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Marisa Paredes, elegante matriarca

  • La veterana actriz representa en Madrid la obra El cojo de Inishmaan

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Entrevista completa a Marisa Paredes

Siempre me emociona el empeño. Hace años leí que un deportista decía: “Sé que no soy ni el más rápido ni el más fuerte, pero también sé que soy el último en rendirme”. No voy a dar el nombre del caballero porque, aunque a mí me parece terriblemente meritorio todo lo que consiguió, cayó en cierto desprestigio y no quisiera que su fama empañara la idea: “Soy el último en rendirme”.

Si te aplicas la frase, no acabas de quedar en buen lugar porque implica que no eres el mejor por naturaleza. ¿Existe eso de ser el mejor por naturaleza? Cualquiera que haya visto a Fred Astair bailar con un perchero podría pensar que sí, que existe la sobredotación natural, porque parece que la única explicación posible a su pericia es que vino al mundo adosado al perchero. Pero a estas alturas del partido, ya sabemos que, por mucha facilidad que se tenga, si no trabajas, no sale.

Una ironía graciosa, Bob Fosse fue un gran coreógrafo porque no era “el mejor” bailarín, cuentan. Como no podía dejar de bailar, convirtió sus dificultades en características y creó un estilo que configuró el de otros, como el del célebre Michael Jackson, por ejemplo. Podría considerarse a Bob Fosse el mejor o de los mejores a pesar de que no lo era.

El empeño hace que las plantas crezcan entre las baldosas del pavimento, abre caminos inesperados, construye y construye contra viento y marea…

Algunos de los actores que han venido invitados a nuestro plató, vienen de saga de artistas. Para botón de muestra vale nuestra presentadora, Cayetana Guillén-Cuervo. Esta semana hemos recibido a alguien que se empeñó en ser actriz. El padre de Marisa Paredes trabajaba en una fábrica de cervezas y no le hacía demasiada gracia que su hija anduviera entre platós y bambalinas. Pero Marisa se empeñó, quiso hacer de eso toda su vida, nos dijo.

Su amor a la profesión es tal que su hija María Isasi se ha contagiado de él y ha seguido el modelo de su madre con sobrada solvencia. Me emocioné al pensar que esa mujer que recibimos en nuestro plató el jueves de su cumpleaños, podría ser la pionera de una saga. Conmueve imaginar que, con su empeño, ha transformado la vida de personas que aún no existían cuando redoblaba jornadas entre la televisión y las dos funciones del teatro. Da escalofríos darse cuenta de que un deseo tan decidido pueda traspasar generaciones y que el suyo  acabe orientando la vocación de sus descendientes.

Como si de un presagio se tratara, Marisa Paredes comparte escenario en El cojo de Inishmaan con Irene Escolar, nieta de Irene Gutiérrez Caba, sobrina-nieta de Emilio y Julia y, si tiramos hacia atrás, nos encontramos a todos los Caba y a todos los Alba. Unas seis generaciones de artistas.

Quizá dentro de un par de siglos, alguien como yo busque en la wiki de entonces documentación de unos actores que son bisnietos de los bisnietos de Marisa Paredes. Si eso ocurriera, podemos llegar a la conclusión de que merece la pena luchar por emplear nuestro tiempo en algo que nos guste, porque si actuar es una profesión que se contagia entre los que te suceden, es porque hay en ella un legado precioso. Nadie reclama herencias malditas.

Probablemente en su juventud, Marisa Paredes estaba tan concentrada en superar los prejuicios paternos que, mientras luchaba por su sueño, no se daba cuenta de que estaba mejorando el destino de sus descendientes, de que, por no rendirse, se estaba convirtiendo en un antepasado del que sentirse orgulloso.