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El crimen

  • Pedro Costa, director y guionista de la serie, repasa minuciosamente los hechos del verdadero crimen
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El 1 de agosto de 1980 los marqueses de Urquijo no se levantaron a su hora habitual. La servidumbre (una cocinera, una asistenta y un chofer) se alarmaron porque los señores no daban señales de vida. Y no podían darlas porque se la habían quitado.

El subcomisario Antonio Herrero fue el encargado de realizar las primeras diligencias y allí se iniciaron las chapuzas: no vio un casquillo que estaba en el pasillo, no se fijó en que había un impacto de bala en el armario de la habitación del marqués y no le pareció relevante un lazo negro que apareció a los pies de la cama de la marquesa.

Como se trataba de un crimen relevante, dada la personalidad de las víctimas, encargaron el caso al Grupo IX de Homicidios y su jefe, el inspector de 1ª, Luis Aguirre (35), se personó en el chalet de Somosaguas, donde pudo comprobar que los asaltantes (sin duda eran más de uno) habían entrado por la puerta de cristal de la piscina en la que, para abrirla, habían hecho un boquete ayudándose de un esparadrapo para que los cristales no cayeran haciendo ruido. Después habían utilizado un soplete para abrir un agujero en la puerta de madera de la vivienda por el que alguien había pasado la mano para correr el pestillo desde dentro.

Casi al mismo tiempo que el policía, llegó al lugar del crimen el administrador, Diego Martínez Herrera (57), que, sospechosamente, vestía camisa negra. Diego, amigo del marqués desde sus años mozos además de administrador, hacía a veces de secretario personal, enfermero y chico para todo. Y se rumoreaba que el difunto estaba a punto de despedirle.

Aguirre se dio cuenta de que el administrador tenía una herida en la mano derecha que cubría con un esparadrapo. ¿Me lo ha hecho mi caniche jugando.  Y el policía no insistió en el tema. "¿Sospecha quién puede haberlo hecho?". Y Diego, sin cortarse, soltó dos nombres: Rafi o el Americano.

Rafi era el yerno. Un niño pijo de Serrano, hijo de una familia que se las daba de pisto pero que estaba en bancarrota. Lo máximo que Rafi había logrado en la vida era casarse con Miriam de la Sierra, hija de los marqueses; boda que se celebró en junio de 1978 y aquellas Navidades ya no las pasaron juntos. Sin oficio ni beneficio, la ocupación de Rafi consistía en ir casi todos los días a la productora cinematográfica de su hermano Carlos (Ofelia Films: "Valentina", "Crónica del Alba"...) donde por aquellas fechas Ricardo Franco se encontraba preparando una película, "Los restos del naufragio". Rafi se encargaba de hacer fotocopias y subir whiskies y gintonics a media tarde. Su sueño en la vida, les contaba a todos, era salir en las revistas. Y vaya si lo consiguió.

El Americano, Richard Dennis "Dick", era jefe de una empresa de venta directa, "piramidal", en la que trabajaron Rafi, Miriam y Mauricio López-Robert, un aristócrata loco por las armas que jugó un importante papel en este caso. Dick estaba separado y desde que conoció a Miriam, en 1977, se encamó con ella. La relación no se interrumpió a pesar de la boda de ella con Rafi y cuando la empresa, Golden, quebró, Dick se marchó a Canadá y Miriam, ya separada de Rafi, corrió tras él a buscarle.

Todos estos personajes llegaron al chalet a media mañana, cuando Aguirre y el juez ya habían recogido cuatro casquillos de bala del calibre 22 y unas huella digitales de la puerta de cristal de la piscina que nunca serían identificadas, y se marcharon. No dejaron vigilancia ni sellaron nada, ni siquiera la caja fuerte cuya combinación solamente conocía el Administrador.

Y éste se hizo con la situación. Echó a los visitantes de la casa, ordenó a los criados que lavaran todas las manchas de sangre "para adecentar la casa" y llamó a una enfermera para que le ayudara a lavar los cuerpos de los marqueses. Cuando los cadáveres llegaron al Instituto Anatómico los forenses no pudieron encontrar en ellos nada relevante. Aguirre, cuando se enteró, increpó al Administrador. Y este le respondió que "nadie me dijo que no podía hacerlo, lo hice por caridad".

Tal vez también por caridad, vació el contenido de la caja fuerte y quemó en el jardín un montón de documentos, entre ellos los pasaportes de los marqueses. Estaba Diego en plena labor incendiaria cuando apareció Juan de la Sierra, el hijo de los marqueses, que llegaba de Londres, y no solamente aprobó la decisión del administrador sino que se fue a la caja fuerte y sacó más documentos que añadir a la hoguera. Después recogió varios casquillos del 22 que guardaba en su habitación y los tiró a la basura.

Todo ello llegó a oídos del inspector Aguirre. Unos vecinos le informaron de la hoguera y lo de los casquillos se lo contó Vicente Díaz (37), el mayordomo, que también tiene un papel principal en esta historia. Aguirre le pidió explicaciones a Juan y la respuesta que obtuvo fue que los papeles que habían quemado "carecían de importancia" y que los casquillos eran del 7,65 y los guardaba desde niño. (Años después, en 1988, en un programa de televisión reconoció que los casquillos eran del 22).