En el imaginario colectivo, el gran apagón que sufrió Nueva York en 1977 es sinónimo de disturbios, caos y baby boom (pasados nueve meses, claro). Pero la ciudad sufrió otro similar en el verano de 2003 que afectó a gran parte de la costa este de Estados Unidos y al sur de Canadá: centenares de ciudadanos quedaron atrapados en ascensores, el transporte colapsó y miles de personas tomaron las calles, para llegar a sus hogares andando pero también para convertirlas en verdaderas fiestas al aire libre, en un ejemplo de civismo. ¿Les suena la imagen? En esta crónica el corresponsal de RNE en Washington, Magín Revillo, le detalla a Carlos Navarro la situación a las 8 de la mañana del tórrido 15 de agosto de 2003, cuando el apagón se prolongaba ya por más de 14 horas.