Enlaces accesibilidad
ENTREVISTA

PsiCall: cuando la universidad se convierte en referente en atención psicológica

  • ¿Conocías la existencia de PsiCall, el servicio de atención psicológica a distancia de la Complutense?
  • Sus consultas han aumentado un 195% en el curso de la pandemia
  • "No es que hagamos una psicoterapia por teléfono, sino que ayudamos a la gente a dimensionar lo que les está pasando"

Por
PsiCall
PsiCall

Francisco José Estupiñá Puig es profesor contratado doctor y coordinador de PsiCall"Lo que hago es coordinar todo lo que es la parte asistencial. Esto se traduce en trabajar con seis personas con becas de alta formación especializada, que llevan parte del servicio, y un equipo de operadores, que dependiendo del momento del año pueden ser hasta 24 personas y que normalmente son estudiantes del master de psicología general sanitaria."

Todos ellos están en PsiCall en régimen formativo y de voluntariado. "Lo que llamamos un aprendizaje y servicio", aclara el profesor. La labor de estos estudiantes voluntarios consiste en prestar ayuda a los compañeros que lo necesitan. De paso, reciben formación específica sobre todo lo que tiene que ver con la atención psicológica. A raíz de la pandemia su trabajo se ha duplicado. Lo que más atienden son casos de ansiedad y de depresión, pero también tienen a estudiantes que sufren discriminación por razón de género o de su orientación sexual. Aunque mejor que nos lo cuente Francisco José Estupiñá, la persona que lleva desde 2017 al frente de este servicio para estudiantes.

P: Para empezar y para quien no lo conozca, ¿qué es Psicall?

R: Lo que ofrecemos es la posibilidad de que si alguien tiene inquietudes, que puedes ser académicas o de la vida, se pongan en contacto con nosotros y que tengan la ocasión de, o bien por teléfono o por correo electrónico, compartir estas inquietudes con un psicólogo. A esto lo llamamos un consejo psicológico. No es que hagamos una psicoterapia por teléfono, sino que ayudamos a la gente a dimensionar qué es lo que les está pasando. Si en un momento dado entendemos que la situación por la que atraviesa un estudiante requiere de una intervención propiamente dicha, pues tratamos de procurarle los medios para que tenga esa intervención.

P: ¿Cuándo nació Psicall y con qué objetivo?

R: Nosotros empezamos a coger el teléfono en junio de 2017. El servicio lógicamente tuvo toda una trayectoria previa de diseño y de preparación, así que en realidad estaríamos a punto de cumplir nuestro quinto aniversario. Lo que pasa es que aproximadamente la mitad de este período de actividad ha estado marcado por la situación de pandemia, que ha obligado a que nos replanteáramos muchas de las cosas que estábamos haciendo y que nos preparáramos más para atender una mayor demanda.

P: Entre los alumnos, ¿cuál es el patrón que más se repite?

R: Lo que seguimos viendo, sobre todo, son consultas hechas por estudiantes que tienen experiencias de ansiedad y de depresión, lo que vendrían a ser desórdenes emocionales de diversa consideración. Desde cosas que son fluctuaciones normales del estado de ánimo y que son consistentes con el contexto en el que estamos todos en general, y luego algunas personas con problemáticas con más entidad. Pero fundamentalmente la ansiedad y la depresión es lo que nos encontramos con más frecuencia. Consecuencias directas de la pandemia: personas que han perdido acceso a las redes de apoyo que tenían, que las actividades de ocio que les servían para mantener su equilibrio han desaparecido o que se han encontrado de golpe con cargas sobrevenidas de personas cercanas que están afectadas por la enfermedad, etc.

P: ¿Cuál es el protocolo a seguir?

