Subtitulado por TVE.
Hace unos ciento veinte millones
de años,
gran parte de lo que hoy conforma
el Sistema Ibérico
estuvo bañado por las aguas
del mar de Tetis.
Precisamente aquí, en el entorno
del pueblo burgalés de Hacinas,
se encontraba una llanura deltaica
en la que se dieron las condiciones
necesarias para que grandes árboles
se fosilizaran
y hoy nos permitan contar cómo eran
los bosques del Cretácico.
En este capítulo vamos a hacer
un prodigioso viaje en el tiempo
a través de uno de los bosques
de coníferas más antiguos,
a los que hemos denominado
"bosques de piedra".
(TRUENOS)
Desde la perspectiva
que proporciona la efímera duración
de una vida humana,
el planeta Tierra parece inmutable,
pero, en realidad,
se trata de un sistema dinámico
en constante evolución.
La corteza terrestre o litosfera
es una delgada capa rígida
dividida en catorce placas
encajadas entre sí.
Debido a su menor densidad,
estas placas se encuentran
flotando sobre el manto,
un enorme océano de mineral fundido
a miles de grados de temperatura.
El calor interno del planeta
hace que las placas
se vayan desplazando muy lentamente
sobre este gran océano de magma.
A veces se fragmentan
dejando escapar parte
del contenido del manto,
dando lugar a erupciones volcánicas.
En otras ocasiones, chocan entre sí
produciendo movimientos sísmicos.
Con el paso de millones de años,
el continuo desplazamiento
de las placas continentales
ha dado lugar a diferentes
configuraciones
de las masas de tierra emergidas,
afectando profundamente
a la evolución de la biosfera.
Hace unos doscientos cincuenta
millones de años,
la tierra emergida confluía
en un solo supercontinente
conocido como Pangea,
rodeado por un gigantesco océano,
Pantalasa.
Tras un larguísimo
proceso de ruptura,
de la fragmentación de Pangea
surgieron dos masas de tierra,
conocidas como Laurasia y Gondwana.
La Península Ibérica,
en el Cretácico Inferior,
formaba parte de un archipiélago
de islas,
era una de las grandes islas
de la zona llamada Mesogea,
en la zona central de la Tetis,
a una latitud de unos 30 grados,
latitud norte, o sea, la latitud
actual de Canarias y Marruecos,
y ocupaba una posición central
entre dos grandes continentes:
el continente septentrional,
que unía Eurasia con Norteamérica,
Laurasia se llamaba o la llamamos,
y el continente meridional, Gondwana.
En esta zona, la península
actúa al mismo tiempo
como fábrica de especies,
por ser una isla,
y como punto de conexión
entre los dos continentes,
como puente entre los dos
continentes.
Y encontramos especies que tienen
una extensión casi cosmopolita,
que pasan por la península,
y otras que, al revés,
se originan en este archipiélago
y luego se exportan al resto
de los continentes.
Hace ciento veinte millones de años,
las tierras emergidas
de la Península Ibérica
se limitaban a los dos tercios
de la mitad noroccidental
y una marcada línea de costa
desde Asturias
hasta el Levante valenciano.
Frente a esa línea de costa
discurrían arrecifes coralinos
y los macizos vasco y del Ebro.
La plataforma de la línea de costa
era interrumpida por los cursos
deltaicos,
meandriformes y divagantes,
de los ríos
que desembocaban en el antiguo
mar de Tetis.
Hacia el interior,
los bosques de coníferas
y las primeras angiospermas
eran exuberantes.
Curiosamente, esa línea de costa
desde Asturias
hasta el Levante valenciano,
hoy ocupada por el Sistema Ibérico,
está salpicada por multitud
de yacimientos cretácicos
de aquel período geológico.
En muchos de estos yacimientos
han aparecido fósiles de dinosaurios
y las huellas o icnitas
dejadas por ellos.
Además de restos de plantas,
como polen, hojas, frutos o corteza
e, incluso, grandes árboles
fosilizados.
No son muchos los enclaves
de la Península Ibérica
en los que han sido descubiertos
grandes árboles fósiles,
además, en la mayor parte
de las veces,
el descubrimiento de estos troncos
fosilizados
ha sido fruto de la casualidad,
por el inicio de unas obras
o durante las labores agrícolas.
