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¿Somos la clase obrera europea unos privilegiados?

GEN PLAYZ

  • La explotación que nuestras grandes empresas llevan a cabo sobre el Tercer Mundo es un pilar fundamental por el cual tenemos niveles de seguridad, sanidad, educación y acceso a elementos de consumo relativamente superiores a los del resto del mundo
  • Gen Z Topics: artículos escritos por jóvenes de la generación Z

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La clase obrera del primer mundo
La clase obrera del primer mundo

El capitalismo, en su necesidad expansiva, ha internacionalizado las lógicas de explotación y acumulación. Las grandes empresas comenzaron a expandirse amparadas por sus Estados "cuna" a finales del siglo XIX hasta haber copado, entrado el siglo XX, cada rincón del planeta, llevándose por delante modos de producción anteriores y masacrando a pueblos enteros. Hoy, bajo el fundamento inquebrantable de la búsqueda por todos los medios de la maximización del lucro, los grandes capitales se conectan de un país a otro, fusionándose en un esfuerzo cooperativo de extracción y explotación parasitaria a lo largo de todo el mundo.

Sin embargo, el hecho de que el sistema capitalista haya llevado a cabo este proceso de "mundialización", subordinando a sus intereses lucrativos a la especie humana y a los recursos naturales, no significa que todas las regiones del mundo cumplan el mismo papel y sufran con la misma crudeza y violencia las externalidades negativas de la acumulación de la riqueza en pocas manos. El Tercer Mundo y las periferias se desangran como consecuencia de procesos productivos parasitarios fundamentales para que las regiones avanzadas sostengan niveles de consumo irracionales. Ante tal evidencia, cabe preguntarnos: ¿somos las clases trabajadoras europeas unas privilegiadas?

Una pregunta con muchas aristas

Esta cuestión debería responderse con un nítido "depende". Cuando el capitalismo occidental conquistó todas las tierras del planeta para su explotación en beneficio de un puñado de magnates industriales y financieros, previa alianza con las burocracias estatales y los dirigentes políticos de la burguesía, comenzaron las guerras interimperialistas. Todos querían trozos enormes de un pastel -el mundo colonizado- que, habiéndose adjudicado ya en su totalidad, podía volver a repartirse únicamente a través de la violencia entre los grandes estados imperialistas (esto lo aprendimos de Lenin y de su El imperialismo, fase superior del capitalismo). Los pueblos europeos, entonces, vivieron el terror de la guerra en sus propias carnes; fueron guerras que les eran ajenas en sus intereses, pero que les (nos) fueron muy presentes en lo concreto, sufriéndolas en primera persona.

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial y la configuración de un régimen imperialista coordinado en el que los grandes estados (Francia, Alemania, Japón, etc.) dejaron de guerrear (siguieron, eso sí, compitiendo) y se colocaron bajo el paraguas y el mando de Estados Unidos, las burguesías de las regiones poderosas entraron en una fase de estabilidad y de cooperación que aseguraba el beneficio para todos dentro del marco de la dominación por la fuerza de las regiones empobrecidas y periféricas. Hoy, el capitalismo necesita una movilidad absoluta de capitales entre una rama y otra, entre una región y otra.

En tal contexto, como expone Arghiri Emmanuel en su artículo El proletariado de los países privilegiados participa en la explotación del Tercer Mundo, se comenzó a "repartir con ciertas capas privilegiadas de obreros la torta de la explotación internacional" hasta alcanzar un punto en el que "la diferencia entre los white collar y los obreros de cada país rico era mínima en comparación con el abismo que separaba a los obreros de los países avanzados de los de los países subdesarrollados".

“Se comenzó a repartir con ciertas capas privilegiadas de obreros la torta de la explotación internacional hasta alcanzar un punto en el que la diferencia entre los ‘white collar’ y los obreros de cada país rico era mínima en comparación con el abismo que separaba a los obreros de los países avanzados de los de los países subdesarrollados”

- Arghiri Emmanuel-

Una parte pequeña -pero suficiente- del beneficio obtenido por los países avanzados en su explotación internacional se destina -especialmente en Europa- a sendos programas sociales y a unos salarios que son, por lo general, suficientes para mantenernos lejos de los niveles de vida miserables a los que son condenadas las grandes capas trabajadores del Tercer Mundo. Luchas sindicales y políticas mediante, lo cierto es que a los grandes capitalistas de Europa les fue muy rentable la "contención" de la conflictividad social obtenida mediante un reparto más "amable" a nivel nacional de los beneficios extraídos de la superexplotación de las periferias.

