Domingos a las 10.00 h.
(Música)
Buenos días.
Nos alegra mucho poder tener este encuentro en el lugar
donde, habitualmente, la Conferencia Episcopal
realiza sus ruedas de prensa,
su comunicación con la sociedad
a través de los medios de comunicación social
y en esta casa, que es de comunión y servicio
a las iglesias que peregrinan en España.
(RÍE) Sí, bueno...
La verdad es que fue una broma que me sorprendió mucho
por parte del papa Francisco y que agradecí.
Es una situación muy extraordinaria que, seguramente,
en las vísperas ni siquiera podíamos imaginarnos.
De hecho, la propia Conferencia Episcopal tuvo
su asamblea plenaria en marzo, en la primera quincena de marzo.
Y aunque ya todos hablábamos del coronavirus,
no podíamos imaginarnos que íbamos a entrar
en una situación de crisis sanitaria, social, económica
tan importante, y que las comunidades cristianas
iban a vivir desafíos tan grandes, tanto para poder encontrarse,
como para poder vivir
un testimonio de la cercanía del amor del Señor
a través de las relaciones de vecinos,
de lo que, desde Cáritas
y tantas organizaciones eclesiales, se ha hecho
y se sigue haciendo. Y queremos también disponernos
para poder vivir este momento,
sin duda, complicado, difícil que vive la sociedad española,
como la está viviendo, prácticamente, todo el mundo.
Pensemos, especialmente, en tantos lugares de la Tierra
donde esta crisis es de supervivencia.
Claro, porque el papa Francisco, a la hora de explicarnos
en "Fratelli Tutti" por qué somos hermanos...
¿Por qué somos hermanos?
Y él viene a decir: "Porque tenemos la misma carne,
una carne frágil a la que un pequeño virus
es capaz de hacer tanto daño,
y porque habitamos la misma tierra".
Además, el papa Francisco luego, en la encíclica, también dice:
"Los creyentes pensamos que somos hermanos
porque tenemos un padre común.
Pero la carne y la tierra la compartimos con todos los demás:
con creyentes y no creyentes".
Y, especialmente, en tiempos de pandemia, estas dos fuentes,
podríamos decir, de fraternidad
se han visto especialmente puestas de manifiesto,
tanto en la fragilidad,
como en la necesidad de dar una respuesta,
que ha de ser concreta en la carne
y ha de ser global en la tierra, en la casa común.
Hay una fuerte llamada a la responsabilidad personal.
Sin duda ninguna, las administraciones públicas,
los gobiernos, los científicos, las autoridades sanitarias
tienen palabra y actos importantes que realizar.
Pero estamos viendo hasta qué punto
es importante la responsabilidad personal.
También el papa Francisco en "Fratelli Tutti" dice:
"No podemos ser tan ingenuos, tan infantiles de poder esperar
todas las soluciones que vengan de los políticos.
Hace falta que comencemos".
Y, además, dice el papa algo bien concreto.
"Empecemos desde abajo y cada uno".
Y yo creo que este "desde abajo y cada uno",
para desde ahí ir más allá,
por utilizar otra expresión de "Fratelli Tutti",
es especialmente importante en esta hora;
en el que precisamente este compromiso personal
y también precisamos "caridad política",
como dice el propio papa,
a la hora de ver cómo la organización de la convivencia
en favor del bien común pasa, cómo no,
por una buena política.
Es bien importante. Por ejemplo, en un momento
como el de la realidad española...
Digo en la política, pero, también, en la realidad española
en la vida eclesial. Hemos vivido un congreso de laicos
y en ese congreso se trata de impulsar la vocación laical.
La propia Iglesia dice que "la identidad
y espiritualidad propia de los laicos
es vivir la caridad política".
Y ahora el papa nos plantea cómo la fraternidad
y las exigencias del momento
nos están pidiendo vivir esta caridad política
para vivir una política con mayúsculas.
¿Qué se puede entender por "política con mayúsculas"?
Que no se agota solo en las instituciones
estrictamente políticas,
sino que la organización del bien común en la polis,
en la ciudad, donde se desarrolla la vida de cada uno,
pide que todos demos importancia
a los ambientes y relaciones en los que estamos
y en las instituciones de las que participamos.
Pero es también interesante constatar cómo el papa,
para la regeneración de la política,
pide amistad civil, pide amistad social.
Y habla de que la política también precisa,
que, incluso, los políticos institucionales,
los que están en lo que, habitualmente, podemos entender
como organizaciones políticas,
tiene que cultivar la ternura y la amabilidad.
Viendo algunos de los debates del Congreso de los Diputados,
tendríamos que decir dónde está la ternura y la amabilidad.
Pero forma parte de la gran política.
