Recorrí a caballo
más de 1.200 kilómetros
por las Montañas Rocosas
del salvaje Oeste.
Me topé con tormentas de nieve,
dormí a la intemperie
bajo las estrellas
durante noches y noches,
me hice amiga
de los buscadores de oro
y de los pioneros del Oeste,
aprendí a defenderme
de los osos Grizzly
y de las serpientes cascabel,
tuve que trabajar
como vaquera en un rancho
y he vivido y admirado
la naturaleza salvaje,
llevando un ligero vestido hawaiano
que yo misma había diseñado
y que era perfecto para cabalgar.
Escalé el Long's Peak,
una de las cimas más altas
de las Montañas Rocosas
junto a Mountain Jim,
un bandido que me robó el corazón.
¿Quién habría podido
reconocer en mí
a la joven muchacha paralizada
por problemas de espalda
desde que tenía 18 años?
Nací el 15 de octubre de 1831
en Inglaterra,
en el condado de Yorkshire.
Puedo decir que conozco cada rincón
de las colinas de mi tierra
porque las recorrí todas
a caballo con mi padre.
Desde niña sufría crisis nerviosas
y estar al aire libre
me ayudaba a sentirme mejor.
Mientras cabalgábamos, mi padre,
que era pastor anglicano,
me hablaba de la Biblia y
me enseñaba a amar la naturaleza.
Como lectora empedernida de libros
de viajes y aventuras que era,
mientras atravesaba
los tranquilos senderos
de la campiña inglesa a caballo,
me imaginaba que estaba
en otra parte del mundo,
sobre todo en el salvaje Oeste.
Las Montañas Rocosas
eran mi sueño,
las había visto retratadas
en algunos dibujos
que literalmente habían iluminado
mi fantasía infantil.
A pesar de mi corta edad,
de repente enfermé.
Tenía fortísimos
dolores de espalda,
pero en el hospital no sabían
qué diagnosticarme.
Es muy joven, empieza a tener
doloresde espalda.
Varios médicos que vienen a verla
le dicen que lo mejor es el reposo.
Según los médicos
que me visitaron,
en el mejor de los casos,
estaba condenada a pasar
mi vida en una silla de ruedas.
No me lo podía creer
y desde ese momento
empecé a pensar que cada día
que podía vivir
como una persona normal,
era un regalo.
La hija perfecta de un vicario
que padece
enfermedades desconocidas
y a la que apenas le permiten
levantarse de su sofá,
en el que solía pasar
mucho tiempo tumbada.
Tenía 42 años
cuando me quedé sin padres,
corría el año 1872
y sorprendentemente yo seguía viva
y caminaba
con mis propias piernas.
Los médicos se habían equivocado
o quizá mi voluntad
había sido más fuerte
que una enfermedad misteriosa.
Ahora solo sabía
que no tenía ningunas ganas
de enterrarme en vida
junto a mi hermana Henrietta,
que había decidido irse
a la Isla de Mull,
en la costa occidental de Escocia.
Nos peleamos "a muerte", pero yo
hice caso omiso a sus palabras.
Tenía que vivir, viajar
y realizar mis sueños.
Tiene 42 años,
ha pasado 10 años muy malos,
postrada prácticamente
en la cama,
ha intentado viajar,
pero no ha podido
por los dolores de espalda
y es precisamente Henrietta
la que le anima a tomarse
unos calmantes y a embarcarse.
Me marché el 1 de enero de 1873
con el dinero de mi herencia,
y desembarqué 26 días después
en Honolulú,
la capital de las
"islas del verano sin fin".
Si algo marca realmente
un antes y un después
en la vida de Isabella Bird
es su desembarco en Honolulú,
en lasactuales Hawái,
en las islas Sándwich de antes.
Los habitantes
me llamaron la atención
por sus maravillosos vestidos
llenos de color,
completamente diferentes a los que
se llevaban en Inglaterra.
Estos vestidos
me parecieron comodísimos,
sobre todo para cabalgar
como los hombres sin escandalizar.
Así que pedí que me hicieran
algunos modelos
siguiendo un diseño mío:
una larga casaca abotonada
por encima de una falda
que llegaba hasta los pies.
Por debajo había diseñado
un par de pantalones
modelo turco,
recogidos en los tobillos.
Estaba feliz con mi creación,
todos me admiraban.
Se consideraba incorrecto que
las mujeres montaran a caballo.
Así que hubo un gran escándalo
cuando se supo que Isabella Bird
había montado a horcajadas
con su femenino atuendo hawaiano.
