que en su estudio en el centro de Dublín está en un edificio con un gran patio interior en el que, después del colegio, juegan los hijos de los inmigrantes que habitan en él: "Sus voces suben y es como si fuesen voces de los ángeles. Es una delicia total y no podría escribir sin ello. No podría pasar sin ello, ni sin los e-mails. Me encantan y soy totalmente adicto, es como si el cartero te llamase a la puerta cada diez minutos", confiesa divertido.

Morir escribiendo

Cuidador preciosista del estilo literario, el autor de El libro de las pruebas (2014) habla a través de Oliver Orme cuando este dice: "Lo que me interesa no son las cosas tal como son, sino cómo se ofrecen para ser expresadas. La forma de expresarlas es todo". Y es que, para Banville, lo importante, más allá de las tramas y los personajes, son las palabras porque construir frases significa "estar vivo", como ya loó en su bello discurso del Premio Príncipe de Asturias en 2014.

Pese a que para él "escribir es la manera de absorber el mundo", sostiene no haber aprendido "nada" en los 58 años que lleva haciéndolo y que todo es "suerte, accidentes, errores o tropiezos", pero cree que si muriera mañana no podría lamentarlo porque ha tenido "una vida maravillosa" que se ha pasado "trabajando con las frases".

Y, es tal su devoción por la literatura, ya sea como Banville o Benjamin Black, que le gustaría que la muerte le encontrase en su mesa de trabajo y escribiendo. "¿Cuál sería la última palabra que me gustaría escribir? Mi palabra preferida en inglés es lilac (lila), podría ser esa; o delight (delicioso, deleite, placer) porque creo que he disfrutado del mundo… A los artistas les gusta decir '¡oh, qué vida tan dura!; sí es difícil, pero es deliciosa", concluye.

"Ser artista implica exigir mucho de quien te rodea. No he sido buen padre"

"La verdad es que nunca he vivido. Siempre he estado a punto". Es otra de las demoledoras conclusiones a las que llega el personaje de Oliver Orme en La guitarra azul. Esta no la comparte su creador, que piensa largo rato antes de responder a la pregunta de si ha vivido: "Supongo que sí he vivido... he amado, he tenido hijos, he cometido errores garrafales magníficos… eso para mí sí que podría ser una definición de vivir. No lamento mi vida, pero ser un artista es exigir mucho de la gente que rodea, quizás demasiado. Estoy seguro de que no he sido un buen padre para mis hijos", afirma John Banville, que tiene cuatro hijos con las dos mujeres con las que convive habitualmente -dos con su esposa y otros dos con su compañera-. "Nunca me decido si ha sido por egoísmo, pero ¿habría sido igual si hubiese sido un fontanero? A lo mejor simplemente utilizo el arte como excusa para protegerme. Pero el problema es que el arte gasta tanto tiempo y tanta personalidad, que come al ser, o al menos esa es la excusa que yo pongo", añade el escritor, al que ninguno de sus seres queridos le ha reprochado este presunto abandono, lo que le vale para concluir que tiene "razones para estar muy agradecido".