Esta "política con minúsculas" de la amabilidad y de la ternura
pone los cimientos para la gran política con mayúsculas.
Sí, porque, constantemente, estamos asistiendo...
Y yo creo que era necesario, además.
Ante la gran problemática de la pandemia,
tenemos que caminar juntos.
De hecho, ha sido un eslogan institucional.
"Juntos; juntos salimos de esta situación;
juntos vencemos al virus".
Y luego, hemos visto cómo, precisamente,
en tiempo de pandemia, en un tiempo de dificultades
para la propia reflexión, incluso, donde ni siquiera
físicamente están los parlamentarios
en el Congreso y en el Senado,
se han puesto en medio proyectos legislativos
que provocan desencuentros.
Más aún, cuando nosotros hemos ofrecido
algunas vías de encuentro concretos,
en lo que se refiere, por ejemplo, a la ley educativa,
pues hemos recibido, prácticamente, la callada por respuesta.
De ahí la perplejidad.
Por una parte, un discurso de "todos juntos",
"no dejemos a nadie atrás",
"no dividamos a España entre dos grupos de españoles"...
Y, por otra parte, al mismo tiempo ver cómo se proponen
algunas medidas, además, legislativas
con la importancia que tienen las leyes a la hora
de generar, también, no solo opinión pública,
sino una mentalidad y una propuesta ética.
Pues vemos que se hacen propuestas legislativas
que dividen y enfrentan.
Que eso nunca viene bien.
Pero en este momento en el que hemos de unirnos
en lo esencial,
ante una crisis sanitaria, social, económica
de tamaña magnitud,
parece, digamos, más sorprendente
que se propongan vías que, más bien,
dificultan el encuentro.
Sí. Por otra parte, el papa Francisco, que hizo
una convocatoria antes de la pandemia
a una reflexión sobre el pacto educativo global,
en una convocatoria amplia en la que, incluso,
nuestro propio gobierno manifestó el deseo de participar,
luego, el pasado 15 de octubre, el día de Santa Teresa,
recientemente, hace unas semanas,
pues el papa hizo ya una formulación
de unas bases para ese pacto educativo.
Por ejemplo, uno de los acentos que se ponen en esas bases
es que las familias tienen la responsabilidad primaria
en la educación.
Y eso es algo que nosotros echamos de menos
en nuestro actual proyecto de ley,
en el que esas posibilidades de las familias
a la hora de poder elegir el centro, la propuesta educativa,
la propia responsabilidad que tienen en la educación,
sobre todo, moral y religiosa de sus hijos;
y cómo eso pueda ser también plasmado y reconocido
en las leyes educativas...
Hemos visto que no se ha tenido tanto en cuenta.
Es más, en estos últimos días hemos visto cómo
hasta el propio papa Francisco ha salido en los debates políticos,
utilizando "Fratelli Tutti" u otras cuestiones.
Pero, claro, en "Fratelli Tutti" se habla de no descartar.
Y al hablar de "no descartar", se habla de los niños no nacidos
en el seno materno; y se habla de los ancianos;
se habla de los inmigrantes;
y se habla de aquellos que están en paro
y que no vale solo ofrecer subvenciones o ayudas monetarias,
sino que hace falta buscar techo, trabajo y tierra
para todos, ¿no? Y que así se concreta
el destino universal de los bienes.
Nos gustaría que las citas al papa Francisco
no sirvieran solo como argumento para el enfrentamiento
en el Congreso de los Diputados,
sino que fuesen un llamamiento a esta búsqueda del bien común.
Sí, es verdad. Además, en este año
en el que, por la misma pandemia, la muerte
nos ha visitado con tanta fuerza
y, además, en unas condiciones de soledad,
de falta de duelo, que son especialmente duras, ¿no?
Por eso, yo creo que en este deseo de encontrarnos...
Yo dije hace unos días en esta misma sala
que todos estamos de acuerdo en el deseo de una buena muerte.
Forma parte de la tradición de la Iglesia
el pedir una buena muerte.
Y tenemos, incluso, a San José, al que imaginamos
que vivió sus últimas horas,
quizás, rodeado de la propia María, no sabemos si del propio Jesús...
Y como patrono de la "buena muerte".
Pero una cosa es este buen deseo
y utilizar "muerte digna", "buena muerte",
para provocar de manera activa el fin de la vida.
Creo que lo que ocurre es que todos nos topamos
con el sufrimiento como un escándalo,
como una verdadera piedra en el camino
que hay que tratar de superar.
Pero no parece lo más adecuado que para suprimir el sufrimiento,
haya que acabar con la vida del que sufre.
Es verdad que hay enfermos que son incurables.
Pero la propia Conferencia Episcopal,
en un documento que sacó hace un año sobre esta cuestión,
dijo que es verdad que hay enfermos incurables.