Las mujeres viajeras
buscaban el confort y la libertad
con su manera de vestir
en el extranjero,
cosa que no podían hacer
en su tierra natal.
En Hawái conocí a la reina
Emma Kaleleonalani,
hice amistad con los indígenas
locales siempre vestidos
con estampados de flores
y subí al volcán Mauna Loa,
pero todo esto
no me parecía suficiente,
quería ver las Montañas Rocosas.
Su cuerpo se fortalece,
la columna se fortalece,
empieza a no tener dolores
por primera vez en mucho tiempo,
la musculatura, todo su cuerpo,
resiste grandes jornadas a caballo
y sobretodo
se fortalece mentalmente.
En septiembre de 1873
llegué a Truckee, una ciudad
de Sierra Nevada a más
de 200 millas de San Francisco.
Todos me miraban con extrañeza
porque llevaba puesto
mi colorido traje hawaiano.
No me importó, la comodidad
de mis vestidos compensaba
todas las miradas del Oeste.
Poco después de llegar
me hice con un caballo
de un verdadero vaquero del lugar.
El hombre tenía hombros anchos,
llevaba un sombrero
de ala grande, botas,
masticaba tabaco y lo escupía.
Se quedó asombrado
cuando le demostré
que sabía cabalgar
como un hombre y,
sin perder más tiempo,
me marché hacia el lago Tahoe.
Se trataba de una sencilla
sociedad fronteriza
e Isabella Bird
quería formar parte de ella.
Las Montañas Rocosas también
suponían grandes retos físicos
para alguien que había estado
inválida por estar enferma.
Durante el viaje tuve que pararme
para acortar el estribo
de la silla de montar.
Detrás de mí sentí un crujido...,
y un momento después
apareció un enorme oso Grizzly.
El caballo se desbocó
y huyó al galope
mientras yo me tiré al suelo,
haciéndome la muerta.
Funcionó. El grizzly me olfateó,
pero no me debió encontrar
muy interesante,
porque poco después corrió
en sentido contrario
al que había escapado el caballo.
Yo estaba tan aterrorizada
que no conseguía moverme.
Esquivé el peligro,
pero ¿cómo podía regresar?
Afortunadamente,
mientras recobraba el sentido,
me encontraron un par de cazadores
que habían recuperado mi caballo.
Volví a Truckee con ellos.
Desde allí hice etapa en Cheyenne,
una clásica ciudad fronteriza:
barracas en lugar de casas,
muchos salones del Oeste
y bandidos ajusticiados
que todavía colgaban de la soga.
Un lugar infernal, parada
obligatoria antes de Foot Hills,
al pie de las Montañas Rocosas.
Ha terminado la guerra civil,
en 1862,
y ha arrojado todoun regimiento
de buscavidas
a esa zona inexplorada,
bueno inexplorada..., salvaje,
donde impera la ley del revólver.
Es un escenario peligroso,
salvaje, inhabitado,
donde hay
muy poca densidad de población.
Me alojé en la granja
de la familia Chalmers.
Me prometieron guiarme
hasta Estes Park,
el parque natural
más bello de Colorado,
el lugar al que siempre
había querido ir.
Me dijeron que lo conocían
como la palma de la mano.
Mientras esperaba para partir
hacia mi anhelado destino,
les ayudaba
en las labores domésticas:
lavaba la ropa en un pozo,
cocinaba, remendaba
y limpiaba aquel horrible
cuchitril que llamaban casa.
La zona estaba infestada
de serpientes cascabel.
Una noche encontré una
que había conseguido meterse
en mi habitación.
Estaba cerca de mi camastro
y acercándose a mí
sacudía el crótalo produciendo
un ruido espantoso.
A mí me aterrorizaban los reptiles,
y no sé cómo conseguí
superar el miedo.
Cogí mi cuchillo y le arranqué
la cabeza de un tajo.
Fue el primer encuentro con
serpientes de una larga serie.
Te podía morder una serpiente,
te podían atacar los malhechores,
el ambiente era bastante inhóspito
así que se podía sufrir fácilmente
en el frío glacial.
Y todo eso sin ninguna
de las comodidades modernas.
Cuando por fin
nos pusimos en marcha,
me di cuenta enseguida
de que el señor Chalmers
no tenía ni idea de adónde
nos dirigíamos.
Cabalgamos con tres animales
maltrechos y mientras recorríamos
un sendero empinado junto
al precipicio de una garganta,
nos caímos por un despeñadero.
Los caballos, demasiado viejos,
rodaron uno por encima del otro.
