Vivimos en la era de los algoritmos. Estas secuencias o códigos matemáticos que cotejan millones de datos toman por nosotros decisiones que nos afectan en todos los ámbitos de nuestra vida: cuando participamos en una selección para un puesto de trabajo, cuando pedimos una hipoteca o solicitamos presupuesto en una aseguradora médica e incluso durante un juicio. A veces somos conscientes de ello, sobre todo cuando nos ofrecen selecciones o sugerencias, pero en otras ocasiones ni tan siquiera sabemos que esos algoritmos tienen la última palabra sobre decenas de circunstancias del día a día.
Los defensores del uso de la inteligencia artificial y los algoritmos en el sector de la medicina aseguran que esta tecnología ayuda en la toma de decisiones y reduce el gasto innecesario generado por errores humanos. Escuchamos algunos ejemplos de este uso.
Es cierto que si hay que analizar decenas de datos son muy eficaces, pero no siempre ofrecen el mejor de los resultados. Porque los algoritmos tienen sesgo; el sesgo y el prejuicio de quienes los programan. Y además cometen errores. ¿Es ético dejar en manos de un algoritmo decisiones que pueden marcar nuestras vidas?