R: Nosotros trabajamos con una cantidad bastante extensa de protocolos. La gente tiene que pasar un tiempo preparándose antes de poder empezar a coger el teléfono. Al final, lo que hacemos es por un lado un cribado de los indicadores emocionales y de otro tipo, como por ejemplo la ideación autolítica, si las personas están pensando en hacerse daño y si piensan que el mundo funcionaría mejor si ellos no estuvieran. Luego tratamos de monitorizar todos esos indicadores, y en función de ellos y la interacción que tenemos con las personas, tratamos de valorar si lo que tenemos delante es una persona que está teniendo dificultades para lidiar con las situaciones de la vida y que puede recibir un apoyo puntual de nuestro servicio mediante la orientación, recibiendo informaciones específicas o simplemente dotándole de un espacio para hablar de sus problemas. Si en cambio lo que tenemos delante es alguien con una necesidad de un trabajo más intensivo, en cuyo caso tenemos la capacidad de ofrecerle dentro de un marco de tiempo limitado una atención psicológica individual. Si lo que vemos son necesidades que trascienden eso, entonces intentamos conectar a la persona con los recursos necesarios ya sea dentro de la universidad o fuera de ella. Intentamos hacer una labor de enlace en este caso. A veces los recursos de los que estamos hablando no son recursos psicológicos, sino que pueden ser recursos legales o incluso habitacionales o de otro tipo.

P: Siendo el suicidio la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años y la primera si hablamos de muerte no natural. ¿Qué estamos haciendo mal?

R: Bueno, al final venimos de alguna forma a paliar malestares que son un poco producto de la sociedad en la que vivimos. Las soluciones a los problemas psicológicos no tienen que ver únicamente con que haya más psicólogos. Sí, debería haber más disponibilidad y el acceso a los servicios de psicología debería ser más democrático y accesible a todas las personas, pero también deberíamos tener condiciones de vida que minimicen un poco el que las personas se puedan sentir desesperanzadas. Ahí hay cosas que quizás dependen menos de nosotros como que venga una pandemia global en un momento dado. Pero luego hay otras cosas que sí que tienen que ver con condiciones de vida y con realidades como las de maltrato, familias disfuncionales... Situaciones que pueden llevar a las personas a pensar que la vida no tiene nada para ellos.

P: ¿Un poco las consecuencias de la precariedad que estamos viviendo?

R: Nosotros recibimos llamadas de personas que se identifican dentro del colectivo LGTBIQ+ con historias muy duras. Discriminación, rechazo incluso por parte de sus propias familias... Personas que han sido muy dañadas por la vida y por las personas que en principio deberían cuidarles más por el hecho de ser diferentes en su orientación sexual.

P: ¿Estas discriminaciones se reproducen también en la universidad?

R: La universidad al final es un subconjunto de la sociedad, y en ese sentido es verdad que tiende a ser un entorno un poco más progresista que el que podemos encontrar en el conjunto de la sociedad, pero a la vez no deja de ser un reflejo de la misma. Las mismas actitudes que se pueden dar fuera, se dan dentro. Y dentro de la universidad hay acoso sexual, discriminación por razón de género, por razón de la orientación sexual, del origen étnico o por motivos religiosos. Es verdad que las universidades en su conjunto, y la Complutense en particular, tratan un poco de tener los deberes hechos y de disponer de mecanismos para luchar contra ese tipo de prácticas. El problema está en que en todas estas situaciones el eslabón más imprescindible y el más débil de la cadena es la persona que se encuentra en esa situación. Es esa persona quien al final se tiene que revelar contra esta situación y quien tiene que tratar de movilizar los mecanismos de ayuda que las universidades tenemos disponibles. La Complutense tiene una unidad de igualdad y de diversidad, pero a menudo no se conocen. De hecho el grandísimo problema que tenemos con el Psicall es precisamente el darnos a conocer en un entorno muy cambiante. Las personas que empezaron a oír el mensaje de que Psicall estaba disponible en 2017 es probable que ya se hayan graduado y se hayan ido de la universidad. En realidad necesitamos mantener una estrategia de comunicación constante para que los estudiantes de nuevo acceso sepan que existimos.