Tenemos "lo suficiente" en el marco de un modelo que necesita explotar a las mayorías para sostenerse. Efectivamente, mientras sigamos aceptando colectivamente este sistema económico (fundado sobre la explotación del hombre sobre el hombre), la explotación que nuestras grandes empresas llevan a cabo sobre las periferias y el Tercer Mundo seguirá siendo un pilar fundamental por el cual tenemos niveles de seguridad, de sanidad y educación o de acceso a elementos de consumo de avanzado valor tecnológico relativamente superiores a los del resto del mundo, ni más ni menos. Mantener estos niveles de vida sin explotar al resto del planeta sería posible, pero requeriría la sustitución del actual modelo productivo por uno no fundado sobre la base de la acumulación incesante de capital.

Un "sin embargo" crucial

No obstante, hay que detenerse en este punto y clamar un firme "¡sin embargo!", pues lo dicho arriba puede llevar a confusión. Las clases trabajadoras de las regiones avanzadas no toman las decisiones políticas y empresariales por las que se afianza la violencia sobre el Tercer Mundo. "Nosotros" no llevamos adelante golpes de Estado ni trazamos planes corporativos de extracción de recursos como el coltán. Es cierto que, de alguna forma, tomamos una posición de clase relativamente alineada con esta dinámica general al votar sistemáticamente a partidos políticos que no ponen en cuestión los fundamentos generales del sistema; sin embargo, lo hacemos mediados por una superestructura política e ideológica que nos empuja a ello. Además, como sabemos, el apartado electoral es únicamente una parte de lo político y del poder.

El gran "pero" de esta serie de evidencias debe ser una enorme prudencia para no caer en el inmovilismo del "podrías estar peor". Es cierto que, con las migajas de la explotación a las periferias, "vamos tirando". No obstante, ni esta situación es justa, ni es sostenible, ni es en el fondo tan ventajosa para nosotros, los sectores humildes de Europa, que seguimos, en el plano interno, explotados por los capitalistas de nuestros países. Por supuesto que nuestro nivel de consumo es superior al de las periferias, pero seguimos inmersos en un circuito de extracción de plusvalía y de precarización que es inherente al capitalismo, especialmente en su etapa actual marcada por una caída generalizada de la ganancia y por crisis que se atropellan la una a la otra. Además, tal como deja claro Charles Bettelheim en Los trabajadores de los países ricos y pobres tienen intereses solidarios, hay que evitar una falsa creencia: que un aumento en los salarios de las regiones desarrolladas supondrá una reducción en las regiones subdesarrolladas, y viceversa.

“Ni esta situación es justa, ni es sostenible, ni es en el fondo tan ventajosa para nosotros, los sectores humildes de Europa, que seguimos, en el plano interno, explotados (…) inmersos en un circuito de extracción de plusvalía y de precarización que es inherente al capitalismo”
En realidad, el nivel de los salarios en cada caso es resultado de la lucha de clases concreta, ya que los salarios -los nuestros también- son un mero coste de producción que disminuye o aumenta el beneficio particular del capitalista. Así, ni siquiera tienen sentido las visiones falsamente "pragmáticas" por las que se defiende que, aunque sea injusto, debemos elevar la competitividad -que a menudo quiere decir elevar la explotación del Tercer Mundo- de nuestras grandes empresas para cuidar nuestro propio nivel de vida.

Es fundamental hacer un último apunte de carácter práctico: las fuerzas humanas y naturales existentes son de sobra suficientes para que todos, en todo el mundo, vivamos una vida decente. Pero para lograrlo habría que tener en cuenta quizá dos premisas: 1) abandonar la tendencia al consumo irracional en nuestros países y 2) sustituir el actual sistema, fundado en la maximización del lucro, por otro estructurado y dirigido en función de las necesidades globales de la humanidad y particulares de cada sociedad.

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Eduardo García es politólogo y maestrando en Relaciones Internacionales. Colabora con diferentes medios como El Salto Diario o Descifrando la Guerra, en materia de política internacional.