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Túnez, diez años después de la huida de Ben Alí: corrupción política, crisis económica y COVID-19

  • El presidente concede el indulto a 919 presos de los que 154 obtendrán su libertad tras una reducción de su pena
  • Populismo y nostalgia: son muchas las voces que declaran en público su añoranza por los tiempos del dictador caído

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Jóvenes tunecinos cantan durante una manifestación
Jóvenes tunecinos cantan durante una manifestación

Túnez conmemora el décimo aniversario del triunfo de la revolución y la huida del dictador Zinedin el Abedin Ben Ali en medio de un estricto confinamiento por la pandemia del coronavirus, que evitó las tradicionales marchas populares e impidió las protestas por la aguda crisis económica y social que se repetían desde hace días.

Diez años después de la gran manifestación que llevó al tirano a embarcarse en un avión rumbo a Arabia Saudí, las calles amanecieron este miércoles en calma, sin apenas tráfico y con numerosos y estrictos puestos de control a la entrada de la capital y en arterias principales, como la avenida Mohamad V o el bulevar Habib Borguiba, escenarios habituales de las movilizaciones.

Solo pequeños grupos, como el colectivo de víctimas de la represión policial aquel invierno de 2011, lograron sortear los cordones policiales y marchar durante unos kilómetros para reclamar que se haga justicia en un país que ha sabido avanzar en democracia, pero que sigue estancado en lo relativo a los derechos individuales y colectivos, como recordó el miércoles Amnistía Internacional.

Sin revolución económica

Los diez años de transición tampoco parecen haber logrado acabar con el sistema económico clientelista de la época de Ben Ali, controlado por un puñado de familias asociadas al poder, ni con los graves problemas sociales que desencadenaron la protesta, como el paro juvenil -aún elevado y estructural- o la corrupción, todavía endémica.

Lastrados por el hundimiento del turismo y la crispación política, los diez gobiernos que se han sucedido durante la última década tampoco han conseguido eliminar los obstáculos a la inversión, el déficit ahora desbordado, la ineficacia impositiva, el tamaño mastodóntico del sector público, que consume la mayoría de los recursos, y la deuda exterior, que se ha disparado al 90 % del PIB.

"Peor todavía, el sector informal se ha robustecido y representa hoy casi la mitad del PIB", explica el analista económico tunecino Amine Ben Gamra, quien a la supuesta incompetencia de los gobiernos y a la presión de la oligarquía económica benalista, que ha comenzado a retornar del exilio con la anuencia de los partidos, suma el impacto de la guerra en la vecina Libia.

"Los empresarios usan cada vez más el dinero procedente del tráfico en Libia para financiar a los partidos políticos", denuncia. "Y como la autoridad del Estado es débil, esta pequeña corrupción se propaga como una enfermedad. Los jóvenes se desesperan y los emprendedores que quieren crear una empresa deben enfrentarse a funcionarios indiferentes y arrogantes", subraya.

Indulto presidencial a un total de 919 presos

El presidente de Túnez, Kais Said, concedió este miércoles el indulto presidencial a un total de 919 presos de los que 154 obtendrán su liberación tras una reducción de su pena, con motivo del décimo aniversario de la llamada "Revolución de los Jazmines" que se celebrará mañana 14 de enero y que puso fin a 23 años de dictadura de Zinedin el Abedin Ben Ali.

"El papel del poder judicial en la administración de la justicia es primordial (...) y es inaceptable ver algunos expedientes que continúan a la espera durante años", declaró el mandatario. El artículo 77 de la constitución tunecina otorga al presidente de la República el derecho al indulto presidencial y suele servirse en el marco de festividades nacionales.

En una carta abierta, una docena de organismos, entre ellos la Liga Tunecina de Derechos Humanos y la Orden Nacional de Abogados, recordaron la importancia de prestar asistencia a las categorías sociales "más vulnerables" y criticaron el recurso excesivo de las detenciones preventivas y la ausencia de un verdadero sistema de libertad vigilada que evitaría recurrir al encarcelamiento por infracciones menores.

La población penitenciaria de Túnez se eleva a casi 23.000 personas, distribuidas en 28 prisiones, de las que el 50% está relacionado con delitos de tráfico y consumo de drogas. Por ello, uno de los principales problemas es la superpoblación carcelaria y el hacinamiento que en algunas regiones como Kairuán, en el centro del país, alcanza el 113%.

Aumento de la migración

Este estancamiento económico y falta de perspectivas de futuro -similares a los que sacudían a la sociedad tunecina en vísperas de la huida de Ben Alí- han destapado dos consecuencias visibles.

Primera, un aumento gradual del número de tunecinos que buscan igualmente salir del país, ya sea a través de la migración regular -compleja debido a la dificultad para lograr visados, especialmente en Europa- o irregular, que se disparó el pasado año.

Según estadísticas oficiales del Gobierno italiano, un total de 12.883 tunecinos -entre ellos 1.431 menores- lograron entrar de Italia en 2020 de forma irregular tras cruzar el Mediterráneo en embarcaciones precarias fletadas por distintas mafias locales.

La cifra supone un 30 % de los migrantes irregulares que arribaron a Italia durante los doce meses pasados y coloca a los tunecinos como la primera nacionalidad entre los que desembarcan de forma irregular a las costas italianas, por delante de los países del Sahel.

Además, un número similar fueron interceptados por Guardacostas tunecinos cuando iniciaban su aventura desde las playas del sur, principal trampolín de salida.

Populismo y nostálgicos de Ben Ali

Otra consecuencia ha sido un arraigo del populismo y un aumento significativo de los que declaran en público que añoran los tiempos del dictador caído, preocupados por el deterioro de la seguridad pero también desencantados con una política asida a la crispación.

Con un Gobierno inestable desde la cadena de atentados yihadistas de 2015, la división y la desconfianza dominan las relaciones entre el líder del partido del conservador de tendencia islamista Ennahda, Rachid Ghanouchi, principal fuerza en la Cámara; el jefe del Gobierno, Hichem Mechichi -sin partido- y el presidente de la República, Kais Said, un profesor universitario conservador que hace un año sorprendió al ganar las elecciones como independiente.

El pulso entre ellos ha desencadenado los llamamientos -hasta ahora sin éxito- a un nuevo Diálogo Nacional que vuelva a vertebrar el país y favorecer la ascensión del Partido Desturiano Libre (PDL), que defiende la antigua dictadura y que, según las encuestas, lidera la intención de voto diez años después de que las protestas populares obligara a huir a Ben Ali, su inspirador.