P: Sin embargo, han salido varias noticias que indican que vuestras consultas han aumentado un 195% en el último año. ¿Deberíamos alarmarnos?

R: En ese sentido, es verdad que durante la pandemia nuestro dispositivo alcanzó una visibilidad muy grande. La comunidad universitaria se hizo muy consciente de la necesidad del apoyo psicológico y se difundió bastante. Ahora la pandemia va aflojando y por suerte hay más gente de que está al tanto de que estamos por ahí, pero es un trabajo que tenemos siempre que cuidar que no sea efímero. A veces nos encontramos con casos de personas que nos dicen que no han llamado antes porque pensaba que solo era para tratar cuestiones académicas o solo para si lo estás pasando mal con los exámenes. O gente que nos dice: "yo es que no he llamado porque en el fondo no estoy tan mal". Y no es así, no tiene que llamar solo quien crea que está fatal.

P: ¿El estigma en torno a la salud mental entonces sigue ahí?

R: Sí, es un estigma que existe y es un temor contra el que algunas personas se enfrentan rechazando la posibilidad de pedir ayuda. Precisamente una de las ventajas de PsiCall es que en ese momento en el que estás solo, necesitas ayuda y ves más o menos claro que lo estás pasando mal, pues tienes la posibilidad de levantar el teléfono y pedir ayuda en ese momento. Hay personas que no llamarían a un gabinete para pedir una terapia, pero que consideran en un momento dado levantar el teléfono y llamarnos. Eso hace que logremos bajar las barreras de acceso que hay a la atención psicológica, porque ofrecemos una atención que potencialmente es menos invasiva, intensiva, pero que tiene la capacidad de hacer una detección temprana de esas personas que sí que necesitan una atención más intensa aunque no sean conscientes de ello. Hay muchas personas que no saben cómo procurarse un psicólogo. No saben por dónde empezar, no tienen la capacidad de pagarlo o que no lo quieren compartir con sus padres porque ellos piensan que es una tontería o cualquier historia por el estilo. Entonces, nosotros estamos en una situación en la que podemos ayudar a esas personas.

P: ¿A qué achacas este aumento de las consultas después de la cuarentena?

R: Hay que planteárselo como algo que ha venido ocurriendo en fases. El funcionamiento de muchas personas en estas fases ha podido ser paradójico. Ha habido personas que tenían trastornos de ansiedad muy importantes, que tenían que ver con la interacción social, que durante el confinamiento estuvieron maravillosamente bien porque la vida les había simplificado un conjunto de variables que a ellos les hacía pasarlo mal. O sea el confinamiento o la etapa en la que estamos ahora no afecta igual a todo el mundo. Aunque es verdad que cuando vemos la big picture, apreciamos que la situación inicial tuvo mucho de lo que llamamos estrés agudo provocado por una situación sobrevenida y que tenemos la capacidad de afrontar por un corto período de tiempo. Todos recordamos el inmenso cansancio de las últimas semanas del confinamiento o cómo todo el mundo se lanzó a la calle a pasear en cuanto nos dejaron. Eso habla de ese estado tan agudo de estrés. Lo que ocurre es que este estrés no ha terminado, sino que se ha transformado. Seguimos con un cierto estrés crónico y nos encontramos con actitudes que al final reflejan un poco eso. Incluso las actitudes de evasión o la gente que ahora tiene comportamientos imprudentes, de alguna forma también se pueden entender como una intención de romper con ese estrés. Lo que pasa que hay gente que se pasa de frenada en ese proceso.

P: Con las redes sociales y la sobre exposición continua a la que estamos sometidos, ¿corremos el riesgo de frivolizar con las enfermedades mentales?