Estuvimos a punto de morir
y nos quedamos
sin agua y sin alimentos.
Todo se perdió en el cañón.
Llenos de contusiones y heridas,
con los caballos que a duras penas
conseguían mantenerse en pie,
tomé el mando de la situación
y los llevé a todos
de regreso a casa.
Yo, una simple mujer extranjera
nacida y crecida en Yorkshire.
Las Montañas Rocosas por un lado
despiertan en ella esas imágenes
de aire puro,
vivificante, tonificante, frío,
ella es una amante de la naturaleza
y por el otro lado,
ese territorio de Nevada
es el reverso luminoso,
por decirlo así,
el reverso luminoso
de la Inglaterra victoriana.
Dejé la casa de los Chalmers
y llegué sola a Estes Park
donde encontré hospitalidad
en un rancho de verdad,
gobernado por dos familias:
los Edwards y los Evans.
Era estupendo. Dormía
en una cabaña de troncos de madera,
bebía la leche recién ordeñada
todos los días
y además de los caballos
había muchísimas cabezas
de ganado pastando.
Al fondo, las cimas nevadas
de las Montañas Rocosas
se recortaban en el cielo.
Como sabía cabalgar bien,
los Evans me pidieron ayuda
para reunir a los animales.
A lomos de una bellísima yegua,
a la que llamé Birdie,
¡les ayudé arecuperar
más de dos mil cabezas de ganado!
No faltaron lospeligros:
una vaca enloquecida por el miedo
me atacó embistiendo a mi caballo.
Antes de que me tirara,
Evans le disparó
y me salvó la vida.
La vida de vaquera no era fácil:
los Grizzly y los pumas
atacaban a las vacas.
Era necesario proteger
a los animales y a nosotros mismos,
pero nunca me eché atrás.
El hecho de ser mujer
en algunos casos
les merecía el respeto
de los lugareños de las regiones
a las que llegaban,
pero el hecho de ser mujer
les convertía en seres
mucho más vulnerables
y algunas iban viajando
con una pistola
para poder defenderse.
Un día vi una cabaña que parecía
la guarida de un animal.
Estaba cubierta con pieles
de castores colgadas para secarse.
Enseguida llamó mi atención:
¿quién podía vivir allí?
La respuesta llegó enseguida
a lomos de un caballo.
Frente a mí se presentó
un hombre alto y fuerte,
con largos rizos rubios
que le llegaban hasta la espalda.
Era guapísimo a pesar de ir
vestido con andrajos
y armado hasta los dientes.
Bajó del caballo y sonriendo
se presentó:
"Mountain Jim, encantado".
Luego se echó el pelo hacia atrás
y vi que la mitad de su cara
estaba desgarrada:
un grizzly le había sacado un ojo
durante un combate.
Me preguntó qué hacía una señora
inglesa por aquellos lugares.
Le conté mi gran deseo:
escalar el Long's Peak.
Él, con cierta curiosidad hacia mí
y atraído por la aventura,
se ofreció inmediatamente
a acompañarme.
Acepté sin dudarlo.
Es en cierto sentido su alter ego,
porque él simboliza
el deseo de la libertad,
el deseo de la aventura,
el deseo de vivir sin ataduras.
Isabella Bird ve en él
un alma gemela.
Esa misma noche, mientras
remendaba mis vestidos,
Evans, que en el pasado
se había peleado con Mountain Jim,
me dijo que era
un hombre peligroso,
un verdadero canalla.
De joven había sido
cazador de indios.
Era un bandido
y cuando bebía mucho
perdía el control
y se volvía violento.
Sus advertencias no me detuvieron.
Borracho, pistolero,
vive al margen de la ley.
Es esa metáfora del bandido,
del trampero, del forajido,
del jugador de cartas,
del que tiene siempre
cosas pendientes con la ley,
y cuando Isabella Bird
se encuentra con este hombre
es un choque de trenes.
Me marché hacia Long's Peak
con Mountain Jim.
Sentía una gran atracción por él.
Era un hombre
del que cualquier mujer
se hubiera podido enamorar
pero con el que ninguna mujer
en su sano juicio se casaría jamás.
Además, el deseo de realizar
mi sueño era demasiado fuerte.
Sabía que él, que conocía
como nadie la montaña,
era el compañero perfecto.
Un hombre astuto, que vivía
salvajemente en las montañas,
y que tenía
una reputación nefasta,
lo que hizo que, por supuesto,
a Isabella le gustara todavía más.
Nos pusimos en marcha al alba,
y a los pocos kilómetros
tuvimos que abandonar los caballos
para continuar a pie.
