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El secuestro de Anabel. La historia real

  • Pedro Costa, productor de "La huella del crimen" recrea los hechos reales en los que se basa la tv movie

Por
anabelmultimedia

El encuentro de dos amigos sin dinero

El 12 de abril de 1993, lunes de Pascua, el destino reunió a dos viejos amigos en un bar de Vallecas. A Emilio Muñoz, 35 años, le llamaban "el Facha" tanto por sus constantes manifestaciones contra el gobierno del PSOE como por su aspecto rudo y mal encarado. Era dueño de una furgoneta Ford Courier blanca y acababa de quedarse sin trabajo porque la mensajería para la que trabajaba había cerrado. Como aquella mañana no tenía nada que hacer se acercó al barrio en que había pasado su juventud y en uno de los bares se encontró con un colega de aquellos años, Cándido Ortiz, un fontanero que pasaba más tiempo en las bodegas que en sus chapuzas.

Ginebra va, ginebra viene, tocaron todos los temas en su conversación y Emilio sentenció finalmente que si el dinero no le viene a uno, hay que salir a buscarlo. Y él sabía donde estaba. Serían las dos de la tarde cuando, después de otros dos vermuts con ginebra, Emilio le hizo subir a Cándido a su furgoneta y le dijo que le iba a llevar donde estaba el dinero.

Un secuestro casual y fatídico

Lo condujo a La Moraleja para mostrarle lo bien que vivían los ricos y luego entraron en la exclusiva urbanización Intergolf. Faltaban diez minutos para la tres de la tarde cuando en las desiertas calles del lujoso recinto apareció una rubia muchacha de 22 años, con chándal, zapatillas y walkman haciendo jogging, Anabel. Emilio le convenció al otro de que no había acudido a aquel lugar por casualidad sino que todo obedecía a un plan detenidamente estudiado y que no podía fallar. Al cruzarse con Anabel, los dos hombres descendieron de la furgoneta, la rodearon con la excusa de hacerle una pregunta y la obligaron a subir al vehículo.

Deambularon con la muchacha toda la tarde, de acá para allá, porque no era cierto que Emilio tuviera ningún plan. La muchacha trató por todos los medios de huir, tanto razonando con los desconocidos como tratando de sorprenderles. La noche les pilló por la provincia de Toledo. Tenían tanto miedo que decidieron matarla para que no les denunciase. Escondieron el cadáver en el interior de un viejo horno de una fábrica de ladrillos abandonada, en el término municipal de Numancia de la Sagra y se despidieron.

Las sospechas de Felisa

Emilio regresó a su casa, en Pantoja, en cuyos bajos tenían una churrería de la que se ocupaba Felisa, la esposa. "¿Qué harías si nos tocaran 150 millones en la lotería?". "¿A nosotros, cómo nos va a tocar si nunca jugamos?". Emilio sonrió de forma enigmática y se acostó. En la mente de Felisa comenzaron a nacer sospechas y temores que fueron en aumento cuando al recoger el anorak de su marido descubrió gran cantidad de cabellos largos y rubios. Cuando al día siguiente todos los medios se hicieron amplio eco de la noticia del secuestro, Felisa se temió lo peor. Y así se lo dijo a su marido que, asustado, reconoció que Cándido y él habían secuestrado a la chica pero no le dijo que la habían matado sino que Cándido se había hecho cargo de ella.

Emilio y Cándido se ponen en contacto con la familia

Comenzaron entonces las llamadas a la familia y las condiciones de rescate. Emilio y Cándido acudieron una noche a una cita para recoger el dinero y mientras Emilio se acercaba a pie al lugar donde debía estar depositado, Cándido descubrió que había policías y se largó con el coche dejando colgado a su amigo que tuvo que recorrer como pudo los cien kilómetros que distaban de su casa.

La familia de Anabel exigió una prueba de que la chica estaba viva y Emilio obligó a su mujer a grabar un mensaje como si fuera ella la muchacha. Lo hicieron tan burdamente que los investigadores descubrieron el engaño a la primera; sin embargo aquella grabación tenía un considerable valor para la policía científica que trataron de descubrir donde se había realizado a base de aislar los ruidos de fondo y ampliarlos, de esta forma lograron descubrir el timbre de una puerta, el llanto de un niño y una frase pronunciada con acento de Toledo y utilizando una palabra que solamente se usa en aquella zona, "bolo".

La repercusión mediática contra el olvido, se difunden las voces de los secuestradores

Pasaron semanas y meses de silencio. Tras el verano vino el otoño y el invierno no se hizo esperar. 1993 concluyó sin ninguna novedad. Emilio había desistido prácticamente de cobrar el rescate y sólo esperaba que el tiempo lo borrara todo, que era precisamente lo que la familia de Anabel trataba de impedir, que el caso cayera en el olvido y por ello se preocupaban de que los medios de comunicación siguieran hablando del secuestro de Anabel.

Se cumplió el primer aniversario de la desaparición y no se produjo ninguna novedad en las investigaciones ni los secuestradores dieron más señales de vida. Y cuando estaba a punto de cumplirse el segundo aniversario en TVE realizaron una edición especial del programa de Paco Lobatón, "¿Quién sabe dónde?", que tardaron meses en preparar. Aquel programa era prácticamente el último cartucho que quedaba a los investigadores y la familia de Anabel depositó en él una confianza total. Los resultados no se hicieron esperar. En el programa se difundieron varias grabaciones con la voz del interlocutor de los secuestradores, que era Emilio, y se ofrecieron 60 millones de pesetas a la persona que pudiera dar alguna pista que llevara a identificar al mismo.

Las llamadas a "¿Quién sabe dónde?", claves para la resolución del caso

Se recibieron 30.000 llamadas de las que 3.000 fueron consideradas interesantes y de ellas se llegaron a analizar 1.625 hasta dar con la buena. A ello ayudó el análisis realizado por la policía científica. Una persona identificó la voz como la de Emilio Muñoz, "el Facha". Siguieron semanas de acecho e investigación sobre la familia de la churrería de Pantoja y finalmente, en septiembre de 1995, fueron detenidos Emilio, Cándido y Felisa.