La cara que muestra la capital de Bosnia-Herzegovina es la suya de siempre, la de una ciudad monumental rodeada de montañas y surcada por ríos de agua excelente; la de un pueblo de orígenes y credos diversos forzado a convivir y entenderse. Sarajevo se esfuerza por ser la misma, pero hay heridas que no cicatrizan en un par de décadas. La guerra de Bosnia, el asedio al que fue sometida durante más de tres años, ha dejado un rastro de dolor y melancolía que se aprecia al pasear por lugares marcados por la tragedia como la apodada Avenida de los Francotiradores, la Biblioteca Nacional o el propio aeropuerto. Los cálidos y hospitalarios sarajevitas saben disfrutar del presente, pero ni quieren ni pueden olvidar las atrocidades que la comunidad internacional fue incapaz evitar.