Pero no son "incuidables". Más aún, en los momentos
de sufrimiento y de dolor, lo que hemos echado de menos
en estos meses en los hospitales...
Y es verdad que, socialmente, lo hemos echado de menos, ¿no?
Pues pareciera que es lo que estas situaciones
de especial sufrimiento nos está pidiendo.
Nos está pidiendo la cercanía, el consuelo, la ternura,
la ayuda de la medicina también
en lo que son los llamados "cuidado paliativos".
Y también, cómo no, el poder ofrecer una palabra de esperanza,
como han hecho los capellanes de hospitales en este tiempo.
Incluso, a pesar de las dificultades para entrar
en las UCIs o en las plantas COVID
de tantos y tantos de nuestros hospitales.
Es llevar una palabra de consuelo y esperanza
en lo que significa la celebración de este mes de noviembre.
Que mirando el final del año litúrgico,
todos miramos al final de la vida,
pero lo hacemos no como algo fatal,
sino con la esperanza de la vida eterna.
Es este conjunto de consideraciones el que a nosotros nos parece
que podemos hacernos ahora que aparece,
que se ha puesto delante de nosotros
con toda su tozudez la realidad de la muerte.
Sí. Este capítulo segundo de "Tutti Fratelli"
o "Fratelli Tutti",
que nos presenta la imagen del buen samaritano...
Claro, el papa nos descoloca, porque viene a decirnos
que cualquiera podemos ser salteadores
o que pasemos de largo.
También podemos ser los heridos en el camino.
Pero nos dice: "También podemos ser el samaritano;
el que se hace prójimo;
el que, ante de la realidad de alguien caído,
que está tirado en la cuneta de la vida,
no pasa de largo, sino que pone en marcha
todas las posibilidades de lo humano".
Que son la cercanía, la ternura, el hacerse cargo
y, también, el acudir a medios institucionales.
Porque el Buen Samaritano acudió a una posada
y ofreció luego su aporte, su dinero.
Es decir, que estas situaciones nos están pidiendo, cómo no,
desde un punto de vista de la responsabilidad personal,
hacernos prójimos.
Pero desde el punto de vista de nuestra responsabilidad social
y política, el promover instituciones que ayuden.
Es decir... También se pone el ejemplo en la carta encíclica.
"Alguien puede ayudar a cruzar el río.
Pero la solución institucional es construir un puente".
Cuando un río separa una orilla de otra,
si no hay puente, hay una ayuda, hay que hacer como San Cristóbal.
(RIENDO) Cruzar el puente llevando a alguien.
Pero la solución es, no solamente cruzar uno a uno
al que tenga que vadear el río,
sino, si es posible, construir un puente.
En la vida ordinaria, en la vida de la sociedad,
claro que se cuenta con la Iglesia.
Es decir, el... el acudir a los lugares de Cáritas
las propias comunidades cristianas, sobre todo, en los días fuertes
del confinamiento de marzo y abril.
Se tomaron iniciativas, se abrieron albergues;
se buscó la manera de acercar la comida
a personas que no podían salir de casa.
Yo creo que lo más importante que nosotros podemos decir,
es que nuestra sociedad ha contado con la Iglesia.
Y esto es importante.
Luego, desde ahí decimos:
¿Los poderes públicos han contado con la Iglesia?
Yo creo que, a escala municipal, podríamos decir
que, globalmente, en España sí.
Que ha habido una relación cercana entre los ayuntamientos
de un color político o de otro.
Y que han tratado de buscar soluciones
a problemas sorprendentes, nuevos con los que no contábamos.
En lo que puede ser la vida local.
Luego ya... si vamos abriendo el círculo
de las relaciones institucionales,
bueno, pues, en este sentido, yo diría que a veces
se ha podido contar menos. O que, desde luego, no ha sido
un contar tan grande como el que ha expresado la ciudadanía
y como el que se ha expresado en la vida local,
en la vida municipal.
Bueno, para que se escuche, la Iglesia tiene que hablar,
tenemos que decir los creyentes cada cual según su responsabilidad.
Yo creo que hemos de reconocer
que a nosotros nos resulta más fácil
una presencia de tipo social,
"con el riesgo", diría el papa Francisco,
"de aparecer como una ONG solamente".
Y que, a veces, en medio de la fragilidad
y de la incertidumbre que vivimos como ciudadanos,
creo que la palabra de la Iglesia, que, al fin y al cabo,
ofrece algo que no es suyo,
sino que ha recibido de lo alto...
Que es la confianza del corazón;
que es la esperanza en la victoria de la vida sobre la muerte;
que es la capacidad de poder recibir un amor
que luego se encarna, se comparte y se ofrece.
