Como profesional, dice, era de 10. Como persona, de 20. Gran corazón, niño grande al que le encantaban las bromas pesadas. Su preferida, hacerse el muerto. Sin estarlo, claro. Pero sobre todo era, nos cuentan, un gran conseguidor. Su corpulencia. Su voz, imponente, jugaban a su favor. Y sobre todo su sonrisa. Fija siempre en su cara. Y con la que consiguió también la Ruta Quetzal su pájaro preferido.
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