Bayreuth 98
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Die Meistersinger von Nürnberg

(Los maestros cantores de Nuremberg)

Ópera en tres actos

ACTO I.—Interior de la iglesia de Santa Catalina, en Nuremberg.

Concluye el servicio divino que tiene lugar la víspera de San Juan. Walther, un joven caballero, interroga ardientemente a Eva, joven burguesa, quien le contesta complacida. Magdalena, la «dueña», algo metida en años, advierte al impetuoso caballero que la mano de Eva está ya comprometida, ya que la obtendrá el maestro cantor que triunfe en el concurso de canto del día de San Juan. Walther, recién llegado a Nuremberg, no entiende lo que sucede, y en vista de su amor por Eva, Magdalena pide a su amado David, aprendiz de zapatero en el taller de Hans Sachs, que ayude al joven caballero en sus deseos de convertirse rápidamente en maestro cantor, único media de lograr la mano de la muchacha.

Mientras los aprendices acondicionan la nave para la reunión de maestros cantores y los exámenes convocados, David explica al caballero el largo y complicado proceso que hay que recorrer para llegar a ser maestro artesano y maestro cantor. Aunque la relación de tones y melodías que hay que llegar a dominar resulta abrumadora, Walther no piensa ceder en su empeño. Tampoco le asusta la advertencia de David sobre el temido «marcador». Van llegando los maestros. Primero entran Pogner, rico orfebre, y el ya más que maduro escribano de la ciudad, Beckmesser, un solterón que aspire a casarse con Eva, no sólo una apetecible joven, sino ante todo una rica heredera. E1 escribano intenta inclinar a Pogner en favor suyo y le pide que hable de él a su hija. Al apartarse a un lado Beckmesser, sumido en cavilaciones, el caballero Walther saluda a Pogner, su mentor en Nuremberg, y le anuncia que quiere someterse a examen para conseguir entrar en la corporación de maestros cantores. Beckmesser, sorprendido por la presencia del joven, sospecha algún entendimiento entre el orfebre y el caballero, y se pone alerta. Kothner, secretario de la corporación, pasa lista a los maestros: hay mayoría y así puede iniciarse la sesión. A renglón seguido, Pogner pide la palabra y explica por qué ha decidido ofrecer la mano de su única hija al vencedor del torneo de canto que se va a celebrar el día siguiente. Beckmesser y Hans Sachs, prestigioso zapatero-poeta, expresan distintas reserves sobre el case. Pogner aclara que Eva sólo podrá casarse con un maestro cantor, pero que no le será impuesto el marido, porque podrá rechazar al triunfador del torneo si no es de su agrado. Sachs aprueba las condiciones, mientras Beckmesser refunfuña. Inmediatamente, Pogner presenta a Walther. Los artesanos reciben sin entusiasmo al aristócrata. Interrogado por Kothner sobre su maestro y la escuela donde ha cursado estudios de canto, la apasionada respuesta del caballero no hace más que acentuar la desconfianza inicial.

Beckmesser, que es «marcador» o juez, se apresta ahora para el examen. Advierte al caballero que a las siete faltas será rechazado. Walther inicia su canción, que es tan inspirada como libre. Beckmesser llena su pizarra con toda clase de faltas e interrumpe a Walther. Hay un gran desconcierto. En vano Hans Sachs intenta demostrar a los maestros que el canto de Walther, si bien poco ortodoxo, es puro fuego de la inspiración. Sachs también se ve obligado a señalar que Beckmesser está abusando de su situación como «marcador» para humillar al caballero , en el que ve un contrincante amoroso . Esto irrita aún más a Beckmesser, quien acusa a Sachs de tener descuidado el taller de zapatería para dedicarse a escribir males coplillas callejeras. Finalmente, el escribano consigue que todos los maestros, a excepción de Pogner y Sachs, voten contra el caballero. Este se despide arrogantemente. Pogner lamenta el resultado, pues ya pensaba que Walther sería un buen partido para su hija. Los maestros abandonan la iglesia, los aprendices retiran el tinglado de la reunión y Sachs se marcha con aire, a la vez humorístico y apesadumbrado.

ACTO II.—Cálido atardecer de verano en las calles de Nuremberg.

Magdalena interroga a David sobre el examen del caballero, y cuando se entera de que ha sido rechazado deja al atónito David sin la merienda que le traía y entra desolada en la casa de Pogner. David es embromado por los aprendices. Llega ahora Sachs y ordena a David que le prepare para trabajar un por de zapatos. Ambos entran en la casa de Sachs. Regresan de un paseo Pogner y Eva. El orfebre está preocupado y habla con su hija del destine que le traerá el día siguiente. Se retire a su case. Magdalena sale y cuenta a Eva lo que le ha dicho David y le advierte que Beckmesser le ha dada un encargo. Las mujeres entran en la casa y Sachs coloca su banco de zapatos a la puerta del taller y se dispone a la tarea.