Ahí, quizás, somos más pudorosos.
Por una parte, se cuenta menos con nosotros.
La Iglesia es más cómoda cuando aparece
como una organización que reparte alimentos
o que ofrece un hogar para quien está sin techo.
Pero es más incómoda cuando plantea cuestiones
que pareciera que responden a otros tiempos.
Cuando habla de qué puede decirnos Dios en este momento
o cómo experimentar el silencio de Dios en este momento.
¿Qué puede significar también,
incluso, en las dificultades de convivencia,
el perdón, el perdón que recibimos y que tratamos de ofrecer?
¿Qué puede significar en el asunto de la "buena muerte"
de la que hablábamos antes,
nuestra esperanza en la vida eterna?
Yo creo que, a veces, por parte de los propios creyentes,
somos un poco mudos
a la hora de decir estas cosas.
Y, por tanto, es más difícil que se nos escuche.
Pero cuando lo decimos, a veces encontramos como respuesta:
"Bueno, eso es para tu vida privada".
Pero para el común, para lo que pasa
en la plaza pública, no nos sirve.
Yo tengo la impresión de que lo que hemos vivido,
lo que estamos viviendo en este 2020
y lo que, seguramente, nos toque seguir viviendo,
hace que, de manera humilde, los creyentes podamos hablar
de la confianza en medio de la incertidumbre;
de la esperanza en medio de las realidades de muertes;
del perdón y de la reconciliación en medio de los conflictos;
y de la llamada al bien común,
que experimentamos desde los hechos,
desde los rostros concretos.
Pero que, también experimentamos como vocación
que nos viene del dios en quien creemos.
Y que esto, a la hora de construir juntos,
todas las aportaciones pienso que pueden ser valiosas.
De hecho, cuando hablamos de "caridad política",
"caridad social",
"amistad civil", "amistad social", pues, evidentemente,
se nos está convocando a todos.
Pero de una manera singular a quien es "iglesia en el mundo",
que eso es la vocación laical.
De hecho, en este mismo mes de noviembre,
hoy celebramos el Día de Todos los Santos,
reconociendo esta vocación a la santidad.
Y la santidad ha dicho siempre la Iglesia que es llevar
hasta sus últimas consecuencias la caridad.
Pero, claro, el próximo domingo vamos a decir:
"Día de la Iglesia Diocesana".
Este camino, esta peregrinación la hacemos juntos.
¿Pero cuál es el horizonte de esta peregrinación?
Y nos viene la jornada de los pobres...
También a los pobres los ha puesto
el papa en este final del año litúrgico,
porque también Jesús, en el Evangelio, en Mateo 25,
nos habla del Juicio Final
en nuestra manera de haber reconocido al propio Jesús
en los pobres, en los que nos visitan
o que nos encontramos en el camino
y que pasan hambre o que no tienen techo,
o que les falta el vestido, o que están en la cárcel,
o que están enfermos.
Y para culminar este espléndido mes de noviembre,
se nos habla de "Jesucristo rey del universo".
Pero su reinado se anticipa
en nuestra solidaridad con los pobres
y su reinado transforma también nuestros corazones
y se vive como comunión en la iglesia.
Yo creo que es muy importante enlazar
todos estos cuatro domingos de noviembre.
La santidad... La iglesia en cada territorio...
Que expresa su cercanía con el Señor encarnado
en el rostro de los pobres
y que va germinando el reino de Dios, que culminará
en el final del tiempo, cuando Jesucristo,
señor de la historia y rey del universo,
vuelva para establecer definitivamente su justicia.
Siempre con esperanza. Lo cual no quiere decir
"con un optimismo superficial".
Yo creo que las semanas, los meses que vienen,
van a ser de dura prueba para todos nosotros.
Pero la esperanza...
para mí, puede concretarse
en la medida en que la prueba se transforma en oportunidad.
En que tengamos la oportunidad de transformar
nuestra propia manera de vivir;
de plantearnos las relaciones unos con otros;
de poner delante lo esencial y lo que nos une,
que lo que nos divide y lo que nos enfrenta;
de caer en la cuenta de la dignidad sagrada
de cada vida humana;
de la necesidad de cultivar esa ternura y amabilidad
que pide el papa Francisco
también para los políticos profesionales,
pero nos la pide para todos nosotros.
Yo no creo que el tiempo sea para optimismos superficiales,
pero sí para una esperanza a la que la dureza
de la misma realidad y sus circunstancias
va a poner a prueba.
El domingo visitamos la sede de la Conferencia Episcopal Española para conversar con el Secretario General y portavoz de los obispos, Mons. Luis Argüello. Abordaremos temas de actualidad con la pandemia Covid19, el pacto escolar o la ley de la eutanasia.