En muchas ocasiones,
el interés de algún sacerdote
o del maestro del pueblo, conocedores
de su importancia científica,
ha permitido que estos restos
de incalculable valor
hayan llegado hasta nuestros días.
En 2014 el número de yacimientos
de árboles fósiles del Cretácico
descubiertos en la Península Ibérica
era de trece,
diez de ellos en España
y tres en Portugal.
El mayor número se concentra
en la provincia de Soria,
con cuatro yacimientos:
en San Leonardo de Yagüe,
en la zona de Bretun, Yanguas
y Santa Cruz de Yanguas,
en Ágreda y en Carazuelo,
pero, desgraciadamente, todavía
no han sido identificados.
En Teruel, la zona de Ladruñan,
Seno y Oliete
representa el yacimiento
con mayor diversidad,
habiéndose descubierto en 1972
seis especies diferentes
y en 1999, una más.
También en Teruel, en el yacimiento
de El Barranquillo, en Castellote,
se han descrito tres especies
diferentes.
En Asturias, dos especies
han sido descubiertas
por Valenzuela y Philip.
En La Rioja se localizan otros dos
yacimientos de árboles fósiles,
uno en Igea
y otro en Soto de Cameros.
El descubrimiento
del árbol fósil de Igea,
de unos once metros de longitud,
tuvo lugar en abril de 1986
por un pastor de la localidad,
Félix Sáez Arnedo.
Hoy el tronco permanece expuesto
y protegido del expolio.
En 1991, los científicos Varal
y Viera lo catalogaron,
llamando a la nueva especie
"Dadoxylon riojense",
presentando características
muy similares
a las actuales araucarias.
No muy lejos de allí,
en la denominada Era del Peladillo,
se localiza uno de los yacimientos
mejor conservados de icnitas.
Estas, como otras muchas
del Sistema Ibérico,
muestran el paso de grandes
dinosaurios
que un día deambularon
por las playas del Cretácico,
cuando estas tierras eran bañadas
por el mar de Tetis.
En Soto de Cameros, el grupo
de investigación de Del Nido
descubrió en 1998 una especie
similar a los pinos actuales,
concretamente, "Pinoxylon riojanus".
Y en 2004, Doublet y García
hacen lo propio con un tronco fósil
al que denominaron "Agathoxilon
riojense",
muy similar a los actuales kauris
de Nueva Zelanda.
En Portugal, en 1949, Bureau
descubre y cataloga en Cadriceira
una nueva especie.
Y en el año 2000,
Mor y Sulca catalogan en la vieja
mina de carbón de Guimarota
una especie próxima
a los taxodium actuales.
En 2014, investigadores
de las Universidades Nova de Lisboa,
Coimbra y Politécnica de Madrid,
catalogan en Santa Catarina da Serra
una especie del género
protocupressinoxylon,
un árbol muy cercano
a los actuales cipreses.
Pero uno de los yacimientos
más importantes y extensos
del Cretácico Inferior
en la Península Ibérica
se encuentra, sin duda, en el pueblo
burgalés de Hacinas.
En dicho período, esta zona
burgalesa era una llanura deltaica
inundada de forma intermitente
por cursos fluviales
que transportaban gran cantidad
de material sedimentario.
Lo habitual es que la materia viva
se descomponga sin dejar rastro,
pero, en casos muy excepcionales,
se dan las condiciones necesarias
para que se produzcan los procesos
fisicoquímicos
que conducen a la fosilización.
Los árboles, derribados por alguna
causa desconocida,
fueron cubiertos por los materiales
sedimentarios
arrastrados por el vaivén
de las aguas.
Año tras año, siglo tras siglo,
se fue construyendo un auténtico
mausoleo de barro
que permitió la conservación
de los restos biológicos.
La escasez de oxígeno
evitó la rápida pudrición
de la madera.
Las altas presiones
y la lenta infiltración
de minerales presentes en el agua
fueron produciendo,
molécula a molécula, la sustitución
de la materia orgánica
por elementos inorgánicos,
que reprodujeron,
de forma casi exacta,
la estructura biológica original.