Anochece dulcemente y el aroma de un saúco sume al zapatero en meditación poética. Recuerda lo sucedido por la mañana: aún está emocionado por el canto del caballero. Sale ahora Eva y se acerca a su amigo Sachs. Eva quiere saber qué ocurrió en el examen, pero no se atreve a preguntar directamente. Sachs la trata a la vez con ternura y malicia. Cuando hablan de Beckmesser, Eva expresa su desagrado y sugiere a Sachs que se presente al concurso. E1 zapatero advierte a Eva que él ya es demasiado viejo para alla, y continúa en el mismo tono paternal y socarrón. Por fin, Eva averigua lo que quería: tiene un estallido de cólera, recrimina a Sachs porque cree que no ha ayudado a Walther y se aleja muy agitada. Sachs intuye lo que pasa y se mete en el taller para espiar desde allí los acontecimientos que se van a suceder en la calle.

Magdalena sale a buscar a Eva para llevarla a casa y descubre el recado de Beckmesser: el escribano va a venir a dar una serenata con la canción que tiene preparada para el concurso. Eva decide que Magdalena se ponga a la ventana en su lugar, y la dueña piensa divertida en dar así celos a David. Cuando van a entrar en la casa aparece Walther. Los dos jóvenes se abrazan y se declaran su amor. El caballero relate, indignado, la escena del examen; se exalta terriblemente y propone a Eva que huya con él de ese mundo mediocre y mezquino. Ya son las diez y aparece el serene en su recorrido nocturno. Eva entra en la casa y vuelve a salir vestida con las ropas de Magdalena, dispuesta a escapar con Walther. Pero Sachs, atento a impedir esta acción, que sería un rapto, hace caer sobre la calle una viva luz que detiene a la pareja. En ese instante se acerca Beckmesser tañendo su laúd. Walther quiere agredirle, pero Eva lo detiene y se oculta con él tras unos arbustos.

Cuando Beckmesser va a iniciar la serenata, Sachs comienza a golpear los zapatos con el martillo y entona una canción cargada de intención, sobre Adán y Eva expulsados del paraíso, que conturba a la hija de Pogner. Beckmesser protesta por la interrupción, pero Sachs le responde que tiene que acabar un par de zapatos, justamente los que Beckmesser ha de calzar en la fiesta. Mientras tanto ha aparecido en la ventana Magdalena, vestida como Eva. Beckmesser intenta llegar a un acuerdo con Sachs, quien naturalmente le recuerda con ironía sus acusaciones de tener descuidado el taller. Por último, el escribano acepta, a regañadientes, que el zapatero marque a martillazos las posibles faltas que cometa. La serenata, pedestre y académica, se desarrolla bajo el continuo martilleo de Sachs en las suelas de los zapatos del escribano, que quedan pronto listos. Ahora se reproduce la situación del final del primer acto entre Beckmesser, con la pizarra llena, y el desesperado Walther: mientras Sachs canta y baila en torno al enfurecido Beckmesser, éste continúa cantando a gritos y despierta al vecindario Maestros, oficiales y aprendices salen a la calle y comienzan a provocarse. Enorme tumulto. La pelea es ya general. Menudean los palos, los insultos y las bofetadas. David, en efecto celoso, cree que el escribano pretende a Magdalena, salta por la ventana de su cuarto y arremete contra Beckmesser, quien en vano intenta escapar de las garras del aprendiz. Magdalena chilla en la ventana. las vecinas se asoman y arrojan cubos de agua sobre los contendientes. Pogner retire a Magdalena de la ventana creyendo que es Eva y sale a la calle a por la criada. Se oye la bocina del serene. Pánico y desbandada de todos. Pogner conduce a casa a la media desmayada Eva. Sachs agarra a David y lo mete en la suya a puntapiés, y después vuelve a por el aturdido Walther. Beckmesser se pone en fuga con el laúd roto y molidas las costillas. Se cierran todas las ventanas y las calles quedan vacías. Entra el serene y entona el pregón de las once. La luna llena riela sobre los tejados de la pacífica y silenciosa Nuremberg.

ACTO III.—Interior del taller de Sachs en la mañana del día de San Juan.

Sachs lee un gran infolio. Entra David, que viene de llevar los zapatos a Beckmesser, con viandas y adornos para la fiesta. Intenta disculparse por lo sucedido, pero Sachs no le presto atención, y pide al aprendiz que cante su pregón de San Juan. Al hacerlo, David comienza con la melodía de la serenata de Beckmesser; pero advertido el yerro, prosigue con la suya propia y cae en la cuenta de que ese día es la onomástica de Sachs: quiere entonces obsequiarle con su pitanza, mas Sachs le trata con gran benevolencia y lo envía a vestirse de día festivo. E1 zapatero, que había estado leyendo la crónica de Nuremberg, medita ahora en solitario sobre la locura y obcecación de los hombres. Recuerda la pelea de la noche anterior. ¿Por qué sucedió?: quizá fue un duende, quizá el aroma del saúco, quizá la cálida noche de verano...

