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Burkina Faso: el país de los 31 ministerios

  • El séptimo país más pobre del mundo vive inmerso en una crisis alimentaria
  • Cruz Roja España desarrolla varios proyectos para prevenir futuras emergencias

Ver también: El hambre en el Sahel 

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El trabajo de Cruz Roja también pasa por concienciar a las mujeres de los poblados de la importancia de prevenir las crisis alimentarias a través de un eficiente uso de los cultivos.
El trabajo de Cruz Roja también pasa por concienciar a las mujeres de los poblados de la importancia de prevenir las crisis alimentarias a través de un eficiente uso de los cultivos.

Un presidente del Gobierno, un primer ministro y 31 ministros. En total, 29 hombres y cuatro mujeres. Son los 33 integrantes del Ejecutivo que dirige Blaise Compaoré, en el poder desde hace más de dos décadas. Cabría pensar que un gabinete de semejante envergadura debería estar al frente de una de las principales economías del mundo, pero no. Compaoré dirige los designios de los más de 17 millones de habitantes de Burkina Faso, el séptimo país más pobre el mundo, según el Índice de Desarrollo Humano calculado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.

La botella se puede ver medio vacía, pero también medio llena. Es posible que Compaoré haya formado un gobierno tan amplio con un objetivo: cambiar los datos que radiografían la situación de su país.

Unos datos que no son malos, sino peores. La expectativa de vida al nacer es de poco más de 54 años, unos 30 menos que en España. La tasa de alfabetización supera por poco el 20% y la tasa de mortalidad infantil en niños menores de un año es de casi el 80 por mil.  La guinda de los malos datos la pone la cifra de personas que están en riesgo de sufrir inseguridad alimentaria: casi dos millones, según Intermón Oxfam, lo que supone el 14% de los más de 18 millones de personas que en toda la región del desierto del Sahel pasan hambre. Es la llamada crisis alimentaria. El paso previo a la hambruna.

"El hambre es real", asegura Sore Sosthene en su despacho de Sebba, la capital de Yagha, una de las cuatro provincias del Sahel burkinabé. Un retrato de Compaoré preside el despacho donde nos atiende. Es el hombre del presidente en la zona. Insiste en que es "fundamental" que la ayuda de emergencia de las ONG siga llegando, pero durante la entrevista advierte que este año la cosecha puede ser "bastante buena".

En agosto, 600.000 personas sufrieron las inundaciones

En Burkina, la estación lluviosa, que va de junio a octubre, es clave para la supervivencia de muchos de sus habitantes y este año, por el momento, sí está lloviendo. En algunos lugares, incluso más de la cuenta.

Sosthene sabe de lo que habla. Burkina arrastra las consecuencias de las crisis alimentarias de 2005 y 2008, y de las inundaciones de 2010. El año pasado vivió la peor sequía en los últimos 60 años. La población está bajo mínimos, por lo hay “incertidumbre”, pero también “esperanza”, añade. Solo en agosto, en todo el Sahel, 600.000 personas se han visto afectadas por las inundaciones, según los datos que maneja Cruz Roja, que advierte que habrá más.

El rostro de la esperanza es el de Assisatou Amidou. A sus 49 años, aunque a simple vista aparenta muchos más, es la presidenta del grupo femenino de Timantogou de Sagou, en Sebba. Está al frente de 42 mujeres que cultivan cereales en época seca y frutas en periodo de lluvias. Lo hacen gracias a un proyecto que la Cruz Roja española puso en marcha en 2009. El objetivo: aumentar la disponibilidad y acceso de alimentos en los hogares más vulnerables ante la inseguridad alimentaria crónica que sufre la región. "Nos ha cambiado la vida", asegura.

Es una forma de sentar las bases para prevenir futuras crisis. Un total de 400 familias se benefician de este programa. Según las últimas estimaciones, más de 2.000 personas frente a los cerca de 23 millones que se enfrentan a una grave crisis alimentaria en el Sahel. "Una luz en medio de la oscuridad", resume Adelaida Plaza, vicepresidenta de Cruz Roja en Comunidad Valenciana, la delegación que financia el proyecto. Pero una luz al fin y al cabo.

"Este proyecto nos ha devuelto la dignidad" dice, emocionada, Chargou Arjuma, responsable de otro grupo mujeres, el de Yaali. "Ahora podemos hacer frente a los gastos del día a día, podemos comprar jabón", explica, aunque su afirmación contrasta con el aspecto del huerto que cultivan ella y otras 23 mujeres.

