Con la Tercera de Mahler ("Lo que me dice el bosque") nos introducimos en la inmensidad del bosque, símbolo de vitalidad, regeneración, misterio. En el XVIII era escenario para la caza, principalmente: Sinfonía "La caza" de Leopold Mozart, Las Estaciones de Haydn. Beethoven amaba el bosque y los árboles le susurraban músicas: la oropéndola en su Quinta Sinfonía, la canción escocesa "Sunset". Weber es quien inicia el bosque oscuro, con voces demoníacas: la escena de la Garganta del Lobo en El cazador furtivo. Este bosque es el origen de la épica de Wagner: "Murmullos del bosque" de su ópera Sigfrido, donde los árboles vibran, y donde habita el destino del héroe, que un pájaro encantado le revela. Bosques reveladores. La corriente melancólica: Schumann y el solitario que se integra con la espesura/muerte: "En el extranjero", de sus Lieder opus 39. Brahms casi lo mismo: su canción "En la soledad del campo". Bruckner tiene el bosque profundo en su Cuarta Sinfonía, pero también una merendola de monteros en el Scherzo. Mahler siente una gratitud exultante por el bosque, pero también refleja el bosque oscuro, proyección de su conciencia atribulada: "Los ojos azules de mi amor". Sin embargo, el compositor más integrado con el bosque es Sibelius, que hacía sinfonías-bosque, sin rumbo, con desasosiego, con negras incertidumbres, sin luminosidad: Tapiola, que era el dios del bosque finés. Se comprueba la teoría de Jung: el bosque, como el mar o el abismo, representa el miedo al inconsciente. Terminamos con Bartók: en su bosque nocturno se opera la metamorfosis del héroe, transformación mágica: Preludio opus 5 y "Elegía" de su Concierto para Orquesta. Propina: Pinos de Roma de Respighi, por la Vía Apia. ¡¡Que vienen los romanos!!...