Posteriormente, los movimientos
que afectaron a la capa sedimentaria
donde yacían los árboles
y la erosión que desgastó
los materiales que los cubrían,
situaron los árboles de piedra
cerca de la superficie.
A algunos árboles no les dio tiempo
a fosilizarse,
pero dejaron su molde o impronta
en la roca.
En su interior se mantiene todavía
el relieve de su corteza.
En algunos enclaves de la zona,
los frutos fosilizados
de estos antiguos árboles
parecen esperar a que alguien
los recoja.
Equipos de paleontólogos y geólogos
no solo extraen el material fósil,
sino que estudian el contexto
en el que este se localiza
para poder obtener la máxima
información.
Los bosques de piedra
o, como les llamamos nosotros,
permineralizados,
nos proporcionan la máxima
información sobre la anatomía interna
de las plantas de las que disponemos.
Esta información
nos da con muchos datos
de identificación de las especies,
en primer lugar,
para precisar a qué especies
pertenecen
y qué relaciones evolutivas
hay entre ellas.
Luego, nos da también mucha
información paleoecológica:
crecimiento, estacionalidad,
climatología...
Yo creo que esta es la importancia
principal.
A pesar de que los árboles fósiles
de Hacinas
se conocen desde principios
del siglo XX,
hasta hace poco se desconocía
a qué especie pertenecían.
Su identificación ha corrido a cargo
de un equipo de investigadores
de la Universidad Politécnica
de Madrid
y la Universidad de Lyon.
La identificación de una especie
a través de su madera fosilizada
es un proceso complejo que requiere
una preparación de muestras singular
por la naturaleza
del propio material,
que a veces nos llega muy meteorizado
o degradado.
Una vez realizada la preparación
microscópica,
queda lo más difícil,
que es cotejar las bases de datos
de los géneros y especies del período
y comprobar de qué especie se trata.
El éxito radica en la buena
preparación de la muestra.
Al llegar las muestras
al laboratorio,
son orientadas en sus tres planos
de identificación,
transversal, tangencial y radial,
y de cada uno de ellas
se realizan láminas delgadas.
Un disco de diamante
lubricado con agua
se encarga de dar
estos primeros cortes.
A continuación, son limpiados
y pulidos
con carborundo de distinta
granulometría,
hasta que quedan
lo suficientemente lisos
para ser pegados a un portamuestras.
Una vez limpios y secos,
se encolan con un adhesivo
de poliuretano de dos componentes
y se ponen bajo una pequeña prensa
hasta que fragua.
Ha llegado el momento de eliminar
el material sobrante
con otro disco de diamante,
que corta paralelo al porta
donde se encoló la muestra.
Se vuelve a pulir
hasta que el grueso
de la preparación
llegue a unas veinte
o treinta micras.
El pulido final,
de nuevo con carborundo,
se da en una rotativa.
Se comprueba la calidad
de la preparación
y, por fin, se puede examinar.
Esta tarea
corresponde a los investigadores
especializados en este tipo
de materiales.
Cuando la muestra
no está muy deteriorada,
no hay que olvidar
que han pasado sobre ella
más de cien millones de años,
la estructura interna de la madera
permanece y eso nos permite
ver los elementos para clasificarla
dentro de uno u otro grupo.
Podemos evaluar así la presencia
del parénquima longitudinal,
las características de las traqueidas
longitudinales, etc.
y con ello comenzar el proceso
de identificación.
Cuando la muestra está deteriorada,
tenemos que recurrir al microscopio
electrónico de barrido.
En este caso, la muestra se metaliza
con una aleación de oro paladio
y se le hace incidir un haz
de electrones.
La ventaja de este sistema
es que vemos la madera fosilizada
en tres dimensiones.
Una vez que se consigue observar
los caracteres mínimos requeridos
para colocar la muestra
en un grupo botánico,
se utilizan las claves
de identificación
para llegar a una especie
o grupo de especies.
Si no se encuentra ninguna
coincidencia,
puede que el científico se encuentre
ante una nueva especie.
Si es así, es necesario
describirla y nombrarla.
Este fue el caso
de uno de los árboles
encontrados en Hacinas,
al que se bautizó con el nombre
de "Protopodocarpoxylon
haciniensis".
Una de las mayores satisfacciones
que puede tener un científico
es describir una nueva especie.