Lluvias que traen hambre

Las lluvias que tanto anhelan y que son tan necesarias en toda la zona para que las cosechas salgan adelante son un arma de doble filo. Demasiadas lluvias también son contraproducentes. Este año han inundado los cultivos de patatas, berenjenas o tomates con los que no solo comen estas mujeres. También son un valioso producto para comercializar y poder obtener otros bienes de primera necesidad, básicos para vivir. El jabón, por ejemplo. ¿Qué harán ahora? "Lo volveremos a intentar", contesta.

En agosto, el mijo era un 73% más caro que la media de los últimos 5 años

Para agravar todavía más si cabe esta crisis, la sociedad burkinabé y por extensión, todo el Sahel, debe hacer frente a otro importante obstáculo: el elevado precio de los alimentos. En agosto el mijo era un 73% más caro que la media de los últimos cinco años en Ouagadougou, la capital del país , según datos de Intermón Oxfam. “La escalada de los precios de los alimentos es una cuestión de vida o muerte para muchas de las personas que viven en países en desarrollo, que gastan hasta un 75% de sus ingresos en alimentos”, resume su portavoz sobre seguridad alimentaria, Lourdes Benavides.

La crisis alimentaria podría ser el principal problema en Burkina Faso. Pero Lazare Zoungrana, director nacional de la Cruz Roja burkinabé, aclara que no. Cuando le preguntamos cuáles son las principales problemáticas en las que la cooperación al desarrollo podría trabajar, no sabe por dónde empezar. "Aquí todo es prioritario", sentencia. La sociedad burkinabé se enfrenta al hambre, a las inundaciones que derriban casas y destruyen cosechas, a las epidemias de enfermedades de origen hídrico, a la falta de recursos para todo y a la incapacidad de cubrir lo esencial para que la población pueda vivir con una mínima dignidad. 

Belinda, 19 años y epiléptica, es un buen-mal ejemplo. La mayor parte de su vida la ha pasado en centros de acogida financiados por el Estado. Las condiciones de vida dejan mucho que desear. Falta de comida, falta de higiene, falta de espacio, falta de todo... Lleva dando tumbos toda la vida, porque además de su epilepsia, tiene una deficiencia cognitiva y nadie la acepta. "Mi madrastra teme contagiarse si vivo con ella y con mi padre", explica. En un mes acaba el proyecto que hasta ahora costeaba la medicación que necesita. A partir de ese momento quedará de nuevo a merced de su suerte.  ¿Qué pasará con Belinda? Nadie contesta.

Y a todo esto, una desafío más: Malí. Desde principios de año miles de personas se han visto obligadas a dejar sus casas huyendo de los enfrentamientos entre los tuaregs y el Ejército. En agosto, algunas estimaciones no oficiales calculaban que más de 100.000 personas habían cruzado las fronteras de Malí y se habían instalado en Burkina Faso.

10 kilos de arroz al mes por familia

En el campo de Ferrerio, en el norte del país, hasta donde ya han llegado más de 20.000 refugiados, hablamos con Ayouba Ag Alwaly, uno de sus responsables. "Todo el mundo tiene malaria, los problemas sanitarios no dejan de sucederse", afirma. En otro campo, en Bobo-Diolasso, en el sur, un grupo más pequeño de refugiados explica que solo reciben 10 kilos de arroz al mes por familia.  Sobran los comentarios sobre sus necesidades.

Hace casi 30 años, el 4 de octubre de 1984, Thomas Sankara, el anterior presidente de Burkina, durante un discurso ante Naciones Unidas se propuso como “ambición económica” trabajar para que “el cerebro y los brazos” de cada burkinabé pudiesen “por lo menos servir para él mismo y asegurarse, al menos, dos comidas al día y agua potable”.

Sankara apostó por que el cerebro y los brazos de cada ciudadano aseguren dos comidas diarias y agua potable

Está claro que el país de los 31 ministros sigue teniendo ese objetivo por cumplir. Burkina Faso, también conocido como el país de los hombres íntegros, acumula problemas a los que tampoco son ajenos sus vecinos, como Níger, Malí, Mauritania, Costa de Marfil. 

Unos problemas que se manifiestan en hambrunas, inundaciones y epidemias, pero que tienen una evidente raíz estructural. Un sistema global que condena a más del 90% de la población burkinabé a la extrema pobreza mientras su élite política, repartida en 31 ministerios, no sabe si la botella está medio llena o medio vacía. Pero para una inmensa mayoría de sus ciudadanos, ni siquiera hay botella en la que contener su sufrimiento.

Durante su discurso, Sankara añadió: "Otros han hablado antes que yo. Otros más, después de mí, dirán hasta qué punto se ensanchó el foso entre los pueblos pudientes y los que aspiran solo a aplacar su hambre, su sed, sobrevivir y conservar su dignidad. Pero ninguno imaginará hasta qué punto ‘el grano del pobre alimentó la vaca del rico".