La altitud superaba
los 4.000 metros
y nos arrastrábamos
entre las rocas,
trepando por el hielo.
Yo empecé a sufrir de soroche,
el mal de altura.
Me daba vueltas la cabeza,
no conseguía estar en pie,
sentía que me desmayaba.
Él es su guardián,
su ángel protector en aquel viaje
y es donde Isabella
inconscientemente
se va a poner a prueba.
Ella debe pensar que si es capaz
de sobrevivir a aquello
va a ser capaz de sobrevivir
a cualquier prueba física y mental
y geográfica,
y él es la llave
que abre esa puerta
que le va a permitir descubrir
la fuerza que lleva dentro.
El oxígeno fue disminuyendo tanto
que no podía respirar.
Me dolían los tobillos
y no conseguía mover los brazos.
La sed me torturaba.
Aunque el hielo estaba por doquier
no podíamos beber.
Era tal el frío,
que no se deshacía
ni tan siquiera chupándolo.
Por todas partes había picos
de granito liso
en donde era difícil apoyar el pie.
La compañía de Jim Nugett
realmente es crucial,
si no ella posiblemente
hubiera muerto de inanición,
de hipotermia, de sed.
No podían ni beber.
Estuve a punto de abandonar,
cuando Mountain Jim
tomó el mando de la situación.
Sabía lo importante
que era para mí
llegar a la cima
de aquel maldito monte.
No habría dejado que desistiera
bajo ningún pretexto.
Me ató una cuerda
alrededor de la cintura
y cuando yo no podía avanzar,
tiraba de mí
con la fuerza de sus brazos.
Hice el último trecho a gatas.
Exhaustos, al final
conseguimos alcanzar la cima.
El corazón
me explotaba en el pecho.
Lo que vi desde allá arriba
me recompensó del cansancio,
de la sed y de todos mis miedos.
Entendí que la grandeza de Dios
se manifestaba ante mí
como nunca antes la había visto.
Es una figura de una elegancia,
de una inteligencia,
de una fortaleza, una fuerza vital,
una capacidad
para romper con lo establecido.
En aquel horizonte infinito,
por primera vez me sentí parte
de un inmenso milagro.
Había realizado mi sueño.
Mountain Jim me sonreía
abrazándome fuerte para sostenerme.
Sin él nunca lo habría conseguido.
Dentro de una grieta
metimos una cajita
con nuestros nombres y la fecha.
Ella fue tímida al respecto
pero definitivamente
ellos tuvieron una relación,
y evidentemente
era un tipo de relación
totalmente inadmisible
para la sociedad británica.
Bajé arrastrándome por las rocas
apoyada
en los fuertes hombros de Jim
y acampamos en un claro del bosque
a los pies del sendero,
donde habíamos dejado
los caballos.
Encendimos el fuego
porque la temperatura era gélida.
Jim, aunque estaba exhausto,
pasó la noche
cantándome canciones
y recitandopoesías.
Luego me contó
su desesperada vida.
Me dijo que era un delincuente,
un hombre perdido
que bebía demasiado.
Me confesó que hubiera querido
ser mejor de lo que era,
ahora que me había encontrado,
pero que para él,
el futuro ya estaba escrito:
no podía volver atrás.
Triste, dormí envuelta
en siete mantas,
encima de blandas hojas de pino
y como techo un cielo estrellado.
Mantuvieron una relación amorosa,
el tipo de relación
que solamente se tiene
en ciertos lugares.
Era una relación
que solo podía haber ocurrido
en las Montañas Rocosas.
Mountain Jim, junto a mí,
tocaba la armónica.
Aquel fue, sin duda alguna,
el momento más bello de mi vida.
Al día siguiente nos despedimos.
Sabía que pertenecíamos
a mundos demasiado diferentes.
Él también lo sabía
y no me retuvo.
Él le ha propuesto
que se quede a vivir con él,
y ha estado tentada a hacerlo,
pero, ha descubierto
que acaba de estrenar la libertad
y no puede... y no puede dejarla
así como así, ¿no?
Recorrí más de 1.000 kilómetros
a lomos de mi yegua,
envuelta en las mantas
porque el invierno
se acercaba día tras día
y el frío era intenso.
Las nevadas se hacían
cada vez más abundantes.
Esto hacía que el paisaje
fuera mágico y fascinante.
Descubrió el poder de viajar
y eso le encantó.
Viajar le abrió la mente
y le convirtió
en alguien diferente,
en una persona mejor.
