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Para entrar en calor

  • Platos pensados para combatir los rigores del invierno
  • Admiten todo lo que cabe en una olla y lo mejor es compartirlos
  • Son platos excesivos, no recomendados para dietas bajas en caloría

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Comando Actualidad - Para entrar en calor

Están pensados para combatir los rigores del invierno. Admiten todo lo que cabe en una olla y lo mejor es compartirlos. Son platos excesivos, no recomendados para dietas bajas en calorías. Se idearon para soportar condiciones de frío extremo, en zonas de duro trabajo y economías de subsistencia. Ahora, esos antiguos caldos, gazpachos, cocidos o frituras se han convertido en imprescindibles para las regiones donde se inventaron.

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Hilario tiene en sus manos una legumbre de la que se alimenta la economía toda una comarca; la primera que consiguió la Denominación de Origen en España: alubias del Barco de Ávila. Las hay negras, rojas, blancas, grandes, pequeñas, medianas. Son el fundamento del plato de cuchara convertido en reclamo turístico de este pueblo de 2600 habitantes. El kilo se cotiza de 6 a 12 euros, depende de la variedad. El abuelo de Juan Carlos, su padre y él mismo venden judías en la plaza del pueblo. Dos calles más abajo, Carmen hace potaje de alubias con matanza. Durante los meses de invierno, miles de turistas peregrinan a su restaurante para combatir el frío al calor de la alubia.

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En Casas de los Pinos los vecinos alardean de su gazpacho manchego. Un plato contundente que ya aparecía en El Quijote y que en esta zona de Cuenca elaboran en pleno monte, con todo tipo de carne y verdura, y como ingrediente fundamental: una torta gigante que, mojada en el caldo, destierra al hielo y paraliza tiritonas.

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Es el único cocido que no lleva garbanzos. Una ración con su compango: tocino, chorizo, berzas, morcilla y jamón tiene mil calorías. Los 25 vecinos de Bárcena Mayor, en pleno Valle cántabro de Cabuérniga, son expertos en cocido montañés. En apenas cuatro calles hay cinco restaurantes. El pueblo sobrevive gracias a este plato que alimentaba a pastores y ganaderos. Ahora, que la comida de la abuela y de cuchara está de moda, Amagoya sirve cualquier domingo del año cerca de 200 raciones.

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Es crujiente por fuera, meloso por dentro y famoso por el sonido de su crepitar al freírse en su propia grasa. No hay bar en Soria que no tenga una tapa de torrezno. Ni soriano que no lo desayune acompañado de un par de huevos. Cada año se venden 700 toneladas de este manjar que sale de la panza del cerdo y que aseguran que cien gramos tiene la mitad de calorías que una bolsa de patatas fritas. Luis compite para conseguir el título del mejor torrezno del mundo.

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En Sevilla, al que come pringá le llaman pringao. Es esa carne de cerdo, tocino y morcilla que acompaña al cocido andaluz y que, cuando los garbanzos y la sopa se marchan, se revuelve bien y se monta sobre una rebanada de pan. A Regina, la dueña del bar que más pringás vende en la capital andaluza, los dos euros que cobra por montadito le han salvado la vida y el monedero.

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