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Arte

Max Beckmann y el dolor invisible del desarraigo

  • Beckmann es el pintor expresionista alemán más destacado del siglo XX y huyó por la presión de los nazis
  • El Thyssen le dedica una muestra con obras que reflejan con metáforas la pérdida de identidad de los exiliados

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'Globo con molino, 1947, Max Beckmann. Museo de Arte de Portland.
'Globo con molino, 1947, Max Beckmann. Museo de Arte de Portland.

Como tantos otros artistas, la obra del alemán Max Beckmann (Leipzig, 1884-Nueva York,1950) se situó en el ojo del huracán de la Historia: fluyó atravesada por el horror de las dos guerras mundiales y el trauma del exilio. El autor lo vincularía con la pérdida de identidad del ser humano vía complejas metáforas, no exentas de sarcasmo, que componen el grueso de su producción.

En una primera etapa ecléctica, Beckmann vive como pintor de éxito en 1915 en Fráncfort. Sus pinturas se valoran como expresionistas y se le encuadra como precursor del "nuevo objetivismo" germano, aunque él siempre rechazó de plano las etiquetas y trabajó a su aire en una visión personal.

Influido por Cezanne y admirador de Munch, los volúmenes bidimensionales marcan sus lienzos, una tendencia que sería constante durante toda su carrera. Crea obras realistas de gran plasticidad en las que a menudo asoman escenas callejeras de la ciudad y en las que huye a conciencia del sentimentalismo. También abordará los trípticos como formato en una referencia directa al Gótico.

Max Beckmann

'Sociedad, París', 1931, Museo Guggenheim Nueva York.

Un joven Beckmann participa como enfermero voluntario en la IGM, pero tras este episodio la turbulencia de los tiempos en la inestable República de Weimar frenará su ascenso. El poder de los jerarcas nazis le boicotea y se lo pone cada vez más difícil a la creación contemporánea. Juega en contra del autor que es una figura conocida y mantiene contacto con la élite artística judía.

El círculo se estrecha a pesar de las evidentes raíces germánicas de su obra: es destituido de su cargo en la escuela de arte de Fráncfort y sus pinturas se exponen cada vez menos.

En 1937 sale de Alemania rumbo a Ámsterdam junto a su mujer. No retornará jamás a su país natal. Trabajará incansable en el periodo de entreguerras y sufrirá las penurias de la IIGM hasta que consigue marcharse a EE.UU.

El mundo del espectáculo como metáfora sarcástica

Esta itinerancia forzosa y su relación con el sentimiento humano centran gran parte de la exposición monográfica que le dedica el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza (Beckmann. Figuras del exilio. Hasta el 27 de enero).

Es un acercamiento a un autor “fascinante aunque difícil de leer”, en palabras de los expertos, que no es muy conocido en España pero está valorado como uno de los artistas alemanes más destacados del siglo XX.

La muestra del Thyssen se divide en dos secciones: la primera repasa sus comienzos; la segunda ahonda en alegorías relacionadas con el desarraigo, en obras en las que palpita subyacente la realidad.

'Carnaval', 1925. Museo Kunstpalast.

Aparecen cuatro grandes metáforas que se entrecruzan en las temáticas y suelen desembocar en la muerte: “Busco partiendo del presente, el puente que lleva de lo visible a lo invisible”, explicó el autor sobre sus pulsiones.

El apartado Máscaras pone sobre la mesa la idea de que el exilio diluye la identidad del exiliado. Lo muestra a través de numerosos autorretratos y del reflejo de figuras del espectáculo. La impostura se esconde tras el disfraz en pinturas a medio camino entre lo siniestro y lo lúdico.

“La pérdida de la identidad la trabaja obsesivamente a través de cierto sarcasmo e ironía. Como a Picasso, le atrae mucho el mundo del circo y de los personajes de la Comedia del Arte. Pinta pierrots, adivinas y encantadores de serpientes y le obsesiona la identidad de personalidades problemáticas. Esa será la máscara del exiliado que acaba preguntándose, ¿quién soy yo?”, asegura a RTVE.es Tomàs Llorens, comisario de la exposición.

El mar: fuente de peligro y movimiento

Der verlorene Sohn

'El hijo pródigo', 1949, Sprengel Museum

Para Beckmann, otro de los lugares paradigmáticos donde se diluye la esencia humana es la gran ciudad como muestra la sección Babilonia eléctrica. El proceso de modernización de principios del siglo XX desemboca en un éxodo del campo a la urbe donde desaparecen las raíces en una nueva metáfora. La ciudad es a la vez excitación y fuente de tentaciones como recoge su pintura El hijo pródigo (1949).

El autor también considera que partir equivale a una forma de morir porque algo se rompe definitivamente en cada periplo. Nacimiento y muerte serán las dos grandes puertas de la existencia de un presente dramático y violento.

Aunque quizás, el motivo que mejor encarna todas las obsesiones del artista es el mar: una temática recurrente en toda su trayectoria como simbolismo del viaje.

Parte central del tríptico 'Los argonautas' (1950). National Gallery de Washington

“El mar es el lugar del movimiento continuo. Es un inicio permanente. Un destino al que se somete al navegante y no siempre se sabe si va a llegar. Es el lugar del riesgo, de los peligros y del infinito. [Berckmann] estaba fascinado por la filosofía oriental y el movimiento cíclico del tiempo. Y la vida de los hombres se desenvuelve como las de los peces en el mar. Están flotando sin lugar fijo y finalmente llega la muerte”, señala Tomàs Llorens.

Algunas de sus creaciones más destacadas se recogen en esta sección como el tríptico Los argonautas, que cierra un ciclo de 45 años que arrancó con Jóvenes junto al mar con el mismo leitmotiv. El pintor trabajó en Los argonautas durante año y medio, y paradójicamente lo completó el mismo día en el que murió de un ataque al corazón en 1950.