Vivir sola entre una naturaleza
tan dura y extrema
hacía que me sintiera fuerte.
Alces, perros de pradera
y gatos salvajes
fueron mis compañeros de viaje,
pero sobre todo, lo fue Birdie,
un caballo incansable
que me llevaba donde yo quería.
Atravesé la pradera
y pasé por los campamentos
de los indios UTE.
Un cúmulo de tiendas,
de mujeres y niños
que vivían en la reserva
con una pobreza degradante.
Es una escritora muy brillante.
Ese modo de viajar,
la empatía que muestra respecto
a sus encuentros,
los pueblos que conoce,
la vivacidad de las cosas que hace,
todo esto se refleja
después en su escritura.
Tras casi tres meses de viaje
me encontré
en serias dificultades económicas.
El dinero de la herencia
casi se me había terminado
y sentí que tenía
que regresar a casa,
pero antes quise volver a ver
a Mountain Jim por última vez.
Nos encontramos en Estes Park
y me acompañó una parte del camino.
Durante mi ausencia
no me había olvidado,
más bien todo lo contrario.
Para que estuviera caliente,
me regaló
un bellísimo abrigo de nutria.
En Saint Luis, en la posada en
la que decidimos pasar la noche,
éramos dos celebridades:
yo una lady que vagabundeaba sola
por las Montañas Rocosas
y él un bandido famoso.
No había un rincón en Colorado donde
no nos conocieran.
En las Montañas Rocosas
no era simplemente una mujer,
era Isabella Bird,
la famosa viajera
a la que todo el mundo
quería conocer,
con la que todos querían quedar
y charlar.
Llegó así la última noche.
Intenté no pensar en ello.
En nuestro honor
se había organizado un baile.
Todos se divertían,
bailaban y bebían.
Las señoras no le quitaban
los ojos de encima a Jim,
pero yo tenía miedo
de que se emborrachara
y pudieradisparar a alguien.
Dejar a Jim fue la parte
más desgarradora de mi viaje.
Le miré alejarse hacia Estes Park
cabalgando lentamente
por la llanura.
A su lado le seguía Birdie,
mi compañera de tantas aventuras.
Al día siguiente
me volví a Inglaterra.
Estaba triste, claro,
pero llevaba conmigo
muchas emociones y recuerdos.
Llegué a casa a finales
de diciembre de 1873.
Mi hermana me esperaba,
feliz de poder volver a abrazarme.
Y yo también estaba contenta
de volver a verla.
Regresar a casa siempre
es un momento de consuelo,
aunque dure poco tiempo.
Isabella Bird tenía una relación
muy interesante con su hermana,
era realmente
todo lo que ella no era.
Su hermana se quedó en casa
y estuviera donde estuviera
le enviaba cartas muy largas.
Eso le permitió a Isabella
poder ser la otra hija.
Con las cartas que
le había escrito durante el viaje
publiqué un libro.
Un editor lo compró
y se convirtió en un éxito.
De un día para otro
me volví famosa y rica.
Fue un superventas.
Había un morbo,
el público victoriano
se volcó en aquella historia,
porque alentaba yo creo que esas
fantasías de las mujeres...,
bueno, de encontrar
ese amor salvaje
que medio te secuestra,
medio te conquista, te seduce...
La Royal Geographical Society
me acogió entre sus miembros.
Fui la primera mujer
en recibir este honor.
Isabella Bird se convirtió
en la primera mujer admitida
como miembro de la
Royal Geographical Society.
Esto es sumamente importante,
hasta entonces
sólo se había tomado en serio
a los hombres como viajeros.
Incluso aunque fue admitida
como miembro,
no daba ella las conferencias,
se sentaba al lado del miembro
que hablaba por ella.
Nueve meses después de mi regreso,
mientras estaba yendo
a dar una conferencia,
recibí un cablegrama.
Pocas palabras para decir
que Mountain Jim había muerto,
asesinado en un tiroteo.
Fue precisamente Evans
el que apretó el gatillo.
Estrujé aquel papel
en mi mano mientras la lluvia
golpeaba fuertemente
contra la ventana...
Seguí viajando por el mundo,
escribiendo y publicando libros
que tenían gran éxito.
Me casé y me quedé viuda,
pero viví siempre
llevando en mi alma
el peso de un amor imposible.
El 7 de octubre de 1904,
con 73 años,
emprendí mi último viaje.
Cerrando los ojos,
esperé volver a encontrarme
con aquel bandido fascinante
y generoso, una última vez,
en la cima de una montaña nevada.
(Sintonía "Mujeres viajeras")