Las maderas fósiles no solo
rebelan la identidad del árbol,
sino que nos dan información
sobre el clima
del período en el que vivieron
gracias, entre otros caracteres,
a sus anillos de crecimiento.
Estos árboles fósiles
muestran que, al margen
de los factores genéticos
propios de la especie,
el clima en que se desarrollaron
carecía de grandes variaciones.
Sus anillos de crecimiento
son muy poco marcados,
con tan solo una o dos células
de anchura,
generadas, probablemente,
durante el proceso de floración.
Esa ausencia de anillos marcados
nos rebela que donde hoy
se encuentra
este pequeño pueblo burgalés
de Hacinas,
hace ciento veinte millones de años
el clima era subtropical.
El bosque de la zona estaba dominado
por grandes coníferas,
acompañadas por helechos
de mil y una formas.
Protopodocarpoxylon
y agatoxylon,
ambas especies muy próximas
a los podocarpos y kaurís actuales,
eran los señores del bosque.
Probablemente, la resina
de algún agatoxylon
nos descubra a alguna mosca
desprevenida
en su sarcófago de ámbar.
La vegetación era tan diversa
como en la actualidad,
había muchos tipos de bosque.
Por un lado, tenemos estos bosques
silicificados,
que, probablemente, crecían
cerca de los cauces fluviales
y que, a diferencia de hoy en día
en que dominan chopos y álamos,
estaban dominados por coníferas.
Luego estaban, por ejemplo,
los bosques litorales,
parecidos a manglares,
también dominados por coníferas
actualmente extintas.
Y bosques parecidos
a bosques cerrados
con helechos arborescentes
y otro tipo de coníferas,
como las araucariáceas,
quizá donde se desarrollaban mejor.
Había también una vegetación
de tipo más abierto,
que no formaría propiamente bosques,
con vegetación tipo sabana,
donde el hábitat
ocupado por las acacias
estaría también
ocupado por coníferas
y el estrato herbáceo ocupado
actualmente por gramíneas,
estaría ocupado por helechos.
Entre la espesura de los bosques
del Cretácico burgalés
correteaban los hypsilophodones,
iguanodontes y pholacantus,
observados desde el cielo
por primitivas aves con dientes,
como el iberomesornis.
La progresiva evolución
de las placas tectónicas
fue transformando el clima
de la Tierra
y, en consecuencia, los habitantes
de su superficie
debieron adaptarse a nuevas
condiciones.
La variación climática
fue cambiando la distribución
de las masas boscosas
a un ritmo lento, casi geológico.
Las angiospermas
o plantas con flores
fueron cobrando cada vez
más importancia,
de hecho, hoy las angiospermas
son el grupo vegetal de mayor éxito
y están representadas
por unas cuatrocientas mil especies
presentes en todos los climas
de la Tierra.
Su origen es uno de los grandes
enigmas de la paleobiología
y "un misterio abominable",
en palabras de Charles Darwin.
La presencia del cráter
de Chicxulub, en México,
cuya estructura está datada
en, aproximadamente,
sesenta y cinco millones de años,
y los inusuales niveles de iridio,
mineral muy extraño en la Tierra
presente en los estratos
de ese período,
apuntan al impacto de un meteorito
que causó una de las mayores
extinciones
de la historia de la vida.
Supuso la desaparición
de los dinosaurios
y el auge de aves y mamíferos,
que ocuparon su lugar
comenzando un nuevo período
de adaptación de flora y fauna.
Hoy el Sistema Ibérico
muestra un aspecto muy diferente
al que tenía en los albores
del Cretácico.
Su vegetación ha cambiado,
fruto de la sucesión
y adaptación natural de las especies,
pero, quizá, el reto más difícil
para los bosques actuales
sea adaptarse a la influencia humana,
que está consiguiendo, incluso,
transformar el clima
de la propia Tierra.
Los bosques de piedra
son el testimonio
de una larguísima historia biológica
que ha conseguido desafiar
el poder destructor
del paso del tiempo.
Su madera fosilizada narra historias
de cuando el mundo era más joven,
historias que el poder de la ciencia
nos permite escuchar.
SSubtitulación realizada por:
Virginia Sander.