Siempre lo he sospechado. Talento hay. Embudo en la industria también. Porque sí, porque no siempre es fácil conjugar los intereses, los beneficios, con aquello que brilla, con aquello que conmueve. ¿Y quién soy yo para decir qué o quién brilla? Pues, tienen razón: nadie. Pero lo sigo sospechando. Hay talento. Basta con echar un vistazo a la Guía del Ocio, al Babelia, a Radio 3, al Ojo Critico, a Días de Cine, elijan ustedes. Y, luego, echarse a la calle, al concierto, al cine, o al teatro. Ya me dirán si tengo razón. De cada cinco o seis obritas que se vean , al menos tres o cuatro les van a hacer disfrutar, las van a comentar en las cañas de después, les va a remover vísceras y cerébro por igual. Hace mucho tiempo ya -desde siempre-, que el teatro se ha vuelto aguerrido, provocador, multidisciplinar, lo mismo hablan que cantan, que mezclan video o que bailan. La vida. Hace tres días lo vi en El Pavón con Blackbird. Ya no quedan entradas. Pásense por cualquiera de ellos: La Abadía, la Sala Pequeña del Español, el Lara..., lo de la Gran Vía ya es otra historia. Y quédense con los nombres: Andrés Lima, Alfredo Sanzol, Miguel del Arco, Natalia Menéndez. De todo esto hablamos con el actor Chema Adeva (Tarde para la Ira/Gaviotas Subterráneas), en una charla sobre su trayectoria profesional. Es fácil mirar atrás y reconocer la maestría de aquellos que ya fueron. Lo difícil es saber verlo aquí y ahora. Ellos son nuestro teatro actual. Y son brillantes.
