Gran parte de la historia de la literatura europea del pasado y azaroso siglo está atravesada por maletas. Maletas perdidas para siempre, maletas encontradas, y abiertas milagrosamente sesenta años después de acabadas las tragedias, conteniendo tesoros inesperados como la novela Suite francesa de la escritora Irène Némirovsky. Maletas rescatadas simbólicamente, como la que le sirvió de inspiración al escritor turco Orhan Pamuk para homenajear a su padre, autor frustrado, en el discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, titulado La maleta de mi padre. O, si no, baúles míticos, aparentemente sin fondo, insondables, con miles de documentos escritos en varias lenguas, como el dejado tras su muerte por el gran poeta portuguésFernando Pessoa.
La maleta que atravesó fronteras en una de las peores y más catastróficas épocas de Europa era una maleta con objetos personales perteneciente al escritor y periodista, famoso en la efervescencia de la Polonia de entreguerras, el conde Antoni Sobanski.