R: En general, las redes sociales no son ni buenas ni malas. En ese sentido, las investigaciones que tenemos disponibles sobre lo que se denomina el estigma. Es decir, la idea de que tener un problema de salud mental, un problema de bienestar psicológico o estar haciendo cosas para recuperar tu bienestar psicológico es algo malo o dice cosas malas de ti. Sabemos que la principal herramienta que tenemos disponible para romper un poco con ese estigma es conocer y tratar con normalidad a personas que tienen problemas de salud mental y descubrir, que efectivamente, la gente tiene depresiones y es normal. No es bonito, ni agradable, pero están ahí y son tu vecina, tu amiga, gente que conoces de las redes, etc. Por un lado, toda esa visibilidad contribuye a que se normalice y eso en sí mismo es positivo. Otra cosa es cómo afecte en particular a determinadas personas el estar sometiéndose a esa exposición pública. Es verdad que hay personas que pueden de alguna manera estar afrontando un estrés adicional por el hecho exponerse, porque de golpe reciben una atención que no son capaces de manejar o reciben mensajes de acoso. Es verdad también que como las redes hacen un poco de caja de resonancia, pues es posible que creemos subculturas en las que el hecho de estar mal sea un poco tu herramienta de socialización. Lo que no es conveniente es que la situación que atraviesas se convierta en el centro de quien eres tú. Yo creo que el fenómeno es complejo. Hay que hablar de cómo se siente la persona que hace ese tipo de revelaciones. Hay que hablar también de cómo eso construye comunidades cerradas o abiertas en las que toda la sociedad se puede integrar. Pero, en principio,  que podamos visibilizar más los problemas de salud mental contribuye a que los normalicemos y que la gente empiece a tenerle menos de miedo.

P: En esta línea, ¿cómo deberíamos tratar los medios temas como el suicidio?

R: La OMS tiene una guía sobre cómo tratar e informar sobre el suicidio en medios de comunicación. Hay recomendaciones basadas en evidencias y que son bastante útiles a la hora de abordar este tema. Por un lado, venimos de una situación en la que lo habitual es que se silencie o que no se comunique y esto tiene que ver con determinado efecto llamada que es complejo y controvertido analizarlo. Lo que tampoco podemos hacer por este temor, es darle la vuelta al hecho de que el año pasado en España casi 4000 personas se quitaron la vida. Es algo a lo que no se le puede dar la espalda. Lo fundamental en la comunicación del suicidio es que se plantee que pensar en el suicidio, en un momento dado, es algo a lo que prácticamente todo el mundo se puede encontrar expuesto a ello y que es una experiencia compartida por muchísimas personas. Muchas veces cuando uno piensa en la muerte o tiene deseos de desaparecer, lo que quiere es dejar de sufrir, dejar de convivir con una serie de problemas que hacen que la vida así no le merezca la pena. Y el mensaje básico es que hay cosas que se pueden hacer para que la vida vuelva a merecer la pena y que esa persona que está en la desesperanza sepa que hay recursos, cosas concretas que se pueden hacer y que muchas personas en su situación con ayuda lo superan. En resumen, que hay esperanza para ellos.

P: Entonces, ¿cuál es el consejo que le podemos dar a alguien cercano que se encuentre en una situación como esta o similar?

R: Por desgracia nosotros solo podemos dar ayuda a las personas de la comunidad universitaria, en concreto de la Complutense. Pero yo creo que al final recursos de ayuda disponibles hay muchos. Tu familia, tus amigos y en general tu entorno son un recurso de ayuda. Tu médico de cabecera es un recurso de ayuda. El que se lo puede pagar, la terapia privada en un gabinete de psicología es un recurso de ayuda. Pero también hay asociaciones que buscan ofrecer espacios de apoyo y de escucha. En último término, aunque se que esto es un esfuerzo extra para la persona que lo está pasando mal, pero también hay que hacer una reivindicación de que satisfagan las necesidades de atención psicológica que tiene la población. Es una reivindicación que, en cierto sentido, no tenemos que liderar los psicólogos, porque siempre se va a percibir que somos parte interesada en el asunto. Es la sociedad y las personas que sufren las que tienen que tocar a la puerta de sus representantes políticos y decir: "Oiga, ¿qué están haciendo ustedes con mi salud mental?"