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Libros

Manuel Vilas: "El amor incondicional solo se da de padres a hijos y no al revés"

  • El escritor aragonés presenta Alegría, la novela con la que ha quedado finalista del Premio Planeta
  • El libro es una secuela de Ordesa y habla sobre las relaciones familiares entre la tristeza y la poesía

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Imagen del escritor Manuel Vilas cedida por Planeta
Imagen del escritor Manuel Vilas cedida por Planeta

Manuel Vilas sintió la necesidad de continuar con ese desnudo emocional, convertido en fenómeno de crítica y lectores, que es Ordesa (Alfaguara, 2018): un testimonio desgarrador sobre la ausencia / presencia de los seres queridos y sus soledades aparejadas. Pero Vilas ansiaba más respuestas o más preguntas. Y así germinó Alegría, la novela autobiográfica con la que se ha quedado a las puertas del Planeta como finalista, que ganó Javier Cercas con el thriller Terra alta.

Alegría es la esperada secuela de Ordesa con la misma voz narrativa pero con una lectura que funciona autónoma, según recalca el poeta que ha viajado exprés del anonimato a la apertura a un público más amplio.

Vilas, de 57 años, tira de ese hilo orgánico que enhebra su literatura: el misterio imposible de las relaciones familiares en presente continuo. Una carta de amor puro con instantes de vacío conmovedor: el narrador describe los quiebros para revivir el vínculo con su hijo Valdi, un repartidor de Glovo que apenas se comunica con su padre por esporádicos guasap.

“La familia me parece que es el lugar donde se producen las relaciones emocionales más profundas. Hay una cosa que a mí me obsesiona desde hace tiempo que es la idea del amor incondicional, que es dar la vida por otro sin dudarlo. Eso solo ocurre de los padres hacia los hijos y no al revés. Me parece una de las cosas más importantes de la condición humana y me interesa mucho narrar ese amor”, señala Manuel Vilas en una entrevista para RTVE.es y añade que padre e hijo hallan la conexión en los momentos compartidos.

El monstruo de la depresión

Anida en Alegría la tristeza-una paradoja-, la angustia, la melancolía, también, la poesía, la ternura y el valor transparente. El protagonista etiqueta a ese monstruo implacable que es la depresión: le llama Arnold Schönberg como el músico dodecafonista, porque en esta novela todos los personajes tienen nombre de compositores. El combate contra las dentelladas depresivas se librará en soledad, y a lo lejos, la esperanza.

“Hay un antagonista que se llama Arnold y le recuerda que la alegría es imposible en el mundo porque hay dolor e infelicidad. El narrador lucha contra ese enemigo y recurre al amor de sus seres queridos: al de sus padres, al de sus hijos y al de su nueva relación sentimental. Son las armas que tiene contra el abatimiento que se puede interpretar como la depresión moderna. Una enfermedad en auge”, señala el autor.

“Todo aquello que amamos y perdimos, acaba tarde o temprano en alegría”, así arranca esta novela de paladeo lento y con lances continuos a la reflexión histórica y social. Y que dispara al capitalismo con ironía en frases memorables: “Al capitalismo hay que robarle siempre, porque por mucho que le robes jamás podrás robarle tanto como él te roba a ti porque te roba la alegría y la alegría tiene un precio incalculable”.

"Es imposible llegar a la alegría sin el dolor"

Vilas sitúa en el meollo esta búsqueda de la alegría como adhesión a la vida. Los recuerdos emergen en el retorno a la infancia, el miedo omnipresente a la muerte o en una larga gira promocional por ciudades de EE.UU. y de Europa que “nos recuerdan siempre que somos el pariente pobre de este continente", como apunta en el texto.

“La alegría es más primitiva y atávica procede más de la noche de los tiempos: es el sol, la luz o el viento. (…) por eso el título de la novela me parece más fresco que el sentimiento de felicidad que es más una construcción social. El narrador descubre el sentimiento de la alegría como algo importante en su vida aunque también explica que no se puede llegar a la alegría sin haber experimentado el dolor”.

En un giro cervantino muy pensado, Manuel Vilas se convierte en un Alonso Quijano que se lee a sí mismo: un homenaje a la segunda parte de El Quijote. En este caso les contará a sus padres muertos cómo le ha ido con eso tan difuso que llaman éxito, que le avasalló hace escasos dos años con el campanazo de Ordesa. Y la dignidad de los claroscuros de una vida corriente con la que tantos lectores se han sentido identificados.

Ordesa tocaba esa fibra profunda de la relación entre los vivos y los muertos amados. Hay gente que no se resiste a esas pérdidas y las incorpora a su vida presente. Alegría persevera en incorporar a esas personas con las que han convivido en tu experiencia vital. Yo los llamo fantasmas enamorados que es una forma de no decir adiós y que formen parte de su memoria”.