Entra Walther viniendo de las habitaciones interiores. El maestro y el caballero dialogan sobre inspiración y reglas poéticas. Suavemente el zapatero procure que el altivo joven comprenda la necesidad de las normas y la grandeza del esfuerzo de los maestros cantores. E1 joven dice que ha tenido un sueño maravilloso y Sachs se ofrece a transcribirlo si Walther se lo cuenta. El caballero canto varias bellas estrofas, guiado por Sachs, quien las va escribiendo; pero decide no continuar cuando el zapatero le anima a desarrollar aún más su relate. Entonces ambos se retiran para cambiarse de ropa. Ahora entra en la tienda Beckmesser con aspecto dolorido. Dando vueltas por ella repara en la canción escrita por Sachs, y cree entonces entender que el zapatero también va a aspirar a la mano de Eva en el torneo. Cuando entra Sachs, le acusa de haber organizado el tumulto de la noche anterior para desprestigiarlo ante Eva. En prueba de ello, Beckmesser exhibe la canción escrita de mano de Sachs; y éste, ladinamente, se la regale al escribano, quien se pone muy contento. En vano Sachs le advierte que la canción es difícil. Beckmesser se marcha alegre y convencido que con una canción de Sachs obtendrá por fuerza el premio a que aspire.

Llega Eva fingiendo que le están mal los zapatos nuevos. En realidad, quiere ver a Walther, y cuando éste aparece vistiendo sus mejores galas, queda extasiada en su contemplación. Walther retoma la narración de su sueño amoroso. Sachs hace como si estuviera arreglando uno de los zapatos de Eva, la cual se recline sollozando en el pecho de Walther al terminar éste su canción. Sachs se siente desfallecer por un momento. También él está enamorado de la niña a la que vio crecer y granarse en mujer con la esperanza de casarse algún día con alla. Tiernamente Eva dice a Sachs que él es el mejor de los hombres y que sólo él hubiera llegado a ser su esposo si ella pudiera elegir. Pero ahora ha elegido por ella «un suplicio antes jamás conocido...». Sachs contesta que conoce la historia de Tristán e Isolda y del rey Marke, y que él no quiere correr la suerte del viejo monarca de Cornualles. Después eleva a David a la condición de «oficial» y pone nombre a la canción de Walther (el «divino modo de la interpretación del sueño matutino»). En éxtasis Eva y Walther, felices los pragmáticos David y Magdalena—quienes también ven próxima su boda al haberse producido el ascenso del aprendiz—y con Hans Sachs haciendo la alabanza de la inspiración poética, los cinco personajes expresan su gozo en el justamente célebre quinteto. Después, David cierra la tienda y todos se dirigen a la pradera donde los nuremburgueses celebran la fiesta de su santo patrono.

En la pradera reinan el bullicio y la alegría. Entran las corporaciones: los zapateros, los sastres, los panaderos...; todos desfilan con sus estandartes y canton sus divertidos pregones. La llegada por el Pegnitz de una barca con chicas de un pueblo próximo anima a los aprendices a un baile rústico, y David es objeto de nuevas bromas. Ahora se produce la pomposa entrada de los maestros cantores. Al advertir la presencia de Sachs, el pueblo lo recibe al unísono con el coral que el Hans Sachs histórico dedicó a Lutero. Después, Sachs pronuncia el discurso de presentación del torneo de canto que va a tener luger, y advierte la delicada naturaleza del premio que será concedido. Pogner agradece a Sachs sus palabras.

E1 primero en actuar es el aspirante más viejo, Beckmesser, quien no ha conseguido aprenderse el texto de la canción de Walther. Sachs intenta convencerle para que renuncie, pero el escribano no se da aún por vencido. Tembloroso y asustado acomete la canción de Walther, desfigurándola hasta el absurdo. E1 pueblo y los maestros le escuchan primero con asombro y después con creciente hilaridad hasta romper en carcajadas. Entonces Beckmesser, furioso, antes de abandonar la pradera acusa a Sachs de su nuevo fracaso y de ser el autor de aquel galimatías; pero Sachs presenta al verdadero autor, Walther, y lo invite a cantar ante todos. La curiosidad vence esta vez a la desconfianza. E1 caballero comienza con las estrofas escritas, pero pronto se deja arrebatar por la inspiración e improvisa otras nuevas. El pueblo sigue la melodía con embeleso y proclama vencedor al joven. Los maestros ratifican el veredicto. Pogner agradece a Sachs el giro dada a los acontecimientos. Eva ciñe a Walther la corona de laurel y mirto; pero el orgulloso muchacho rechaza a continuación la cadena de oro que lo distingue como maestro cantor. La consternación es general, mas entonces interviene Sachs dirigiéndose primero al orgulloso joven y luego a todos los presentes: « ¡No me despreciéis a los maestros y honradme su arte! ». Sachs hace la alabanza del arte alemán y proclama su vitalidad más allá de los acontecimientos políticos. Eva toma la corona de Walther y la ciñe ahora a Sachs; y todos repiten las últimas frases del zapatero-poeta y aclaman al gran Sachs de Nuremberg.