Paul Abey nació en 1927 en Pensilvania, escritor ecologista cuando el ecologismo no existía, guardabosques empeñado en contar que empezábamos a tener demasiadas cosas y que quizás no sería bueno comprar tanto, dijo que solo creía en los que se puede tocar , besar o darle un abrazo, el resto lo consideraba solamente humo. Vamos, un enamorado de lo tangible capaz de provocar una sensación. Abrazar, sentir el calor del cuerpo ajeno, invadiendo el espacio más privado, ritual en el que es difícil engañar, en público o en privado, preámbulo de lo que es posible que llegue sellado uniendo los corazones.
Hay abrazos desperdiciados, abrazos desgastados o impuestos por la rutina y el protocolo, rápidos fugaces y olvidados en el mismo instante en el que se abarca el cuerpo ajeno.
Los perores son los abrazos que se pierden, los que no se dieron, los que se echan de menos, los que se desean y se sabe que nunca se van a dar.
Abrazar, verbo que cura, que conviene ejercitar incluso con quien fue tu contendiente y ahora está llamado a ser tu amigo, gesto que se convierte en una oportunidad.
