Gerard mira hacia el cielo. Desde sus seis años divisa un castillo muy alto. Un castillo de nueve plantas formado por piernas, pies, hombros, cuellos, rodillas, los brazos de cientos de personas, una cosa encima de la otra. Lo más pesado abajo, lo más liviano arriba. En la base están los vecinos de Gerard; en la segunda planta sus tíos; en la quinta, quizá, su prima. Se pone el casco. Trepa. Sube pisando manos, pies, espaldas. Arriba, piensa, tendrá las mejores vistas. No puede fallar, si tiene un traspié y él se cae la torre se desmoronará. Su madre se muerde las uñas abajo y se tapa los ojos. Las torres humanas se levantan en Cataluña hace dos cientos años. Son patrimonio inmaterial de la humanidad y un reclamo turístico que deja boquiabiertos a los turistas y pone la piel de gallina.
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