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GEN Z TOPIC

¿En qué consiste ser pijo?

  • Es difícil que alguien que no ha nacido pijo logre serlo algún día
  • Hay en el pijerío un je ne sais quoi innato, una gracia que se tiene o no se tiene, y que si se tiene no se pierde jamás

Por
Gen Playz - Focus Group: ¿Pijo se nace o se hace?

Este artículo ha de versar sobre los pijos. Desconozco si la autoridad competente de Playz me lo ha encargado a mí porque sospecha que, aunque sólo sea por experiencia, algo del tema sabré, o si porque todos los que podían escribir al respecto mucho mejor que yo declinaron la invitación a hacerlo, acaso observando que la cuestión del pijerío es banal, fútil y, por ende, indigna de un artículo. Tampoco es descartable que lo echaran a suertes y que el ganador del sorteo fuera yo; aunque, bien pensado, lo de «ganador» es relativo porque ahora, mientras rumio el texto y redacto sus primeras líneas, caigo en la cuenta de que escribir sobre los pijos no es nada sencillo. Resalto todo esto ―la complejidad del asunto, mi incapacidad para desenmarañar esa complejidad― sólo para que el lector sea indulgente si las líneas que siguen le resultan titubeantes o estúpidas o ambas.

Lo primero que debería reconocer alguien que se acercase con honestidad intelectual a la cuestión es que el término «pijo» es ambiguo, confuso, equívoco. Lo que pretende designar una persona que lo utiliza no tiene por qué coincidir con lo que pretende designar otra persona que también. Algunos amigos míos ―supongo que menos pijos que yo― consideran pijas a personas que para mí no lo son en absoluto, mientras que otros ―deduzco que éstos mucho más pijos que yo― no consideran pijas a personas que para mí lo son rotunda, innegablemente. Yo mismo les pareceré pijo a quienes tengan bajo el listón del pijerío y tan sólo un simulacro, un intento de pijo ―y qué mal, porque lo último que pretendo es ser un pijo― a quienes lo tengan un poco más alto.

Lo que no es un pijo y lo que sí

Digo que el término es ambiguo porque se presta a múltiples reduccionismos. Hay gente que considera pijo a quien es simplemente elegante, y eso es un error. Efectivamente, el pijo suele preocuparse por su indumentaria, gasta en ropa lo que otros preferimos gastar en whiskey y en libros y procura que se lo reconozca por su forma de vestir. No obstante, uno debe rechazar esta identificación entre elegancia y pijerío porque, primero, se puede ser elegante sin ser pijo y, segundo, se puede ser pijo sin ser, ay, especialmente elegante. Muchos pijos usan zapatos como las New Balance ―hoy las Veja, misma prenda con distinto logotipo―, las Superga o las Pompei, calzados pijos, pijos hasta la náusea, que, sin embargo, en mi modestísima opinión, no son nada elegantes. Ser pijo no es lo mismo que ser elegante porque ser elegante no es lo mismo que gastar mucho dinero en ropa. Uno puede vestir bien sin atenerse a los códigos de vestimenta del «pijerío», y es esa verdad esencial la que niegan quienes asocian perezosamente al hombre pijo con el hombre elegante.

Hay otros que identifican al pijo con la persona que tiene dinero y, además, hace ostentación de él. Está claro que tener dinero, o haberlo tenido, o tenerlo y hacer ostentación de él, o hacer ostentación de él sin tenerlo, o tenerlo sin hacer demasiada ostentación de él, es uno de los rasgos de lo pijo, pero, aun así, no me atrevería a hermanar pijerío y riqueza. De hacerlo, habría de aceptar que el hombre que viste pantalones naranjas y tiene un yate atracado en Puerto Banús, o ese otro que exhibe su Ferrari rojo por las calles de Pozuelo, o aquél que lleva trajes negros de Dolce & Gabbana con corbatas de idéntico color, es pijo, cuando la realidad es que sólo es un hortera con ínfulas, lo que los pijos de verdad consideran un «nuevo rico», esto es, una encarnación del sinsentido.

Hay personas que, por último, identifican pijerío y frivolidad, y tienen razón pero no del todo. Es cierto que el pijo es por naturaleza superficial, que juzga según las apariencias y que se distancia instintivamente de quienes no pertenecen a su grupo. También es cierto que se toma la vida a la ligera, como un esteta, y que consagra sus días a actividades recreativas dudosamente enriquecedoras: mus, golf, croquet. Pero hermanar frivolidad y pijerío me parece injusto. La frivolidad no es patrimonio de los pijos; de hecho, la mayor parte de la sociedad contemporánea es asfixiantemente frívola, y probablemente lo hayan sido también la mayoría de las personas que han pisado la tierra a lo largo de los siglos. No podemos cargar sobre las espaldas de los pijos un pecado que es común; ni siquiera ellos merecen tamaña injusticia.

Pero si no es una persona elegante, ni una adinerada, ni una frívola, ¿qué es entonces un pijo? Tiendo a pensar que lo pijo resulta de la unión de esos tres rasgos. Una persona rica no es necesariamente pija, tampoco lo es una persona frívola, menos aún una elegante. Pero el pijo es alguien rico, frívolo, presumido. Quizá no sea el más elegante, pero disfruta gastando el dinero en ropa; quizá no sea el más rico, pero dinero tiene, y más del que yo pediría si se me concediese la posibilidad de pedir un deseo; quizá los haya más frívolos que él, pero no será, desde luego, porque él no lo sea.

Pijo se nace

El riesgo está en que, una vez conocida la esencia de lo pijo, alguien que no lo es y quiera serlo se ponga manos a la obra. Ese intento culminará inexorablemente en fracaso. Es difícil que alguien que no ha nacido pijo logre serlo algún día. El determinismo genético es falso en general, pero verdadero en este caso concretísimo. Hay en el pijerío un je ne sais quoi innato, una gracia que se tiene o no se tiene, y que si se tiene no se pierde y que si no se tiene no se alcanza. Por eso los intentos de pijo me resultan al tiempo heroicos ―porque se sublevan contra el determinismo genético como el héroe contra el destino― y ridículos ―porque fracasan―, y los pijos se me aparecen como rescoldos de esa vieja aristocracia decadente que resistía las acometidas de los acaudalados burgueses. Rescoldos paródicos, sí, pero rescoldos al fin y al cabo.

A mí me gustaría hacer de Mr. Wonderful y decir que quien no sea pijo y quiera serlo puede alcanzar sus sueños y que quien sea pijo y quiera dejar de serlo también, pero mentir está muy feo. Además, cuanto antes asuma uno la realidad, mejor que mejor. Si no ha nacido pijo, nunca lo será, por más ímpetu y billetes que invierta en la misión. Y si, en cambio, ha nacido pijo, puedo garantizarle que lo será para siempre. Suena cruel, sí, pero ¿qué no lo es hasta cierto punto en este valle de lágrimas?